2008-06-01
A tiro de piedra
Picardía
La policía como institución es para mí uno de los pilares de la sociedad humana, porque es el conjunto de normas que la rige para garantizar el orden público. Por extensión, también se aplica el término al cuerpo uniformado que vela por el cumplimiento de las reglas de sana convivencia social. Pero, cuando los agentes de policía actúan de manera censurable, entonces pienso que tenemos el deber ciudadano de llamar la atención sobre el hecho.
Tal es el caso de un grupo de agentes comandados por el sargento Sierra, que, a bordo del autopatrulla 80076, se dedicó a “cazar” conductores en la autopista de Arraiján, de camino hacia Ciudad de Panamá por la ruta del Centenario. Según el sargento y sus comandados, esa es zona de 80 k.p.h. y todo el que excedía esa velocidad, cometía una infracción y merecía una multa. Todo habría estado bien, si no me hubiera percatado de lo selectivo que eran, y de la pesca en río revuelto que parecía la operación.
Cuando me detuvieron por, según ellos, ir a exceso de velocidad, mi primera reacción fue de asombro. No acostumbro a conducir a más de 100 kilómetros por hora en autopista y, desde hace algún tiempo, por economizar combustible, lo hago entre 70 y 90 kilómetros por hora. Al pedirme la licencia y decirme que iba a velocidad excesiva, mi respuesta fue firme y decidida: “con seguridad vengo a menos de 100”. Usted venía a 95 k.p.h. y esta es área poblada. De inmediato pregunté: y el camión que venía a mi lado, ¿a qué velocidad venía? El iba a menos que usted, dijo la mujer policía que ayudaba al sargento. Guardé prudente silencio, porque el asunto ya me olía mal.
Después de pasearse mi licencia de uno a otra y preguntarme dónde trabajaba, me hicieron esperar. Mientras lo hacía, el sargento, muy ufano, me mostraba la pantalla del radar, y ordenaba detener a más conductores: este viene a 84 y ese otro a 83. Le pregunté: ¿Acaso no hay un límite de tolerancia? Guardó silencio. Hice otra pregunta: ¿por qué no se colocan más abajo para hacer esto? Su respuesta me aclaró sus intenciones, y me limité a esperar hasta que me entregaron la multa.
Reanudé mi marcha pensando en qué otros lugares de la autopista sería más útil el esfuerzo del sargento y sus compañeros. Frente a ellos, a pesar de la cerca perimetral, la gente camina a la orilla de la vía. Hay un letrero que pide a los conductores una velocidad menor que el paño contrario, pero al parecer el sitio no es importante, a pesar que frente a sus ojos los autos corren a más del doble de la velocidad marcada en la señal. Igual el entronque del Centenario y la autopista hacia La Chorrera, o el cruce de Vacamonte, o los pasos improvisados de donde salen los carros temerariamente a la vía rápida. Allí, ni hay policías ni Sierra que se interese: 80076 ¡Lotería!
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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A tiro de piedra
Picardía
La policía como institución es para mí uno de los pilares de la sociedad humana, porque es el conjunto de normas que la rige para garantizar el orden público. Por extensión, también se aplica el término al cuerpo uniformado que vela por el cumplimiento de las reglas de sana convivencia social. Pero, cuando los agentes de policía actúan de manera censurable, entonces pienso que tenemos el deber ciudadano de llamar la atención sobre el hecho.
Tal es el caso de un grupo de agentes comandados por el sargento Sierra, que, a bordo del autopatrulla 80076, se dedicó a “cazar” conductores en la autopista de Arraiján, de camino hacia Ciudad de Panamá por la ruta del Centenario. Según el sargento y sus comandados, esa es zona de 80 k.p.h. y todo el que excedía esa velocidad, cometía una infracción y merecía una multa. Todo habría estado bien, si no me hubiera percatado de lo selectivo que eran, y de la pesca en río revuelto que parecía la operación.
Cuando me detuvieron por, según ellos, ir a exceso de velocidad, mi primera reacción fue de asombro. No acostumbro a conducir a más de 100 kilómetros por hora en autopista y, desde hace algún tiempo, por economizar combustible, lo hago entre 70 y 90 kilómetros por hora. Al pedirme la licencia y decirme que iba a velocidad excesiva, mi respuesta fue firme y decidida: “con seguridad vengo a menos de 100”. Usted venía a 95 k.p.h. y esta es área poblada. De inmediato pregunté: y el camión que venía a mi lado, ¿a qué velocidad venía? El iba a menos que usted, dijo la mujer policía que ayudaba al sargento. Guardé prudente silencio, porque el asunto ya me olía mal.
Después de pasearse mi licencia de uno a otra y preguntarme dónde trabajaba, me hicieron esperar. Mientras lo hacía, el sargento, muy ufano, me mostraba la pantalla del radar, y ordenaba detener a más conductores: este viene a 84 y ese otro a 83. Le pregunté: ¿Acaso no hay un límite de tolerancia? Guardó silencio. Hice otra pregunta: ¿por qué no se colocan más abajo para hacer esto? Su respuesta me aclaró sus intenciones, y me limité a esperar hasta que me entregaron la multa.
Reanudé mi marcha pensando en qué otros lugares de la autopista sería más útil el esfuerzo del sargento y sus compañeros. Frente a ellos, a pesar de la cerca perimetral, la gente camina a la orilla de la vía. Hay un letrero que pide a los conductores una velocidad menor que el paño contrario, pero al parecer el sitio no es importante, a pesar que frente a sus ojos los autos corren a más del doble de la velocidad marcada en la señal. Igual el entronque del Centenario y la autopista hacia La Chorrera, o el cruce de Vacamonte, o los pasos improvisados de donde salen los carros temerariamente a la vía rápida. Allí, ni hay policías ni Sierra que se interese: 80076 ¡Lotería!
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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