2009-08-23
A tiro de piedra
Tierra de chingueros
La proliferación de casinos y salas de juego ha provocado un aumento de la chinguia entre la población del país. Por varios años se ha denunciado el vicio de la apuesta, maquillado con la palabra ludopatía, que no es otra cosa que chinguia vulgar.
Ahora que se les pone en la mira, el go-bierno debe aprovechar para imponerles algunas reglas. Nada de promociones ni fachadas llenas de luces, que buscan atraer, como a los insectos en la noche, a los clientes in-cautos. Que vuelvan a la discreción dentro de los hoteles de lujo, porque funcionan bajo el supuesto de atraer divisas con el dinero de los turistas.
La realidad, en todos estos años, desde su privatización, es que los casinos perciban buena parte de sus ingresos de la plata de los locales, que va a parar a los bolsillos de las operadoras, que, por cierto, son extranjeras. En vez de atraer divisas, provocan la fuga de ellas.
En el corre- corre que se ha formado, los defensores de los sitios de chinguiadera dicen que no están privatizados, porque sólo tienen una concesión, y que las utilidades son pocas porque le pagan su parte al estado. Si así fuera, ¿por qué no se establece una cifra fija por la administración, y que el grueso de la ganancia vaya al estado? No son simples operadores, ganan, y mucho, una buena tajada de los cientos de millones que se generan por las apuestas.
Fuera de los casinos de los grandes hoteles, también funcionan otras salas de juego más pequeñas, al menos en tamaño, enquistadas en barrios populares, donde rara vez llega un turista. Río Abajo, Calidonia, Juan Díaz, San Miguelito, y pueblos del interior han sido contaminados con esta plaga. Nos han convertido en una tierra de chingueros, con las luces de neón y el ejército de foquitos que las identifican como sitio de mala reputación. Ni hablar del aumento de la prostitución y de los asaltos que han atraído.
Confío en que el Loco, al que todavía tengo en observación, porque no voté por él ni por los otros dos, cumpla con frenar el negociado de la chinguiadera que se ha montado. Al anterior gobierno se lo pedí, pero no pudo. ¿Podrá este?
Tanta sinvergüenzura es inadmisible. Fuera promociones, fuera letreros, fuera sitios de apuestas en las zonas ajenas a las turísticas. Si llenan el cometido de traer divisas al país, podremos tolerar los casinos, pero, si mas bien nos las sacan, mejor volvamos al sistema antiguo. Antes de concluir permítanme la aclaración del término: Chinguia (en panameño) es el apetito desmedido, o la pasión, por los juegos de azar y las apuestas. Hasta se conjuga como verbo, cuyo infinitivo es chinguear. Yo no chingueo, ¿tú chingueas?, él chinguea, nosotros los panameños chinguiamos, vosotros los dueños de las concesiones ¿chinguiáis?, ellos chinguean
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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A tiro de piedra
Tierra de chingueros
La proliferación de casinos y salas de juego ha provocado un aumento de la chinguia entre la población del país. Por varios años se ha denunciado el vicio de la apuesta, maquillado con la palabra ludopatía, que no es otra cosa que chinguia vulgar.
Ahora que se les pone en la mira, el go-bierno debe aprovechar para imponerles algunas reglas. Nada de promociones ni fachadas llenas de luces, que buscan atraer, como a los insectos en la noche, a los clientes in-cautos. Que vuelvan a la discreción dentro de los hoteles de lujo, porque funcionan bajo el supuesto de atraer divisas con el dinero de los turistas.
La realidad, en todos estos años, desde su privatización, es que los casinos perciban buena parte de sus ingresos de la plata de los locales, que va a parar a los bolsillos de las operadoras, que, por cierto, son extranjeras. En vez de atraer divisas, provocan la fuga de ellas.
En el corre- corre que se ha formado, los defensores de los sitios de chinguiadera dicen que no están privatizados, porque sólo tienen una concesión, y que las utilidades son pocas porque le pagan su parte al estado. Si así fuera, ¿por qué no se establece una cifra fija por la administración, y que el grueso de la ganancia vaya al estado? No son simples operadores, ganan, y mucho, una buena tajada de los cientos de millones que se generan por las apuestas.
Fuera de los casinos de los grandes hoteles, también funcionan otras salas de juego más pequeñas, al menos en tamaño, enquistadas en barrios populares, donde rara vez llega un turista. Río Abajo, Calidonia, Juan Díaz, San Miguelito, y pueblos del interior han sido contaminados con esta plaga. Nos han convertido en una tierra de chingueros, con las luces de neón y el ejército de foquitos que las identifican como sitio de mala reputación. Ni hablar del aumento de la prostitución y de los asaltos que han atraído.
Confío en que el Loco, al que todavía tengo en observación, porque no voté por él ni por los otros dos, cumpla con frenar el negociado de la chinguiadera que se ha montado. Al anterior gobierno se lo pedí, pero no pudo. ¿Podrá este?
Tanta sinvergüenzura es inadmisible. Fuera promociones, fuera letreros, fuera sitios de apuestas en las zonas ajenas a las turísticas. Si llenan el cometido de traer divisas al país, podremos tolerar los casinos, pero, si mas bien nos las sacan, mejor volvamos al sistema antiguo. Antes de concluir permítanme la aclaración del término: Chinguia (en panameño) es el apetito desmedido, o la pasión, por los juegos de azar y las apuestas. Hasta se conjuga como verbo, cuyo infinitivo es chinguear. Yo no chingueo, ¿tú chingueas?, él chinguea, nosotros los panameños chinguiamos, vosotros los dueños de las concesiones ¿chinguiáis?, ellos chinguean
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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