2008-02-17
La Voz del Pastor
¡Nosotros serviremos al Señor!
Cuaresma es el tiempo santo que la iglesia dedica a preparar concienzudamente la solemnidad de la pascua del Señor- su pasión, muerte, resurrección y envío del Espíritu Santo- y nuestra participación en ella, por los sacramentos de iniciación cristiana: el bautismo, la confirmación y la eucaristía.
Por eso, la Iglesia destaca el significado de estos sacramentos, más un sacramento de recuperación, el de la penitencia o reconciliación, para los que han caído de la gracia inicial.
De igual manera, se acentúa en esta época la preparación de los catecúmenos que recibirán la iniciación el Sábado Santo, cuando los ya iniciados renovarán solemnemente sus compromisos bautismales.
La exhortación a convertirnos y creer en el Evangelio que escuchamos el Miércoles de Ceniza, es un llamado a volver al hogar paterno y recuperar nuestra identidad de hijos en el Hijo de Dios, sacerdote y Cordero de Dios, profeta y maestro, rey y pastor.
El Espíritu Santo, Señor y Dador de Vida, recibido en la iniciación cristiana es quien nos vincula con Jesús, el Cristo o ungido con el Espíritu. En Él somos otros cristos. Recordemos que, en Israel, inicialmente sólo los reyes y los sacerdotes eran ungidos con el Espíritu. Posteriormente también lo fueron los profetas.
El rey, ungido del Señor, no era un potentado absoluto, como en otras naciones orientales, sino el lugarteniente del Señor, fiel y compasivo, lento a la cólera y rico en misericordia. Israel ora por el rey para que en sus días florezca la justicia y haya prosperidad. Y confía en que él librará al pobre que suplica, al humilde indefenso; se apiadará del pobre desvalido y rescatará a los indigentes librándolos de la violencia y la opresión (cf sal. 72).
El rey debe ser como el rostro humano del Señor, fiel y misericordioso, y lo será en la medida en que brille en él la fidelidad y la obediencia a los preceptos de la alianza. Saúl fue destronado precisamente por su desobediencia, y David se salvó, porque supo hacer penitencia por sus muchos y graves pecados.
El Siervo del Señor de los cuatro cánticos del profeta Isaías es un modelo de conducta para el rey, en cuanto encarnación de la personalidad corporativa de la nación: Ungido por el Señor para liberar a cautivos y oprimidos, reunir a los hijos dispersos de Israel y ser luz para las naciones, carga con los pecados del pueblo, a pesar de su inocencia. Enviado a salvar a los hombres, es obediente hasta la muerte, por eso recibe una multitud en herencia (cf Is 53). En el libro de Daniel, es el hombre que viene sobre las nubes, y recibe gloria, honor y poder, de manos del anciano. (Dan 7:14).
En todos estos casos, se trata de tipos y figuras de Jesús, el Cristo o Ungido del Señor, obediente a Dios hasta la muerte, y muerte de cruz, por lo que ha sido confirmado en la función de Señor y Mesías, ante el cual se dobla toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el abismo (cf Fil 2: 6-11).
Este es el Siervo del Señor, presentado en el bautismo, en quien Dios se complace. Por el bautismo, Dios nos ha destinado a reproducir la imagen de su Hijo, llamado a ser el primogénito entre muchos hermanos (cf Rom 8:29). Animados por su Espíritu, que nos configura con él, podemos rechazar enérgicamente las insinuaciones del seductor para reclamar el homenaje de nuestra obediencia, que sólo a Dios debemos. En nuestro paso por la vida escucharemos al seductor proponernos "ser como Dios", si le obedecemos a él. Por eso importa desenmascararlo, como Jesús, mediante la Sagrada Escritura, en el desierto; o con la fuerte reprensión a Pedro, cuando quiso desviarlo de su vocación y misión (cf Mt 16).
Nos convertimos, en definitiva, cuando decidimos obedecer al Señor, a todo lo largo de nuestra vida, y no al mundo o a los ídolos. Esta fue la opción de Josué y su familia, en Siquen (Jos 24); Y la de Pedro y Juan frente a los tribunales que pretendían impedirles anunciar a Jesucristo como Salvador (cf Hch 3:1-26). También debe ser la nuestra en nuestros días en que múltiples seductores se empeñan en convencernos de que el camino hacia la plena realización humana, "ser como Dios", pasa por el pecado, conversión a la criatura y aversión a Dios, obediencia a la criatura y rebeldía ante Dios.
Sin embargo, Jesús, ungido con el Espíritu, y obediente a Dios, que pasó por el mundo liberando a cautivos y oprimidos y predicando la buena noticia del Reino a los pobres, unido a Dios, su Padre, nos enseña, que Dios se complace en compartir su propia vida, engendrando nuevos hijos, por la fe en Jesús, Hijo de Dios y Mesías obediente, en quien se deleita. ¡Que él, Camino, Verdad y Vida nos enseñe a vivir así nuestro bautismo!, como auténticos discípulos y misioneros suyos.
Mons. Oscar Mario Brown J.
Obispo de Santiago de Veraguas
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La Voz del Pastor
¡Nosotros serviremos al Señor!
Cuaresma es el tiempo santo que la iglesia dedica a preparar concienzudamente la solemnidad de la pascua del Señor- su pasión, muerte, resurrección y envío del Espíritu Santo- y nuestra participación en ella, por los sacramentos de iniciación cristiana: el bautismo, la confirmación y la eucaristía.
Por eso, la Iglesia destaca el significado de estos sacramentos, más un sacramento de recuperación, el de la penitencia o reconciliación, para los que han caído de la gracia inicial.
De igual manera, se acentúa en esta época la preparación de los catecúmenos que recibirán la iniciación el Sábado Santo, cuando los ya iniciados renovarán solemnemente sus compromisos bautismales.
La exhortación a convertirnos y creer en el Evangelio que escuchamos el Miércoles de Ceniza, es un llamado a volver al hogar paterno y recuperar nuestra identidad de hijos en el Hijo de Dios, sacerdote y Cordero de Dios, profeta y maestro, rey y pastor.
El Espíritu Santo, Señor y Dador de Vida, recibido en la iniciación cristiana es quien nos vincula con Jesús, el Cristo o ungido con el Espíritu. En Él somos otros cristos. Recordemos que, en Israel, inicialmente sólo los reyes y los sacerdotes eran ungidos con el Espíritu. Posteriormente también lo fueron los profetas.
El rey, ungido del Señor, no era un potentado absoluto, como en otras naciones orientales, sino el lugarteniente del Señor, fiel y compasivo, lento a la cólera y rico en misericordia. Israel ora por el rey para que en sus días florezca la justicia y haya prosperidad. Y confía en que él librará al pobre que suplica, al humilde indefenso; se apiadará del pobre desvalido y rescatará a los indigentes librándolos de la violencia y la opresión (cf sal. 72).
El rey debe ser como el rostro humano del Señor, fiel y misericordioso, y lo será en la medida en que brille en él la fidelidad y la obediencia a los preceptos de la alianza. Saúl fue destronado precisamente por su desobediencia, y David se salvó, porque supo hacer penitencia por sus muchos y graves pecados.
El Siervo del Señor de los cuatro cánticos del profeta Isaías es un modelo de conducta para el rey, en cuanto encarnación de la personalidad corporativa de la nación: Ungido por el Señor para liberar a cautivos y oprimidos, reunir a los hijos dispersos de Israel y ser luz para las naciones, carga con los pecados del pueblo, a pesar de su inocencia. Enviado a salvar a los hombres, es obediente hasta la muerte, por eso recibe una multitud en herencia (cf Is 53). En el libro de Daniel, es el hombre que viene sobre las nubes, y recibe gloria, honor y poder, de manos del anciano. (Dan 7:14).
En todos estos casos, se trata de tipos y figuras de Jesús, el Cristo o Ungido del Señor, obediente a Dios hasta la muerte, y muerte de cruz, por lo que ha sido confirmado en la función de Señor y Mesías, ante el cual se dobla toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el abismo (cf Fil 2: 6-11).
Este es el Siervo del Señor, presentado en el bautismo, en quien Dios se complace. Por el bautismo, Dios nos ha destinado a reproducir la imagen de su Hijo, llamado a ser el primogénito entre muchos hermanos (cf Rom 8:29). Animados por su Espíritu, que nos configura con él, podemos rechazar enérgicamente las insinuaciones del seductor para reclamar el homenaje de nuestra obediencia, que sólo a Dios debemos. En nuestro paso por la vida escucharemos al seductor proponernos "ser como Dios", si le obedecemos a él. Por eso importa desenmascararlo, como Jesús, mediante la Sagrada Escritura, en el desierto; o con la fuerte reprensión a Pedro, cuando quiso desviarlo de su vocación y misión (cf Mt 16).
Nos convertimos, en definitiva, cuando decidimos obedecer al Señor, a todo lo largo de nuestra vida, y no al mundo o a los ídolos. Esta fue la opción de Josué y su familia, en Siquen (Jos 24); Y la de Pedro y Juan frente a los tribunales que pretendían impedirles anunciar a Jesucristo como Salvador (cf Hch 3:1-26). También debe ser la nuestra en nuestros días en que múltiples seductores se empeñan en convencernos de que el camino hacia la plena realización humana, "ser como Dios", pasa por el pecado, conversión a la criatura y aversión a Dios, obediencia a la criatura y rebeldía ante Dios.
Sin embargo, Jesús, ungido con el Espíritu, y obediente a Dios, que pasó por el mundo liberando a cautivos y oprimidos y predicando la buena noticia del Reino a los pobres, unido a Dios, su Padre, nos enseña, que Dios se complace en compartir su propia vida, engendrando nuevos hijos, por la fe en Jesús, Hijo de Dios y Mesías obediente, en quien se deleita. ¡Que él, Camino, Verdad y Vida nos enseñe a vivir así nuestro bautismo!, como auténticos discípulos y misioneros suyos.
Mons. Oscar Mario Brown J.
Obispo de Santiago de Veraguas
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