2007-05-20
A Tiro de Piedra
Educación sexual
El tema de la sexualidad y en especial la formación que se imparte, o se pretende impartir, en las escuelas provoca polémica y debate que no en todos los casos se corresponden con una sana intención de argumentar con bases sólidas los puntos de vista que se expresan.
Una de las actitudes que notamos en algunos defensores de la sexualidad sin límites es endilgarle a la Iglesia y a los cristianos la oposición a educar acerca del tema. Con esta falacia inician su argumentación, la que enriquecen con ataques personalizados y ejemplos particulares que pretenden restarle autoridad a la posición de los católicos.
La Iglesia no se opone a la educación sexual, sino que cuestiona el contenido y los métodos de esa educación, cuando pretenden presentar la sexualidad desde un enfoque utilitarista y hedonista del sexo y sus diversas manifestaciones. Si bien el sexo produce placer, como parte del estímulo natural del género humano, no es menos cierto que la persona está llamada a ir más allá del placer mismo, para encaminarse hacia la realización plena como persona misma, tanto en su dignidad como en su aspecto espiritual. El ser humano que sólo se da al placer, acaba por perderse a sí mismo en aquella otra dimensión humana que completa su parte corporal o física.
Ninguno puede negar que para la ciencia, al menos, existe la doble dimensión del hombre, en tanto ser humano, que está compuesta de su cuerpo y su raciocinio; para los creyentes está, además, el alma y el espíritu. A todas ellas se agrega la fe y la moral, que rigen las creencias, el pensamiento, el comportamiento y la actuación de la persona humana. No somos una masa de carne y de hueso, a la que debemos alimentar con la comida y los placeres. Somos más que eso, y allí radica la diferencia en el enfoque de la sexualidad que unos y otros tenemos.
Cuando recibamos alguna información relacionada con la educación sexual, por lo menos debemos tomar en consideración dos cosas: si lo que se dice es acorde con nuestras creencias y nuestros principios morales; y si se plantea bajo el argumento que la Iglesia se opone y por ello está en una época atrasada. Si en el primer caso es contrario, entonces la rechazaremos. Si el segundo caso expone este argumento, debemos desecharlo por falta de seriedad.
Toda educación sexual debe procurar la comprensión de diversos fenómenos biológicos, psicológicos, y sociológicos; y no sólo buscar instruir sobre el placer sexual. El sexo es parte de la vida del ser humano, y tiene un propósito más sublime que mero placer, cuya duración efímera obliga a repetirlo una y otra vez sin llenar el vacío que se produce en la dimensión intangible de la persona humana. Y esta última parte es de la que menos hablan los acérrimos defensores de la sexualidad que buscan el placer, y no la vida integral del ser humano.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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A Tiro de Piedra
Educación sexual
El tema de la sexualidad y en especial la formación que se imparte, o se pretende impartir, en las escuelas provoca polémica y debate que no en todos los casos se corresponden con una sana intención de argumentar con bases sólidas los puntos de vista que se expresan.
Una de las actitudes que notamos en algunos defensores de la sexualidad sin límites es endilgarle a la Iglesia y a los cristianos la oposición a educar acerca del tema. Con esta falacia inician su argumentación, la que enriquecen con ataques personalizados y ejemplos particulares que pretenden restarle autoridad a la posición de los católicos.
La Iglesia no se opone a la educación sexual, sino que cuestiona el contenido y los métodos de esa educación, cuando pretenden presentar la sexualidad desde un enfoque utilitarista y hedonista del sexo y sus diversas manifestaciones. Si bien el sexo produce placer, como parte del estímulo natural del género humano, no es menos cierto que la persona está llamada a ir más allá del placer mismo, para encaminarse hacia la realización plena como persona misma, tanto en su dignidad como en su aspecto espiritual. El ser humano que sólo se da al placer, acaba por perderse a sí mismo en aquella otra dimensión humana que completa su parte corporal o física.
Ninguno puede negar que para la ciencia, al menos, existe la doble dimensión del hombre, en tanto ser humano, que está compuesta de su cuerpo y su raciocinio; para los creyentes está, además, el alma y el espíritu. A todas ellas se agrega la fe y la moral, que rigen las creencias, el pensamiento, el comportamiento y la actuación de la persona humana. No somos una masa de carne y de hueso, a la que debemos alimentar con la comida y los placeres. Somos más que eso, y allí radica la diferencia en el enfoque de la sexualidad que unos y otros tenemos.
Cuando recibamos alguna información relacionada con la educación sexual, por lo menos debemos tomar en consideración dos cosas: si lo que se dice es acorde con nuestras creencias y nuestros principios morales; y si se plantea bajo el argumento que la Iglesia se opone y por ello está en una época atrasada. Si en el primer caso es contrario, entonces la rechazaremos. Si el segundo caso expone este argumento, debemos desecharlo por falta de seriedad.
Toda educación sexual debe procurar la comprensión de diversos fenómenos biológicos, psicológicos, y sociológicos; y no sólo buscar instruir sobre el placer sexual. El sexo es parte de la vida del ser humano, y tiene un propósito más sublime que mero placer, cuya duración efímera obliga a repetirlo una y otra vez sin llenar el vacío que se produce en la dimensión intangible de la persona humana. Y esta última parte es de la que menos hablan los acérrimos defensores de la sexualidad que buscan el placer, y no la vida integral del ser humano.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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