2007-10-28
El Ojo del Profeta
¿Dónde quedó la fe?
Transcurrida una semana de la peregrinación a Portobelo, nos preguntamos ¿dónde quedó la fe? Miles acudieron en busca de un milagro o a agradecerlo, con el respeto y la confianza puestos en el santo Cristo Nazareno, que toma entre sus sangrientas manos paternales el corazón contrito de los feligreses. Cada una de esas personas le presentó su angustia, su cansancio, su agobio, a Aquel que puede hacer nuevas todas las cosas y cambiar sus corazones.
A semejanza de los 10 leprosos, muchas veces acudimos al Señor para que nos limpie de nuestros pecados y nos libre de todo mal; pero una vez obtenida la gracia, nos marchamos a hacer nuestra vida cotidiana y a retomar el curso de nuestras vidas, sin que la mayoría se acuerde de volver para alabar y dar gracias a Dios. Cuántas otras veces hemos leído o escuchado la Palabra de Dios, sin comprenderla; solo repitiéndola o recitándola por costumbre o práctica ritual, como el etíope que encontró Felipe al bajar de Jerusalén.
Ya sea al salir de la Misa, o al volver de la peregrinación o un acto religioso, hemos de acordarnos de alzar la vista a Dios, y volvernos a él, alabándolo con toda nuestra fuerza, nuestra mente, y nuestro corazón. Si así lo hacemos, en la misma medida sabremos dónde quedó nuestra fe.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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El Ojo del Profeta
¿Dónde quedó la fe?
Transcurrida una semana de la peregrinación a Portobelo, nos preguntamos ¿dónde quedó la fe? Miles acudieron en busca de un milagro o a agradecerlo, con el respeto y la confianza puestos en el santo Cristo Nazareno, que toma entre sus sangrientas manos paternales el corazón contrito de los feligreses. Cada una de esas personas le presentó su angustia, su cansancio, su agobio, a Aquel que puede hacer nuevas todas las cosas y cambiar sus corazones.
A semejanza de los 10 leprosos, muchas veces acudimos al Señor para que nos limpie de nuestros pecados y nos libre de todo mal; pero una vez obtenida la gracia, nos marchamos a hacer nuestra vida cotidiana y a retomar el curso de nuestras vidas, sin que la mayoría se acuerde de volver para alabar y dar gracias a Dios. Cuántas otras veces hemos leído o escuchado la Palabra de Dios, sin comprenderla; solo repitiéndola o recitándola por costumbre o práctica ritual, como el etíope que encontró Felipe al bajar de Jerusalén.
Ya sea al salir de la Misa, o al volver de la peregrinación o un acto religioso, hemos de acordarnos de alzar la vista a Dios, y volvernos a él, alabándolo con toda nuestra fuerza, nuestra mente, y nuestro corazón. Si así lo hacemos, en la misma medida sabremos dónde quedó nuestra fe.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
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