martes, 16 de octubre de 2007

¿Por qué el rosario?

2007-10-07
La Voz del Pastor
¿Por qué el rosario?

Es una loable tradición en la Iglesia católica dedicar el mes de octubre a las misiones y al rezo del Santo Rosario. Pero así como la labor misionera no es sólo para un mes sino para toda la vida, también el Rosario se debe rezar no solamente en este mes sino todos los días del año.

No han faltado voces discordantes que debido más bien a la ignorancia han minusvalorado y hasta despreciado el Santo Rosario. Por eso en esta corta reflexión me permito recordar que durante varios siglos la suprema autoridad de la Iglesia ha impulsado y recomendado el rezo diario del Santo Rosario. El último documento sobre este tema nos lo dio el siempre recordado Papa, el siervo de Dios Juan Pablo Segundo en octubre del año 2002, con Carta Apostólica "El Rosario de la Virgen María".

Este modo de orar compuesto y vivido por grandes santos y santas entre los cuales sobresale Santo Domingo de Guzmán ha sido en realidad impulsado por el Espíritu Santo. Es una manera de orar, alabando y dando gracias a Dios por todos sus beneficios. Es una súplica humilde y confiada al Padre bueno que nos ama. Es un modo de estar en contacto con la Palabra de Dios y se distingue por su carácter mariano.

Meditar en los principales acontecimientos salvíficos de la vida de Cristo nos permite penetrar en el corazón del Evangelio y es por ello que el Santo Rosario es ante todo una oración bíblica, cristológica y mariana.

El Santo Rosario "en su sencillez y profundidad sigue siendo también en este tercer milenio, apenas iniciado, una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que después de dos mil años no ha perdido nada de la novedad de los orígenes y se siente empujado por el Espíritu de Dios a "remar mar adentro para anunciar, más aún, proclamar a Cristo al mundo como Señor y Salvador, el camino, la verdad y la vida, el fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización"(G. et S n°45)

Teniendo presente lo medular del Santo Rosario como oración bíblica y cristológica, es también importante recordar que es una manera de honrar a la madre de Dios la cual nos ha sido dada por Jesucristo como madre y abogada nuestra. La frase de María en su canto de acción de gracias "me llamarán dichosa todas las generaciones"(Lucas 1,48) se hace realidad cada vez que con el ángel Gabriel la saludamos con el Ave María.

Durante muchos siglos el Santo Rosario nos ha invitado a meditar en los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos de nuestro Señor Jesucristo y últimamente el siervo de Dios Juan Pablo Segundo nos ha regalado los misterios luminosos para ayudarnos más a compenetrarnos con la vida, el ser y la misión del Salvador. El rezo del Santo Rosario y la meditación de sus misterios nos ayuda a comprender mejor el papel que jugó nuestra madre María en la obra de nuestra redención. Ella fue asociada de manera singular a la redención de la humanidad siendo ella la primera redimida, la primera discípula, la primera mártir junto a la cruz y la primera misionera.

El testimonio personal del Siervo de Dios Juan Pablo Segundo no nos puede dejar indiferentes en estos tiempos del mundo y de la Iglesia en los que estamos llamados a ser discípulos y misioneros. Así se expresa el recordado Papa "Esta oración ha tenido un puesto importante en mi vida espiritual desde mis años jóvenes... El Rosario me ha acompañado en los momentos de alegría y en los de tribulación. A él he confiado tantas preocupaciones y en él siempre he encontrado consuelo... El Santo Rosario es mi oración predilecta! Plegaria maravillosa en su sencillez y en su profundidad"(R. V. M.)

Seamos dóciles al Espíritu del Señor que nos llama constantemente a la oración. Expresemos nuestro amor filial a María la madre que siempre nos acompaña. Vivamos unidos a Jesucristo meditando los misterios del Santo Rosario. Oremos especialmente por las misiones. Recemos el Santo Rosario todos los días y cada uno según nuestra condición de cristiano experimentaremos los frutos maravillosos de esta importante devoción.

Mons. José Dimas Cedeño Delgado
Arzobispo de Panamá

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