2007-07-15
A tiro de piedra
Los buses chinos
El gremio de concesionarios de ruta de transporte de pasajeros de la capital, o al menos un sector de él, tiene en mente la adquisición de unos buses chinos para reemplazar a los conocidos como “diablos rojos”, así llamados por el color de su pintura y las diabluras que cometen en las calles y avenidas de la ciudad. Una idea nada despreciable, pero que tiene sus inconvenientes.
Un vistazo a los vehículos nos hace notar que su tamaño es mayor que los actuales en altura, largo y ancho; con puertas independientes de entrada y salida; y con motor apropiado - al menos en sus especificaciones - para las constantes paradas y arrancadas que exige el transporte urbano de pasajeros. También son capaces de transportar hasta 120 personas, 50 de ellas sentadas, con dos filas de asientos a cada lado; y con mejor visibilidad al frente para el conductor. Del vehículo en sí, poca queja tengo; ni siquiera aquello de la calidad y el suministro de piezas y repuestos, porque en el actual mundo globalizado, lo más probable sea que los motores hayan sido diseñados y construidos por alguna de las grandes fábricas de automotores europeas o americanas, y que las refacciones se encarguen directamente del fabricante o del distribuidor más cercano.
Fuera de lo anterior, me asaltan algunas dudas. ¿Conservarán inalteradas las especificaciones de fábrica, o alterarán, como es su costumbre, la capacidad de los puestos estrechando el pasillo? ¿Utilizarán ambas puertas, o clausurarán la de salida para quedarse sólo con una? ¿Cambiarán la máquina por una más potente, y eliminarán el gobernador de velocidad para que corra más? ¿Los conducirán exclusivamente por las avenidas, o los meterán por calles estrechas para acortar camino provocando tranques? ¿Le darán el mantenimiento adecuado? ¿Demorarán en las paradas para llenarlo de pasajeros y ganar más plata? ¿Los atravesarán bloqueando el paso a otros conductores, porque no quieren entrar del todo a las paradas? ¿Volverán a financiarlo con dinero del estado? ¿Pagarán todo lo prestado, o los más vivos se harán los “chivos locos” como en otras ocasiones? ¿Cometerán la imprudencia de transitar por los corredores viales de alta velocidad con decenas de pasajeros en pie?
Como ya se puede suponer, el problema grave está en la actitud y los hábitos de los conductores y propietarios de los autobuses; no en el vehículo. Es en la mentalidad de aquellos donde está el mal.
Ya es un hecho comprobado, hasta la saciedad, que el gremio capitalino de concesionarios de transporte de pasajeros, taxistas incluidos, no entra por Dios ni por ley. Con esta experiencia, y las pérdidas millonarias que han producido el incumplimiento del pago de los préstamos y el daño a terceros que se ocasiona cada año sin indemnizarlo, obliga a expropiar la flota de autobuses. El estado debe recuperar los cupos, crear una empresa que tenga verdadera autonomía, y acordar la indemnización de los concesionarios tomando en consideración el ingreso reportado en su declaración de renta de los últimos cinco años. Esa indemnización tomaría en cuenta el valor actual de sus vehículos, y el promedio del ingreso declarado en el último lustro, y el monto que resulte se proyectaría al número de años que se determine para que reciban un pago anual.
Es tiempo de actuar, porque ¡sí se puede!
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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A tiro de piedra
Los buses chinos
El gremio de concesionarios de ruta de transporte de pasajeros de la capital, o al menos un sector de él, tiene en mente la adquisición de unos buses chinos para reemplazar a los conocidos como “diablos rojos”, así llamados por el color de su pintura y las diabluras que cometen en las calles y avenidas de la ciudad. Una idea nada despreciable, pero que tiene sus inconvenientes.
Un vistazo a los vehículos nos hace notar que su tamaño es mayor que los actuales en altura, largo y ancho; con puertas independientes de entrada y salida; y con motor apropiado - al menos en sus especificaciones - para las constantes paradas y arrancadas que exige el transporte urbano de pasajeros. También son capaces de transportar hasta 120 personas, 50 de ellas sentadas, con dos filas de asientos a cada lado; y con mejor visibilidad al frente para el conductor. Del vehículo en sí, poca queja tengo; ni siquiera aquello de la calidad y el suministro de piezas y repuestos, porque en el actual mundo globalizado, lo más probable sea que los motores hayan sido diseñados y construidos por alguna de las grandes fábricas de automotores europeas o americanas, y que las refacciones se encarguen directamente del fabricante o del distribuidor más cercano.
Fuera de lo anterior, me asaltan algunas dudas. ¿Conservarán inalteradas las especificaciones de fábrica, o alterarán, como es su costumbre, la capacidad de los puestos estrechando el pasillo? ¿Utilizarán ambas puertas, o clausurarán la de salida para quedarse sólo con una? ¿Cambiarán la máquina por una más potente, y eliminarán el gobernador de velocidad para que corra más? ¿Los conducirán exclusivamente por las avenidas, o los meterán por calles estrechas para acortar camino provocando tranques? ¿Le darán el mantenimiento adecuado? ¿Demorarán en las paradas para llenarlo de pasajeros y ganar más plata? ¿Los atravesarán bloqueando el paso a otros conductores, porque no quieren entrar del todo a las paradas? ¿Volverán a financiarlo con dinero del estado? ¿Pagarán todo lo prestado, o los más vivos se harán los “chivos locos” como en otras ocasiones? ¿Cometerán la imprudencia de transitar por los corredores viales de alta velocidad con decenas de pasajeros en pie?
Como ya se puede suponer, el problema grave está en la actitud y los hábitos de los conductores y propietarios de los autobuses; no en el vehículo. Es en la mentalidad de aquellos donde está el mal.
Ya es un hecho comprobado, hasta la saciedad, que el gremio capitalino de concesionarios de transporte de pasajeros, taxistas incluidos, no entra por Dios ni por ley. Con esta experiencia, y las pérdidas millonarias que han producido el incumplimiento del pago de los préstamos y el daño a terceros que se ocasiona cada año sin indemnizarlo, obliga a expropiar la flota de autobuses. El estado debe recuperar los cupos, crear una empresa que tenga verdadera autonomía, y acordar la indemnización de los concesionarios tomando en consideración el ingreso reportado en su declaración de renta de los últimos cinco años. Esa indemnización tomaría en cuenta el valor actual de sus vehículos, y el promedio del ingreso declarado en el último lustro, y el monto que resulte se proyectaría al número de años que se determine para que reciban un pago anual.
Es tiempo de actuar, porque ¡sí se puede!
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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