jueves, 28 de agosto de 2008

La Asunción de María y la lucha contra la corrupción

2008-08-17
La Voz del Pastor
La Asunción de María y la lucha contra la corrupción

En la constitución apostólica “Munifficentis-simus Deus, de Pío XII, del 1º de noviembre de 1950, el Papa proclamó, declaró y definió que es enseñanza oficial de la Iglesia contenida en las fuentes de la revelación- la Escritura y la Tradición-, que la Inmaculada Madre de Dios, siempre virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asumida en cuerpo y alma a la gloria celestial.

Esto significa que María murió como todos los seres humanos, incluido el Hijo de Dios, pero que no experimentó la corrupción del sepulcro, por su estrecha unión a Cristo. Los antiguos hablaban de la dormisión de María.

A partir del siglo II, los Santos Padres presentan a María como nueva Eva estrechamente unida al nuevo Adán, Cristo, en su lucha contra el enemigo infernal, aunque subordinada a Él. En este combate, la descendencia de la mujer vencerá ampliamente al pecado y la muerte, como muestra el protoevangelio (Gén 3:15). En Rom 5 y 6 y 1 Cor 15:21-26, 54-57), encontramos el eco de esta lucha.

La gloriosa resurrección de Cristo, fue parte esencial de esta victoria y el máximo trofeo. Por eso, “la lucha común de la bienaventurada Virgen y su Hijo tenía que terminar con la glorificación de su cuerpo virginal”. En efecto, María, la Madre de Dios, misteriosamente unida a Jesucristo, desde toda la eternidad, aliada generosa del Divino Redentor, victorioso sobre el pecado y sus consecuencias, recibió la gracia de “ser preservada incólume de la corrupción del sepulcro, para ser elevada a la suprema gloria del cielo, como ya lo había sido su Hijo, vencida la muerte. Allí brillará a la derecha de su Hijo el Rey inmortal de los siglos ( 1 Tim 1:17).

Por este motivo, la solemnidad de la Asunción de María se puede considerar como la fiesta de su glorificación. Y se asimila a la Ascensión del Señor. En efecto, en aquella celebración el humilde Siervo del Señor, Cordero inocente, llevado al matadero en sustitución de los pecadores, obediente hasta la muerte, recibe una multitud en herencia (cf Is 52:13-53:12), así como el Hijo de hombre, del libro de Daniel recibe el dominio, la gloria y el reino, de manos del Anciano (7:14).

A este siervo, Jesús, obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz, se le da el título que está por encima de todo título- Señor y Mesías-, de modo que al nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el abismo, y toda lengua proclame, para gloria de Dios Padre: Jesucristo es el Señor (cf Fil 2:6-11).

En la Asunción ,María, la humilde sierva del Señor, pobre y obediente, es glorificada por el mismo Dios que la preservó de toda mancha de pecado original, aplicándole anticipadamente los méritos de la pasión de su Hijo. En Cristo, Dios ha querido bendecirla con toda clase de bendición espiritual y celestial. En Él, la eligió para que fuera santa e inmaculada, desde antes de la fundación del mundo. Por su sangre, la preservó del pecado, y le concedió el ser hija adoptiva de Dios y heredera de la gloria (cf Ef 1:3-8) y es que María recibe por gracia anticipada lo que los demás creyentes recibimos a través de los sacramentos de iniciación cristiana, por mediación de la Iglesia.

María es un miembro supereminente de la Iglesia, como diría san Agustín: Ella “es tipo y figura de la Iglesia, en el orden de la fe, la caridad y la perfecta unión con Cristo”, dirá el concilio Vaticano segundo (LG 63-65). Por eso a ella se aplica con toda propiedad lo que enseña san Pablo acerca de los que aman a Dios: “Todas las cosas obran a favor de estos, que han sido llamados, según el designio de Dios, ya que a los que conoció de antemano también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que El fuera el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, los justificó, y a los que justificó, los glorificó” (Rom 8:28-30).

Los dogmas son corolarios que afectan con contundencia la vida de los creyentes. La revelación tiene una finalidad salvífica. Esto es evidente en el dogma de la Asunción de María. En Él los cristianos tenemos la prenda más patente de que es posible combatir la corrupción y hasta erradicarla del mundo, cuando se obra en íntima alianza de pensamiento, palabra y acción con Dios, por Jesucristo, en el Espíritu. La doctrina no podía ser más oportuna para esta comunidad nuestra panameña, herida por tantas situaciones de corrupción pública y privada.

Vale la pena describir el fenómeno, si hemos de combatirlo: Corromper es echar a perder, como las carnes desprotegidas. En sentido figurado es depravar, es decir, malear. En este sentido, Sócrates fue acusado de depravar a la juventud. Corromper también es seducir, engañar. Son múltiples las posibilidades del engaño o seducción. El prevaricato y el peculado son casos emblemáticos. Prevaricar es faltar a los deberes del propio cargo o la propia condición. Es el caso del estudiante que no estudia, el obrero que no se gana honradamente su jornal, el profesional desleal, el juez que no hace justicia o que acepta soborno. Hay peculado cuando el que administra los caudales del erario los hurta o permite que otros los hurten. Esto incluye todo el patrimonio ecológico de la nación. Uno de los mayores cómplices de la corrupción es la difusión de actitudes que no sólo disculpan el engaño en las relaciones interpersonales, sino que lo ensalzan, siempre y cuando logre sus objetivos con descaro e impunidad. Sólo se critica el dejarse sorprender en la comisión del delito.

Es necesario reforzar el sistema de justicia para que ésta sea equilibrada, expedita e imparcial. No debe prosperar la noción de que las cárceles son sólo para los pobres y la impunidad para los ricos : “Al que roba un peso lo ponen preso, pero al que roba un millón le dicen don”, como reza el dicho popular.

Para que haya corruptos tiene que haber corruptores. La pelea contra la corrupción exige la transformación de unos y otros. El país no alcanzará un desarrollo humano, pleno, sostenible y sustentable, si no se extirpa este flagelo. El dogma de la Asunción de María nos invita a incorporarnos en este combate con la fe, el entusiasmo y el ardor del que apuesta por el triunfo definitivo de la descendencia de la mujer sobre la muerte y la corrupción (Gn 3:15; Ap 12:1-17) y la expansión universal del Reino de Cristo, después de someter a todos sus enemigos, incluida la misma muerte ( 1 Cor 15:20-28).

Mons. Oscar Mario Brown J.
Obispo de Santiago

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