viernes, 25 de mayo de 2007

Hace 100 años

2007-05-27
A Tiro de Piedra
Hace 100 años

Dice el cantautor que de entre las tantas cosas bellas que hacen la patria, está el "cariño que aún guardas después de muerta la abuela". Quizá no sean palabras que merezcan grabarse en los anales de la historia, pero sí que quedan grabadas en el corazón de todo aquel que tuvo la dicha de ser arrullado en el regazo de esa mujer que fue madre de su madre, o madre de su padre, como en mi caso.

Mi abuela, de estar aún viva, cumpliría 100 años este domingo 27 de mayo, Solemnidad de Pentecostés. Nacida en 1907, murió para la vida terrena y nació para la eterna el 18 de febrero de 1998. Hago memoria de ella en este momento, reviviendo tantos instantes que pasé junto a ella; a Dios gracias por los muchos años que fueron. Desde las idas al "mercado grande" hasta las prolongadas charlas con ella, siendo yo ya un hombre. Cada uno de ellos los recuerdo con gratitud y cariño.

Es grande la huella dejada en mí por mi abuelita Clementina. Las primeras oraciones que aprendí, los remedios cuando me enfermaba, la manzana que me compraba cada día al llevarme al primer grado de escuela (nos habíamos venido a vivir con ella mi hermana mayor y yo para iniciar la escuela en la capital), sus caricias tomándome la cara entre sus manos -cosa que hizo hasta su muerte-, y su frase eterna cuando lo hacía: "lindo mi papa". Era el nieto consentido; no porque me lo creyera por mi mismo, sino porque me lo decía con frecuencia.

Recuerdo el pequeño altar que discretamente mantenía en su casa, con las estatuillas de san Antonio, san Judas Tadeo, la Virgen del Carmen, la de Lourdes, y los cuadros de la Santísima Trinidad y de la Virgen del Perpetuo Socorro que invocaba con frecuencia. Sus acostumbrados rezos del rosario que con ella aprendí; y la oración del Angel de la Guarda que todavía acostumbro recitar. De aquellas estatuillas, la de la Virgen de Lourdes tenía un pozo, en el que la abuela echaba algunas monedas. Cuando estaba escasa, iba al altar y las recuperaba diciendo: "Virgencita, préstame". Yo muy atento la veía en aquel acto impregnado de devoción y de necesidad. Un día estaba yo jugando con los "santitos", y la abuela, siempre vigilante de mis travesuras, me sorprende en el preciso instante que estoy sacando las monedas y repitiendo como ella: "virgencita, préstame". Con su acostumbrado cariño y sentido del humor -santeña al fin-, me quita la imagen y las monedas y me dice: "no le pida a la virgencita, que usted no le da".

Hago memoria de esto y más en el centenario de su natalicio. Muchos años vivió, y mucho cariño dejó. Su sonrisa, su blanca cabellera, su figura menuda. ¡Qué gran recuerdo! Te querré siempre, abuelita.

Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org

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