lunes, 17 de marzo de 2008

Poner la otra mejilla

2008-03-16
La Voz del Pastor
Poner la otra mejilla

Cuando Jesús nos habla en el Ev. de San Mateo 5,39 de poner la otra mejilla nos hace un llamado a superar la ley del talión y comenzar una vida nueva desde una sociedad más justa y humana. Todos somos conocedores de esta ley del talión como una experiencia muy antigua y siempre actual en todos los ámbitos de la sociedad. Como experiencia de esto tenemos la cámara de gas, la silla eléctrica y otro tipo de castigos que van contra la dignidad de la persona humana. La misma indiferencia y exclusión atentan contra el mandato del Señor Jesús que nos invita a sobrepasar en ansia de venganza y deseo de confrontación que tiene el ser humano como modo especial de superación en la vida ordinaria.

Jesús nos hace una invitación especial a superar la lógica normal del ser humano que como buscador constante de valores positivos está el de querer estar por encima de todo tipo de expresión negativa que lleve a la humillación y represión de la persona en lo más digno de su ser. Por eso Jesús nos pide amar a nuestros enemigos. Normalmente todos aman a los amigos; sólo los cristianos aman a los enemigos. Esta es la diferencia de la persona que desea vivir la propuesta de Jesús a radicalidad. Esto aparece como verdadera y característica síntesis del Evangelio: si toda la ley se sintetiza en el mandamiento del amor a Dios y al prójimo (Mc 12,28-33; Rm 13, 8-10; Sant 2,8), la vida según el Evangelio encuentra su cumplimiento en las palabras y en los gestos de Jesús que establecen en el amor al enemigo el horizonte de la praxis cristiana. Nos dice Jesús: "aman a sus enemigos, hagan el bien a los que les odian" (Lc 6,27; cf. 6,28-29; Mt 5,43-48), y toda su vida certifica este amor incondicional, dirigido también a quienes le condenaban y lo crucificaron; llega hasta la oración por sus verdugos (Lc 23,33-34). El cristiano, llamado a hacer suyo el sentir, el pensar, el querer de Cristo mismo (flp 2,5), se encuentra, por tanto, siempre con esta exigencia.

Ya en el Antiguo Testamento existe una invitación al israelita de amar al prójimo como a sí mismo, para esto se propone una especie de itinerario: no cultivar odio hacia su hermano; corregir al prójimo, así no te cargarás con su pecado. No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de su pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Primeramente se nos pide la adhesión de fe a aquel que es el Señor; a continuación se exhorta al israelita a que impida crecer en sí mismo sentimientos de odio; después se invita a corregir a quien hace mal, prohibiéndose tomar la venganza por su mano y amando al prójimo. Al amor se llega a través de un ejercicio. Esto quiere decir que el amor no es una realidad espontánea: requiere disciplina, ascesis, lucha contra el instinto de la cólera y contra la tentación del odio. Así se alcanzará la responsabilidad de quien tiene el coraje de practicar una determinada corrección fraterna denunciando "constructivamente" el mal cometido por otros. No hay que confundir el amor al enemigo con la complicidad con el pecador. Al contrario, la libertad de quien sabe corregir y avisar a quien realiza el mal, nace de la profundidad de la fe y de un amor por el Señor, que son la premisa necesaria para el amor al enemigo. Quien no conserva rencor y no se venga, sino que corrige al hermano, está de hecho también en situación de perdonar. Y el perdón es la misteriosa madurez de la fe y del amor por la que el ofendido escoge libremente renunciar a su propio derecho ante aquel que ya ha pisoteado sus justos derechos. quien perdona sacrifica una relación jurídica a favor de una relación de gracia.

Jesús mismo, cuando pide amar al enemigo, sitúa al creyente en una tensión, en un proceso. Partiendo del esfuerzo por superar siempre la ley del talión, es decir, la tentación de devolver el mal que se ha recibido, el creyente debe llegar a no oponerse al malvado, a contraponer al mal la activísima pasividad de la no violencia, confiando en el Dios único, Señor y Juez de los corazones y de las acciones de toda persona. Más todavía, movidos por la convicción de que el enemigo es nuestro principal maestro, el que puede verdaderamente desvelar lo que habita nuestro corazón y que no aparece cuando estamos en buenas relaciones con los otros, los creyentes pueden obedecer las palabras de su Señor, palabras que invitan a poner la otra mejilla, a entregar también la túnica a quien quiere quitarnos la capa...

Pero para que todo esto sea posible, es indispensable lo que nos recuerda siempre el Evangelio junto al mandamiento de amar a los enemigos, o sea, la oración por los perseguidores, la intercesión por los adversarios: "Amen a sus enemigos y recen por sus perseguidores" (Mt 5,44). Si no asumimos al otro en la oración, en particular al otro que se ha convertido en nuestro enemigo, que nos contradice, que nos hostiga, que nos calumnia, si no se aprende a verle con los ojos de Dios, en el misterio de su persona y de su vocación, no se podrá llegar jamás a amarle. Pero debe quedar bien claro que el amor al enemigo es cuestión de profundidad de fe, de inteligencia de nuestro corazón, de riqueza interior, de amor al Señor, y no simplemente tener una buena voluntad.

Pidamos al Señor que nos ayude en este tiempo de cuaresma a tener un espíritu abierto al cambio y descubrir las fuentes necesarias para superar todo egoísmo que exista en nuestras vidas, poner en práctica el mandamiento del amor y trabajar para que nuestra sociedad supere el ansia de poder y de tener y busque caminos de reconciliación desde una dimensión no violenta y trabajemos para superar el juega vivo y amemos de corazón nuestras acciones y propuestas que lleven a construir un mundo mejor desde el aporte de cada uno de nosotros al bien de los demás y de nuestra historia. Que María, nuestra Madre, nos acompañe en nuestro caminar con actitud positiva y encomiable al bien de nuestra patria y de quienes la habitamos.

Mons. Pedro Hernández Cantarero
Obispo del Vicariato Apostólico de Darién

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