viernes, 22 de febrero de 2008

Corrupción y nuestro ser discípulos

2008-02-24
La Voz del Pastor
Corrupción y nuestro ser discípulos

La percepción de corrupción en los dominios de la política y de la economía, se ha vuelto un lugar común y, hasta en ocasiones, un juicio temerario, por presuponer corrupción sin algún tipo de prueba de ello. Precisamente, la desconfianza en instituciones de la vida pública procede de esta percepción de corrupción. Ahora bien, aunque la corrupción la asociemos a las esferas de lo político y de lo económico y es así como en los medios de comunicación se acostumbra a hablar de ella, por el daño que ocasiona, ella es también una cuestión ética; es decir, se trata de una opción ¿por el bien o por el mal?

La corrupción consiste en realizar transacciones no éticas o ilegales, entre dos o más agentes y que perjudican a un tercero. Hay una transacción mala entre dos partes y una infidelidad a un tercero; no es lo mismo que un robo.

Supongamos que alguien de una administración pública hace una componenda ilegítima con una empresa para la adjudicación de un contrato; las dos partes están perjudicando al pueblo, son infieles a él, y, en particular, a los más pobres, que son los que más necesitan los apoyos del Estado.

Todavía más, la corrupción es pecado y ocasión para más agravantes de pecado; es decir, la corrupción es camino de muerte, negación del Dios de la Vida, que se nos ha revelado en Cristo Jesús. Daña a las personas y daña al orden social. Pecado personal y pecado social, no mera cuestión político-económica. Puede ser de mucha utilidad volver a leer la exhortación apostólica Reconciliación y Penitencia, del siervo de Dios Juan Pablo II.

Se dice que un Estado burocratizado es un incentivo para la corrupción; que donde hay que realizar muchos trámites para una gestión, hay una invitación a la corrupción, pero hay otras situaciones. También, por ejemplo, en tiempos cercanos a elecciones generales, las tentaciones para el que teme perder el puesto, pueden ser muy grandes, sin embargo, no es fatal caer en ellas; está en juego una libre opción.

Leyes y reglamentos son ayuda para impedir la corrupción, pero son insuficientes y siempre hay el riesgo de que no se cumplan; de la impunidad. El cero corrupción pareciera no de este mundo, pero no es excusa para no tomar las medidas que ayuden a hacerla lo más imposible que se pueda.

Dentro de esta Cuaresma, revisemos nuestras vidas personales y ciudadanas. Hace falta la conversión del corazón. Es imprescindible la formación de la conciencia moral y ésta es una tarea, en primer lugar, de la familia. ¿Nuestras familias panameñas las cumplen? Los padres, ellos, ¿tienen también formadas sus conciencias? Tarea de familia, de la escuela del hogar, pero también de la Iglesia. Los sacerdotes y todos los católicos, debemos poner particular cuidado en el cumplimiento de esta docencia de la formación de la conciencia moral.

Vale para la corrupción y vale para toda conducta humana porque toda conducta tiene una dimensión ética; para el católico, además, coherencia con la fe que profesa. Cuando entre panameños nos quejamos de males que vemos en la vida pública, quizás estamos lanzando piedras a nuestro propio tejado, porque esos males, ¿no serán producto de negligencias en la vida familiar y en nuestra labor como personas responsables?

Mons. Pablo Varela
Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Panamá

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