martes, 24 de junio de 2008

El Año Paulino y La Misión

2008-06-22
La Voz del Pastor
El Año Paulino y La Misión

Comentando 1 Co 16, 19, el papa Benedicto XVI recordaba: “Ese tipo de reunión es precisamente la que en griego se llama ekklesìa -en latín "ecclesia", en italiano "chiesa", en español "iglesia"-, que quiere decir convocación, asamblea, reunión (…) en la primera mitad del siglo I, y en el siglo II, las casas de los cristianos se transforman en auténtica "iglesia".

Lo que el Papa Benedicto XVI señala tiene su germen en las opciones misioneras de San Pablo y su puesta en práctica, que han sido claves a lo largo del bimilenio que ahora comenzamos a celebrar. No es extraño que el Documento de Aparecida 156, por ejemplo, en su concepción de discípulos misioneros, de una Iglesia misionera, de comunidades discípulos misioneros, destaque la pertenencia a una comunidad concreta. ¿Cómo ser discípulo misionero sin una vivencia concreta de la fe en una comunidad concreta?

Lo imprescindible de la vida comunitaria en el seguimiento de Jesús es claro en los evangelios y en los demás escritos del Nuevo Testamento. Allí también se destaca una de las opciones que tomó San Pablo y que tuvo repercusiones trascendentales para la vida de la Iglesia y su obra misionera: las comunidades paulinas se reúnen en “casas”. La casa es la forma social y económica elemental no sólo de la antigüedad y del Nuevo Testamento, sino probablemente de toda cultura sedentaria preindustrial.

Hoy hablamos de la familia como “iglesia doméstica”, y tendemos a entenderla como poco o nada más allá de padres e hijos. En los tiempos paulinos la “casa” abarcaba mucho más, hasta las personas que trabajaban en relación con la familia, los invitados, y muchos más; la clave de la sociedad era la “casa”. A veces la conversión implicaba la ruptura con la propia casa, pero para ser admitido en otra cristiana: “Yo les aseguro: nadie que haya dejado casa (casa es el englobante)... quedará sin recibir el ciento por uno: ahora, al presente, casas...” (Mc 10,29 ss).

En San Pablo encontramos completa claridad en sus principios teóricos, con enorme carga de renovación, y a un padre de comunidades-casa que enseña evangélicas normas prácticas. El acepta el sistema social, pero para imbuirlo de espíritu cristiano. De esta forma la fe cristiana no se aprecia en un primer plano como un principio de transformación social, pero desarrolla su capacidad de innovación histórica en el seno de las relaciones intracomunitarias y ellas como fermento de transformación hacia el Reino de Dios. Así el cristianismo siguió creciendo en tiempos de persecuciones y luego también, cuando las persecuciones oficialmente cesaron. La labor de San Pablo fue decisiva para la misma existencia de la Iglesia posterior.

Pablo evitó el camino de la secta que se separa del mundo y crea su propio sistema de convivencia, así logró que la misión se entendiera como ir al mundo y no en invitar a que el mundo venga a la secta. Así mismo evitó el camino de la radicalidad para muy pocos, al modo del espiritualismo entusiasta, con lo que logró que no se cayera en entender misionar como limitarse a “los selectos”. El proceso de encarnación que generó San Pablo tuvo abundantísimos frutos durante siglos hasta en las más variadas expresiones de la cultura.

Nuestras reuniones en veredas, en apartamentos, en casas, hasta en diversos grupos esparcidos en el templo parroquial o en sus salones (cuando los hay), tienen un fondo de enorme sabor paulino. Que en nuestro renovado espíritu misionero, San Pablo nos acompañe y nos siga enseñando a vivir como discípulos misioneros de Jesús en comunidades misioneras.

Mons. Pablo Varela Server
Obispo Auxiliar

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