2008-08-03
La Voz del Pastor
A pensar en tiempos electorales
La democracia es algo más que una forma de gobierno, y algo más que la elección de unos representantes por sufragio universal y libre. La democracia es una forma de entender la vida y la organización social que facilita al ser humano a vivir como persona.
El fundamento de la democracia es la persona humana en su dimensión comunitaria, porque su identidad se construye en el encuentro con los demás, en la comunicación y el reconocimiento de cada ser humano para construir un futuro en común. No basta con la garantía de sus derechos subjetivos y sus propios intereses; no puede haber bien individual sin bien común, con los elementos de gratuidad que ello conlleva.
Por ello, la democracia es una opción ética porque descansa sobre el valor de la persona humana y su dignidad. A la vez, la ética impone algunas exigencias a la democracia, la cuestiona permanentemente y la obliga a moverse dentro de ciertos parámetros a fin de lograr determinados resultados, como lo son que los pobres puedan ejercer el derecho de participar, gozar de los bienes mate-riales y hacer fructificar su capacidad de trabajo.
Todo esto es sabido, pero vale la pena recordarlo en el actual clima político, porque hay que irse formando una conciencia ciudadana al respecto e ir pensando qué hay que preguntar a los que van siendo proclamados candidatos y candidatas. Desde la fe todavía con cuánta mayor razón. Hay que discernir y hasta autocuestionarse: ¿votaré por quienes creo que nos beneficiarán en sentido individualista o realmente priorizo el bien común?
Aunque en estas elecciones las encuestas señalan en primer lugar de las preocupaciones el costo de la canasta básica y no la corrupción, ésta sigue siendo un desafío, al mismo tiempo que incide entre las causales del alto costo de la vida. Ahora bien, no basta con la voluntad política de un candidato electoral o de un gobernante austero en su gestión y sensible al sufrimiento de los pobres y excluidos pues se necesita que todos seamos honestos en todos los actos de la vida pública y privada; a la hora de votar y siempre. No puede prosperar un gobierno honesto en una sociedad corrupta.
El no a la corrupción comienza en la escuela de los auténticos valores: la familia. En el seno de la familia se aprenden; en la educación se cultivan. Así se prepara el camino para construir. La ética pública es inseparable de la ética privada.
Como decía una carta pastoral de la Conferencia Episcopal Panameña ya en junio de 1978, de lo que se trata para el país es de "...Una democracia política, económica y social que reconoce el valor inestimable de la persona, asegura el bienestar de todos, y los impulsa a su promoción integral en un clima de concordia y armonía". Si esto era así en 1978, ¡cuánto más en nuestros días cuando las posibilidades de realización son mucho más amplias y con el recorrido de más de una década en democracia!
Coincidiendo con este año antesala electoral, en la Iglesia estamos empapándonos en el Documento de Aparecida y así vamos preparándonos para un relanzamiento misionero Entonces, es conveniente hacer notar que en el Documento hay muchas valiosas indicaciones y orientaciones para el compromiso laico en el campo de la política y para el discernimiento en una atmósfera electoral. Es parte de la acción misionera la contribución a la construcción de la “ciudad de la tierra”, aportando los valores del Reino que se nos revela en Jesucristo.
Mons. Pablo Varela Server
Obispo Auxiliar
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La Voz del Pastor
A pensar en tiempos electorales
La democracia es algo más que una forma de gobierno, y algo más que la elección de unos representantes por sufragio universal y libre. La democracia es una forma de entender la vida y la organización social que facilita al ser humano a vivir como persona.
El fundamento de la democracia es la persona humana en su dimensión comunitaria, porque su identidad se construye en el encuentro con los demás, en la comunicación y el reconocimiento de cada ser humano para construir un futuro en común. No basta con la garantía de sus derechos subjetivos y sus propios intereses; no puede haber bien individual sin bien común, con los elementos de gratuidad que ello conlleva.
Por ello, la democracia es una opción ética porque descansa sobre el valor de la persona humana y su dignidad. A la vez, la ética impone algunas exigencias a la democracia, la cuestiona permanentemente y la obliga a moverse dentro de ciertos parámetros a fin de lograr determinados resultados, como lo son que los pobres puedan ejercer el derecho de participar, gozar de los bienes mate-riales y hacer fructificar su capacidad de trabajo.
Todo esto es sabido, pero vale la pena recordarlo en el actual clima político, porque hay que irse formando una conciencia ciudadana al respecto e ir pensando qué hay que preguntar a los que van siendo proclamados candidatos y candidatas. Desde la fe todavía con cuánta mayor razón. Hay que discernir y hasta autocuestionarse: ¿votaré por quienes creo que nos beneficiarán en sentido individualista o realmente priorizo el bien común?
Aunque en estas elecciones las encuestas señalan en primer lugar de las preocupaciones el costo de la canasta básica y no la corrupción, ésta sigue siendo un desafío, al mismo tiempo que incide entre las causales del alto costo de la vida. Ahora bien, no basta con la voluntad política de un candidato electoral o de un gobernante austero en su gestión y sensible al sufrimiento de los pobres y excluidos pues se necesita que todos seamos honestos en todos los actos de la vida pública y privada; a la hora de votar y siempre. No puede prosperar un gobierno honesto en una sociedad corrupta.
El no a la corrupción comienza en la escuela de los auténticos valores: la familia. En el seno de la familia se aprenden; en la educación se cultivan. Así se prepara el camino para construir. La ética pública es inseparable de la ética privada.
Como decía una carta pastoral de la Conferencia Episcopal Panameña ya en junio de 1978, de lo que se trata para el país es de "...Una democracia política, económica y social que reconoce el valor inestimable de la persona, asegura el bienestar de todos, y los impulsa a su promoción integral en un clima de concordia y armonía". Si esto era así en 1978, ¡cuánto más en nuestros días cuando las posibilidades de realización son mucho más amplias y con el recorrido de más de una década en democracia!
Coincidiendo con este año antesala electoral, en la Iglesia estamos empapándonos en el Documento de Aparecida y así vamos preparándonos para un relanzamiento misionero Entonces, es conveniente hacer notar que en el Documento hay muchas valiosas indicaciones y orientaciones para el compromiso laico en el campo de la política y para el discernimiento en una atmósfera electoral. Es parte de la acción misionera la contribución a la construcción de la “ciudad de la tierra”, aportando los valores del Reino que se nos revela en Jesucristo.
Mons. Pablo Varela Server
Obispo Auxiliar
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