2007-07-22
A tiro de piedra
Oleoducto tabogano
Taboga es una isla plagada de historia y leyendas que poco hemos sabido aprovechar en esta época. Desde las eras precolombina, la colonial con el periodo de la conquista, del ferrocarril ligado a las minas de oro de California, la construcción del Canal francés y el estadounidense, y la sociedad panameña de la primera mitad del siglo XX existen hechos y situaciones que han dejado profunda huella en la Isla de las Flores.
Me siento atraído por Taboga, tanto por su historia como por los lazos sentimentales que me ligan a ella por la línea materna de mi madre, cuyos antepasados, a mediados del siglo XIX, forjaron lazos familiares entre inmigrantes venezolanos y nativos de la isla. También, entrañables amigos del barrio, cuya familia era oriunda de allá, me hicieron disfrutarla y apreciarla aún más entre constantes viajes de aventuras juveniles de los que guardo gratos y hermosos recuerdos.
Hace poco leí sobre un proyecto de oleoducto que parte desde el Atlántico, en Portobelo, donde, paradójicamente, está mi otra parte del linaje maternal, que se remonta al final del periodo colonial panameño. El proyectado oleoducto saldría desde María Chiquita hacia el Pacífico, adentrándose en el mar y terminando su ruta en Taboga, sobre cuyo sector noroeste se plantaría una granja de tanques de almacenamiento que servirían para el trasiego de petróleo.
Soy partidario del progreso, pero primero de la naturaleza. Toda obra humana que afecte el ambiente debe procurar hacer el menor daño posible y aumentar al máximo las medidas para mitigarlo. Un oleoducto como el Portobelo - Taboga trae mucho riesgo en ambas zonas. El valor turístico de esas áreas disminuiría dramáticamente, y el beneficio per cápita de sus habitantes sería mucho menor que si el desarrollo de ambos pueblos se fundamentara en el turismo; todo como consecuencia de un tipo de actividad contaminante, y que emplea mano de obra calificada que excluye a personas por razón de formación, edad, y oficio ancestral.
Los promotores del oleoducto y las autoridades competentes deben abocarse a encontrar otra ruta u otra opción que no sean Portobelo y Taboga. Si es obra humana, todo es posible. Más que las utilidades de la empresa, los puestos de trabajo que pueda dar, y el progreso de Panamá como centro de aprovisionamiento y trasiego de combustible, está el destino de nuestro patrimonio natural. Ambas regiones tienen un futuro más halagador, sustentable y sostenible con el turismo. Sopesemos ambas actividades, y decidamos lo mejor para la naturaleza y para nuestra nación.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
Ir a Panorama Católico Edición Digital
A tiro de piedra
Oleoducto tabogano
Taboga es una isla plagada de historia y leyendas que poco hemos sabido aprovechar en esta época. Desde las eras precolombina, la colonial con el periodo de la conquista, del ferrocarril ligado a las minas de oro de California, la construcción del Canal francés y el estadounidense, y la sociedad panameña de la primera mitad del siglo XX existen hechos y situaciones que han dejado profunda huella en la Isla de las Flores.
Me siento atraído por Taboga, tanto por su historia como por los lazos sentimentales que me ligan a ella por la línea materna de mi madre, cuyos antepasados, a mediados del siglo XIX, forjaron lazos familiares entre inmigrantes venezolanos y nativos de la isla. También, entrañables amigos del barrio, cuya familia era oriunda de allá, me hicieron disfrutarla y apreciarla aún más entre constantes viajes de aventuras juveniles de los que guardo gratos y hermosos recuerdos.
Hace poco leí sobre un proyecto de oleoducto que parte desde el Atlántico, en Portobelo, donde, paradójicamente, está mi otra parte del linaje maternal, que se remonta al final del periodo colonial panameño. El proyectado oleoducto saldría desde María Chiquita hacia el Pacífico, adentrándose en el mar y terminando su ruta en Taboga, sobre cuyo sector noroeste se plantaría una granja de tanques de almacenamiento que servirían para el trasiego de petróleo.
Soy partidario del progreso, pero primero de la naturaleza. Toda obra humana que afecte el ambiente debe procurar hacer el menor daño posible y aumentar al máximo las medidas para mitigarlo. Un oleoducto como el Portobelo - Taboga trae mucho riesgo en ambas zonas. El valor turístico de esas áreas disminuiría dramáticamente, y el beneficio per cápita de sus habitantes sería mucho menor que si el desarrollo de ambos pueblos se fundamentara en el turismo; todo como consecuencia de un tipo de actividad contaminante, y que emplea mano de obra calificada que excluye a personas por razón de formación, edad, y oficio ancestral.
Los promotores del oleoducto y las autoridades competentes deben abocarse a encontrar otra ruta u otra opción que no sean Portobelo y Taboga. Si es obra humana, todo es posible. Más que las utilidades de la empresa, los puestos de trabajo que pueda dar, y el progreso de Panamá como centro de aprovisionamiento y trasiego de combustible, está el destino de nuestro patrimonio natural. Ambas regiones tienen un futuro más halagador, sustentable y sostenible con el turismo. Sopesemos ambas actividades, y decidamos lo mejor para la naturaleza y para nuestra nación.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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