2009-05-24
La Voz del Pastor
Fiesta de la Ascensión: ¡Comienza nuestra tarea!
La cincuentena pascual nos ofrece la oportunidad de adentrarnos en el misterio de Jesucristo, Señor y Mesías.
En la celebración litúrgica de hoy podemos asomarnos a otra faceta de lo ocurrido en la Pascua: su gloriosa Ascensión.
Disponemos de tres relatos en el Nuevo Testamento que expresan cómo la generación apostólica vincula su misión con el triunfo de Jesús Resucitado.
Estos relatos son:
• Lucas 24, 44-53
• Hechos 1,3-12
• Marcos 16, 9-20
Los primeros dos relatos tienen el mismo origen, por tener a Lucas como su autor, pero tienen diferencias que reflejan distintos intereses teológicos.
En el texto evangélico (Lc.24, 44-53) el propósito es vencer las dudas, el miedo y la incredulidad que todavía paralizan el corazón acobardado de los discípulos. Ellos tienen una misión por delante, que no podrán realizar hasta tanto no reciban “la fuerza de lo alto”. Deben aguardar con paciencia el cumplimiento de la promesa. Entonces, y sólo entonces, podrán ser testigos hasta los últimos rincones de la tierra. La Ascensión completa el ciclo de las apariciones del Resucitado e inicia el tiempo de la Iglesia, que por medio de la acción del Espíritu Santo deberá dar testimonio valiente y gozoso de Jesús.
El texto de los Hechos (Hechos 1,3-12), obra que completa según la indicación lucana el relato evangélico del mismo autor, refleja también una situación nueva: es necesario salir al paso de “doctrinas secretas” que se remiten a informaciones verbales del Resucitado a otros distintos de aquellos que han sido constituidos sus testigos (Hch. 1,8). Por eso es necesario emplazar el tiempo exacto (40 días) de las apariciones con carácter oficial. Nos encontramos, pues, ante el esfuerzo de la generación apostólica por mantener intacto el testimonio de “los testigos”, lejos de las especulaciones gnósticas cuya pro-ducción literaria alimentada por la fantasía ponía en riesgo la pureza de la fe.
En el texto de Marcos (Mc 16. 9-20) la Ascensión del Señor pone de relieve una nueva forma de presencia más allá de las apariciones que hasta ahora han tenido lugar. Esta modalidad que inaugura con su Ascensión se expresa en la palabra de la predicación apostólica, en el Espíritu que anima y fortalece a los testigos, en las acciones de poder frente a las fuerzas del mal y, sobre todo, en la certeza de que no estaban solos, porque el Señor “colaboraba con ellos”.
La tarea iniciada hace más de dos mil años no ha concluido, ni en extensión geográfica ni en la calidad de vida cristiana de quienes confesamos a Jesús Mesías como nuestro Salvador. La tarea inconclusa reclama hoy a todos los cristianos un nuevo impulso misionero capaz de abrazar a todos: los cercanos y los alejados; los que buscan a Dios, y los que viven sin Dios; los que comparten nuestra fe y los que siguen otros credos.
Con el gozo pascual, todavía a flor de piel, dispongámonos como los primeros discípulos a proponer con renovado fervor a Aquel cuyo nombre es sinónimo de paz y reconciliación. “Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hechos 4,12).
Mons. Aníbal Saldaña Santamaría
Obispo Prelado de Bocas del Toro
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Fiesta de la Ascensión: ¡Comienza nuestra tarea!
La cincuentena pascual nos ofrece la oportunidad de adentrarnos en el misterio de Jesucristo, Señor y Mesías.
En la celebración litúrgica de hoy podemos asomarnos a otra faceta de lo ocurrido en la Pascua: su gloriosa Ascensión.
Disponemos de tres relatos en el Nuevo Testamento que expresan cómo la generación apostólica vincula su misión con el triunfo de Jesús Resucitado.
Estos relatos son:
• Lucas 24, 44-53
• Hechos 1,3-12
• Marcos 16, 9-20
Los primeros dos relatos tienen el mismo origen, por tener a Lucas como su autor, pero tienen diferencias que reflejan distintos intereses teológicos.
En el texto evangélico (Lc.24, 44-53) el propósito es vencer las dudas, el miedo y la incredulidad que todavía paralizan el corazón acobardado de los discípulos. Ellos tienen una misión por delante, que no podrán realizar hasta tanto no reciban “la fuerza de lo alto”. Deben aguardar con paciencia el cumplimiento de la promesa. Entonces, y sólo entonces, podrán ser testigos hasta los últimos rincones de la tierra. La Ascensión completa el ciclo de las apariciones del Resucitado e inicia el tiempo de la Iglesia, que por medio de la acción del Espíritu Santo deberá dar testimonio valiente y gozoso de Jesús.
El texto de los Hechos (Hechos 1,3-12), obra que completa según la indicación lucana el relato evangélico del mismo autor, refleja también una situación nueva: es necesario salir al paso de “doctrinas secretas” que se remiten a informaciones verbales del Resucitado a otros distintos de aquellos que han sido constituidos sus testigos (Hch. 1,8). Por eso es necesario emplazar el tiempo exacto (40 días) de las apariciones con carácter oficial. Nos encontramos, pues, ante el esfuerzo de la generación apostólica por mantener intacto el testimonio de “los testigos”, lejos de las especulaciones gnósticas cuya pro-ducción literaria alimentada por la fantasía ponía en riesgo la pureza de la fe.
En el texto de Marcos (Mc 16. 9-20) la Ascensión del Señor pone de relieve una nueva forma de presencia más allá de las apariciones que hasta ahora han tenido lugar. Esta modalidad que inaugura con su Ascensión se expresa en la palabra de la predicación apostólica, en el Espíritu que anima y fortalece a los testigos, en las acciones de poder frente a las fuerzas del mal y, sobre todo, en la certeza de que no estaban solos, porque el Señor “colaboraba con ellos”.
La tarea iniciada hace más de dos mil años no ha concluido, ni en extensión geográfica ni en la calidad de vida cristiana de quienes confesamos a Jesús Mesías como nuestro Salvador. La tarea inconclusa reclama hoy a todos los cristianos un nuevo impulso misionero capaz de abrazar a todos: los cercanos y los alejados; los que buscan a Dios, y los que viven sin Dios; los que comparten nuestra fe y los que siguen otros credos.
Con el gozo pascual, todavía a flor de piel, dispongámonos como los primeros discípulos a proponer con renovado fervor a Aquel cuyo nombre es sinónimo de paz y reconciliación. “Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hechos 4,12).
Mons. Aníbal Saldaña Santamaría
Obispo Prelado de Bocas del Toro
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