lunes, 23 de julio de 2007

La «emergencia educativa»

2007-07-22
La Voz del Pastor
La «emergencia educativa»

Publicamos un extracto del discurso que Benedicto XVI pronunció al inaugurar la asamblea diocesana de Roma sobre el tema «Jesús es el Señor. Educar en la fe, en el seguimiento y en el testimonio», el 11 de junio, en la basílica de San Juan de Letrán.

Queridos hermanos y hermanas:

El tema de la asamblea es "Jesús es el Señor. Educar en la fe, en el seguimiento y en el testimonio". Se trata de un tema que nos atañe a todos, porque cada discípulo confiesa que Jesús es el Señor y está llamado a crecer en la adhesión a él, dando y recibiendo ayuda de la gran compañía de los hermanos en la fe. Ahora bien, el verbo "educar", puesto en el título de la asamblea, implica una atención especial a los niños, a los muchachos y a los jóvenes, y pone de relieve la tarea que corresponde ante todo a la familia.

Es importante considerar ante todo la afirmación inicial, que da el tono y el sentido de nuestra asamblea: "Jesús es el Señor". Ya la encontramos en la solemne declaración con la que concluye el discurso de san Pedro en Pentecostés, donde el primero de los Apóstoles dijo: "Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Hch 2, 36). Es análoga la conclusión del gran himno a Cristo contenido en la carta de san Pablo a los Filipenses: "Toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre" (Flp 2, 11).

Desde el inicio, los discípulos reconocieron que Jesús resucitado es nuestro hermano en la humanidad y que es totalmente uno con Dios; que con su venida al mundo, con toda su vida, con su muerte y su resurrección, nos trajo a Dios, hizo presente a Dios en el mundo de modo nuevo y único; y que, por tanto, da sentido y esperanza a nuestra vida: en él encontramos el verdadero rostro de Dios, que realmente necesitamos para vivir.

Como nos enseña la experiencia diaria -lo sabemos todos-, educar en la fe hoy no es una empresa fácil. En realidad, hoy cualquier labor de educación parece cada vez más ardua y precaria. Por eso, se habla de una gran "emergencia educativa", de la creciente dificultad que se encuentra para transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un correcto comportamiento, dificultad que existe tanto en la escuela como en la familia, y se puede decir que en todos los demás organismos que tienen finalidades educativas.

Podemos añadir que se trata de una emergencia inevitable: en una sociedad y en una cultura que con demasiada frecuencia tienen el relativismo como su propio credo -el relativismo se ha convertido en una especie de dogma-, falta la luz de la verdad, más aún, se considera peligroso hablar de verdad, se considera "autoritario", y se acaba por dudar de la bondad de la vida -¿es un bien ser hombre?, ¿es un bien vivir?- y de la validez de las relaciones y de los compromisos que constituyen la vida.

El compromiso de la Iglesia de educar en la fe, en el seguimiento y en el testimonio del Señor Jesús asume, más que nunca, también el valor de una contribución para hacer que la sociedad en que vivimos salga de la crisis educativa que la aflige, poniendo un dique a la desconfianza y al extraño "odio de sí misma" que parece haberse convertido en una característica de nuestra civilización.

Ahora bien, todo esto no disminuye la dificultad que encontramos para llevar a los niños, a los adolescentes y a los jóvenes a encontrarse con Cristo y a entablar con él una relación duradera y profunda. Sin embargo, precisamente este es el desafío decisivo para el futuro de la fe, de la Iglesia y del cristianismo, y por tanto es una prioridad esencial de nuestro trabajo pastoral: acercar a Cristo y al Padre a la nueva generación, que vive en un mundo en gran parte alejado de Dios.

A medida que los muchachos crecen, aumenta naturalmente en ellos el deseo de autonomía personal, que fácilmente, sobre todo en la adolescencia, se transforma en un alejamiento crítico de la propia familia. Entonces resulta especialmente importante la cercanía que pueden garantizar el sacerdote, la religiosa, el catequista u otros educadores capaces de hacer concreto para el joven el rostro amigo de la Iglesia y el amor de Cristo.

Para que produzca efectos positivos duraderos, nuestra cercanía debe ser consciente de que la relación educativa es un encuentro de libertades y que la misma educación cristiana es formación en la auténtica libertad. De hecho, no hay verdadera propuesta educativa que no conduzca, de modo respetuoso y amoroso, a una decisión, y precisamente la propuesta cristiana interpela a fondo la libertad, invitándola a la fe y a la conversión.

[Traducción distribuida por la Santa Sede).

S.S. Benedicto XVI
Vicario de Cristo

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