viernes, 29 de mayo de 2009

Pentecostés

2009-05-31
La Voz del Pastor
Pentecostés

La Iglesia nos invita a vivir este tiempo de fin de Pascua en perspectiva paulina, ya que hemos dedicado este año a reflexionar y vivir momentos especiales en torno a la figura de San Pablo. Pienso que es bueno tratar de descubrir el elenco paulino de la acción del Espíritu Santo y todo lo que esta tercera Persona de la Santísima Trinidad hizo en la persona de San Pablo.

Podemos descubrir en la Carta a los Gálatas en dos ocasiones, cómo Pablo emplea el término “judaísmo”, para referirse a todo aquel sistema de vida moral, religiosa y civil que le había fascinado y cautivado anteriormente. En el judaísmo, Pablo encontró una primera realización de su espiritualidad. En ese contexto Pablo se presenta como un encarnizado perseguidor de la Iglesia naciente. Él había intuido que, aquel grupo socialmente irrelevante de personas que hablaban de Cristo muerto y resucitado, venía a presentarse como una seria amenaza para la religiosidad y espiritualidad judaica. El había tomado las medidas necesarias para combatir aquella amenaza que, para combatirla, era necesaria una decisión rápida de medidas que impidieran el crecimiento de ese grupo.

El problema iba más lejos de lo intuido desde el judaísmo, ya que los cristianos en lugar de construir su propia justicia, su propia identidad, como había hecho Pablo, ponían sorprendentemente su confianza en un personaje del que aseguraban que había muerto y resucitado, y al que fiaban toda iniciativa o, más aún, la administración de sus propias vidas. Se sentían urgidos a estar con Cristo Jesús, a moverse, a vivir, a desarrollarse en el contexto de Cristo, en contacto con él, perteneciendo a él; todo lo demás se volvía, para ellos, desconcertadamente secundario.

De ahí que podamos decir que la oposición era de tipo espiritual. Los cristianos oponían una espiritualidad cristocéntrica, cimentada en Cristo como absoluto, a la espiritualidad antropocéntrica de Pablo, construida echando mano de la Ley.

El tránsito de Pablo de la condición de judío a la de cristiano estuvo determinado por el descubrimiento de Cristo. Una vez que se hubo encontrado con Cristo muerto y resucitado, Pablo se ha visto apresado, asido por él, y ahora se da cuenta de que su vida ha cambiado: los núcleos de su personalidad se han puesto en movimiento y está siendo objeto de reajuste.

Ahora bien, esta decisión es interior, que se produce en lo más hondo. Se trata de una concepción antropológica distinta, incluso, como si se le hubiera dado la vuelta. El elemento más típico de este cambio radical reside en que, mientras que antes se sentía el responsable, el gestor activo, el protagonista determinante de su vida, ahora, sorprendentemente, se pone en las manos de otro. Se confía a Dios y reconoce que ha sido precisamente Dios quien lo eligió desde el vientre de su madre, para darle a conocer a su Hijo (Gal. 1,15-16).

Toda esta experiencia nos ayuda a comprender y nos da luces para responder a la llamada de Dios, quien nos elige y nos pone en camino, desde nuestra posición de cristianos para responder con fidelidad a las mociones del Espíritu que van forjando nuestras vidas desde una perspectiva dinámica para que Cristo sea amado, conocido y servido por todos.

Debemos recordar que es difícil expresar lo que cada uno siente cuando es desenraizado de su realidad para iniciar un nuevo caminar, todo esto se lo debemos a la acción del Espíritu del Señor que viene a arrebatarnos de nuestra comodidad para lanzarnos a una aventura interesante que debe tener una buena dosis de generosidad y docilidad para ir allá donde el Espíritu quiera llevarnos y hacer nuestra la obra de Dios en la recreación de la humanidad.

Vivimos tiempos muy especiales donde la temporalidad es lo que cuenta, por eso es necesario dejarse llevar por las mociones del Espíritu. Claro que somos personas de costumbres y con facilidad nos vamos acostumbrando a lo rápido, a salir del paso, a saber que todo lo que hacemos hoy puede darse o no y no pasa nada a la hora de vivir el compromiso; pero no podemos seguir en esa tónica, debemos despertar a la realidad que nos impulsa al compromiso y a la permanencia constante, si lo vivimos de esa manera superaremos las mediocridades de nuestros personajes actuales, ya que ellos, con facilidad rompen sus compromisos, pues no dejan actuar al Espíritu en sus vidas; confían demasiado en sus propias fuerzas y terminan por claudicar ante cualquier amenaza, por muy pequeña que sea. Es necesario saber descubrir la fuerzas especiales que el Espíritu va inspirando en nuestro tiempo para no dejarla pasar y responder con serenidad y fidelidad a todo lo que el Señor espera de nosotros.

Invoquemos a María, nuestra Madre, para que nos acompañe en nuestro caminar, como lo hizo con los apóstoles, es esa espera consciente y temerosa hasta que el Espíritu les dio la fuerza necesaria y la valentía para hacer frente a las realidades del momento.

Que el Dios de la Vida siga enviando su Espíritu a nuestros pueblos para cambiar el rumbo de nuestra historia y hacer más impactante y deseosa de vivirla a plenitud desde las mociones del Espíritu Santo.

Mons. Pedro Hernández Cantarero
Obispo del Vicariato Apostólico de Darién

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