2008-08-24
La Voz del Pastor
La alegría de ser discípulos y misioneros
El acontecimiento eclesial de la Iglesia en América Latina y el Caribe más importante en fecha reciente, ha sido, sin duda, la V Conferencia General del Episcopado reunido en APARECIDA (Brasil, mayo 2007). Como fruto de este encuentro continental, los Obispos nos ofrecen un documento destinado a iluminar doctrinal y pastoralmente la acción evangelizadora de la Iglesia. Nos sentimos, pues, obligados a profundizar en su contenido para apropiarnos de toda su riqueza.
Nos ha parecido pertinente detenernos en un aspecto que en principio puede parecer irrelevante, secundario y hasta inocuo. Me refiero a la nota de la alegría que debe caracterizar tanto la persona del discípulo como el mensaje del que es portador.
Vamos a considerar en primer lugar el dato estadístico, que da cuenta de las ocasiones en que el concepto aparece en el texto del Documento de Aparecida (DA). Aunque sea para picar la curiosidad del lector, le invitamos a verificar en el índice analítico del documento (DA, pág. 293) las veces en que aparece la palabra alegría. En treinta y nueve ocasiones se menciona el término en contextos variados. Amén de las ocasiones, en que por exigencias del contexto y de la reflexión propuestas, se aluda por extensión a vocablos afines.
En esta lectura podemos destacar cómo en nuestros pueblos se da “aún en condiciones difíciles” (DA,7) una alegría de vivir alimentada y expresada a través de la fe y la tradición católica, como ponen de manifiesto las prácticas más frecuentes de la religiosidad popular. El documento exhorta a todos, pastores y fieles, a vivir con alegría su vocación de discípulos y misioneros: “No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos, no obstante todas las dificultades y resistencias” (DA,14)
¿De dónde brota esta alegría? El documento es bien claro: estamos delante de un don, una gracia que se nos ha dado: “Nuestra alegría, pues, se basa en al amor del Padre, en la participación en el misterio pascual de Jesucristo, quien, por el Espíritu Santo, nos hace pasar de la muerte a la vida, de la tristeza al gozo, del absurdo al hondo sentido de la existencia, del desaliento a la esperanza que no defrauda”.
De lo anterior se deduce que la alegría de la que habla Aparecida es aquella que San Pablo menciona en la Carta a los Gálatas como “fruto del Espíritu” (Gálatas 5, 22). No estamos delante de un mero sentimiento humano, pasajero y artificial, que así como llega se va, sino de una actitud que brota de la fe y el amor cristiano y que mantiene viva la esperanza y el compromiso, aún en situaciones adversas.
No es casual, por tanto, que ya en la Introducción del documento se insista: “Conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo, seguirlo es una gracia, y transmitir este tesoro a los demás es un encargo que el Señor, al llamarnos y elegirnos, nos ha confiado” (DA,18).
Terminamos esta reflexión invitando al lector a examinar y juzgar si efectivamente estamos todos, pastores y fieles, dando este testimonio gozoso del Señor Jesús tan necesario en este tiempo en el cunde por todas partes el pesimismo y la desesperanza.
Mons. Aníbal Saldaña
Obispo Prelado de Bocas del Toro
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La Voz del Pastor
La alegría de ser discípulos y misioneros
El acontecimiento eclesial de la Iglesia en América Latina y el Caribe más importante en fecha reciente, ha sido, sin duda, la V Conferencia General del Episcopado reunido en APARECIDA (Brasil, mayo 2007). Como fruto de este encuentro continental, los Obispos nos ofrecen un documento destinado a iluminar doctrinal y pastoralmente la acción evangelizadora de la Iglesia. Nos sentimos, pues, obligados a profundizar en su contenido para apropiarnos de toda su riqueza.
Nos ha parecido pertinente detenernos en un aspecto que en principio puede parecer irrelevante, secundario y hasta inocuo. Me refiero a la nota de la alegría que debe caracterizar tanto la persona del discípulo como el mensaje del que es portador.
Vamos a considerar en primer lugar el dato estadístico, que da cuenta de las ocasiones en que el concepto aparece en el texto del Documento de Aparecida (DA). Aunque sea para picar la curiosidad del lector, le invitamos a verificar en el índice analítico del documento (DA, pág. 293) las veces en que aparece la palabra alegría. En treinta y nueve ocasiones se menciona el término en contextos variados. Amén de las ocasiones, en que por exigencias del contexto y de la reflexión propuestas, se aluda por extensión a vocablos afines.
En esta lectura podemos destacar cómo en nuestros pueblos se da “aún en condiciones difíciles” (DA,7) una alegría de vivir alimentada y expresada a través de la fe y la tradición católica, como ponen de manifiesto las prácticas más frecuentes de la religiosidad popular. El documento exhorta a todos, pastores y fieles, a vivir con alegría su vocación de discípulos y misioneros: “No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos, no obstante todas las dificultades y resistencias” (DA,14)
¿De dónde brota esta alegría? El documento es bien claro: estamos delante de un don, una gracia que se nos ha dado: “Nuestra alegría, pues, se basa en al amor del Padre, en la participación en el misterio pascual de Jesucristo, quien, por el Espíritu Santo, nos hace pasar de la muerte a la vida, de la tristeza al gozo, del absurdo al hondo sentido de la existencia, del desaliento a la esperanza que no defrauda”.
De lo anterior se deduce que la alegría de la que habla Aparecida es aquella que San Pablo menciona en la Carta a los Gálatas como “fruto del Espíritu” (Gálatas 5, 22). No estamos delante de un mero sentimiento humano, pasajero y artificial, que así como llega se va, sino de una actitud que brota de la fe y el amor cristiano y que mantiene viva la esperanza y el compromiso, aún en situaciones adversas.
No es casual, por tanto, que ya en la Introducción del documento se insista: “Conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo, seguirlo es una gracia, y transmitir este tesoro a los demás es un encargo que el Señor, al llamarnos y elegirnos, nos ha confiado” (DA,18).
Terminamos esta reflexión invitando al lector a examinar y juzgar si efectivamente estamos todos, pastores y fieles, dando este testimonio gozoso del Señor Jesús tan necesario en este tiempo en el cunde por todas partes el pesimismo y la desesperanza.
Mons. Aníbal Saldaña
Obispo Prelado de Bocas del Toro
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