2008-02-10
A tiro de piedra
Una visita a La Atalaya
Acabo de hacer un viaje a La Atalaya, como ya es costumbre aquí en el periódico. Es la visita previa a la gran romería que tiene su cenit el primer domingo de Cuaresma. Lo que pudiera parecer algo rutinario, no lo es. Atalaya, como se le llama comúnmente, siempre nos deja algo nuevo. Este año no es la excepción: conocimos al sacristán de monseñor Juan José Cánovas, gran impulsor de la famosa romería al Nazareno; y a una de las lugareñas de mayor edad, que a sus 102 años aún conserva toda su lucidez.
Desde muy pequeño he sido aficionado a hablar con los ancianos, por el conocimiento y la experiencia que le dan sabiduría. Allí, con don Ismael Valdés y doña Encarnación Marín, me sentía a gusto. El, bautizado y casado por monseñor Cánovas, contaba con fruición su experiencia con ese gran cura de almas. Lo que más recuerda de él es su caridad con los enfermos, y los largos viajes a caballo por los poblados lejanos de la circunscripción parroquial. Mamá-otra, o Chon, como llaman a doña Encarnación, habló muy poco. Su voz fuerte. Su mirada viva reflejada en sus ojos negros. Su hospitalidad. Toda su personalidad así reflejada, complementada con su hablar pausado, frases escuetas y directas, y su franqueza patente.
Atalaya, con su basílica menor, una de las dos existentes en el país (la segunda es la de Don Bosco, en la capital), ha visto llegar a los romeros desde la época colonial. Por mucho tiempo la romería se celebró sólo durante el Primer Domingo de Cuaresma. Con Cánovas y los padres Cruzados de San Juan, se extendió desde el Miércoles de Ceniza hasta el domingo primero de Cuaresma.
Frente al templo, que está orientado hacia el mar porque era el antiguo camino de entrada al pueblo, al que se llegaba por vía marítima, hay una pequeña construcción que aparenta venir desde la colonia. Es una casita que, según doña Chon, sirvió de escuela. De hecho, ella asistió a la primaria allí. También pudo haber sido cuartel militar o cárcel. Al comentárselo a don Ismael, me dijo que de niño había escuchado que sirvió de prisión. Hoy es un depósito municipal, en el que se guarda materiales y las figuras del Nacimiento que levanta el pueblo para Navidad. El repello y las reparaciones recientes, le ha dañado se estructura de ladrillos cocidos.
La Atalaya, población de la que hablaba mi abuela Clementina con veneración, cada vez que se acercaba la fecha de la romería y preparaba su viaje hacia allá, merece mayor atención. Ya sea por su historia, o por su cercanía a la zona turística de Mariato, ningún esfuerzo sería en vano por dotarla de la infraestructura y los servicios que la potencien como punto obligado de parada para propios y extraños.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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A tiro de piedra
Una visita a La Atalaya
Acabo de hacer un viaje a La Atalaya, como ya es costumbre aquí en el periódico. Es la visita previa a la gran romería que tiene su cenit el primer domingo de Cuaresma. Lo que pudiera parecer algo rutinario, no lo es. Atalaya, como se le llama comúnmente, siempre nos deja algo nuevo. Este año no es la excepción: conocimos al sacristán de monseñor Juan José Cánovas, gran impulsor de la famosa romería al Nazareno; y a una de las lugareñas de mayor edad, que a sus 102 años aún conserva toda su lucidez.
Desde muy pequeño he sido aficionado a hablar con los ancianos, por el conocimiento y la experiencia que le dan sabiduría. Allí, con don Ismael Valdés y doña Encarnación Marín, me sentía a gusto. El, bautizado y casado por monseñor Cánovas, contaba con fruición su experiencia con ese gran cura de almas. Lo que más recuerda de él es su caridad con los enfermos, y los largos viajes a caballo por los poblados lejanos de la circunscripción parroquial. Mamá-otra, o Chon, como llaman a doña Encarnación, habló muy poco. Su voz fuerte. Su mirada viva reflejada en sus ojos negros. Su hospitalidad. Toda su personalidad así reflejada, complementada con su hablar pausado, frases escuetas y directas, y su franqueza patente.
Atalaya, con su basílica menor, una de las dos existentes en el país (la segunda es la de Don Bosco, en la capital), ha visto llegar a los romeros desde la época colonial. Por mucho tiempo la romería se celebró sólo durante el Primer Domingo de Cuaresma. Con Cánovas y los padres Cruzados de San Juan, se extendió desde el Miércoles de Ceniza hasta el domingo primero de Cuaresma.
Frente al templo, que está orientado hacia el mar porque era el antiguo camino de entrada al pueblo, al que se llegaba por vía marítima, hay una pequeña construcción que aparenta venir desde la colonia. Es una casita que, según doña Chon, sirvió de escuela. De hecho, ella asistió a la primaria allí. También pudo haber sido cuartel militar o cárcel. Al comentárselo a don Ismael, me dijo que de niño había escuchado que sirvió de prisión. Hoy es un depósito municipal, en el que se guarda materiales y las figuras del Nacimiento que levanta el pueblo para Navidad. El repello y las reparaciones recientes, le ha dañado se estructura de ladrillos cocidos.
La Atalaya, población de la que hablaba mi abuela Clementina con veneración, cada vez que se acercaba la fecha de la romería y preparaba su viaje hacia allá, merece mayor atención. Ya sea por su historia, o por su cercanía a la zona turística de Mariato, ningún esfuerzo sería en vano por dotarla de la infraestructura y los servicios que la potencien como punto obligado de parada para propios y extraños.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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