2009-03-01
La Voz del Pastor
Cuaresma: tiempo para Dios
Iniciamos el pasado veinticinco de febrero la Cuaresma. Para cualquier cristiano, tanto la palabra o el término Cuaresma, como los ejercicios propios de este tiempo, tienen un tono marcadamente penitencial que no se agota en sí mismo, sino que más bien nos prepara a celebrar “con sinceridad y verdad” la Pascua de Jesús.
En estos días que corren, donde el ser cristiano es visto más como fruto de una tradición religiosa que como una opción personal de fe en Jesucristo, se requiere un esfuerzo añadido para descubrir toda la riqueza espiritual que puede albergar la Cuaresma. Pero esta dificultad inicial puede ser superada si sabemos echar mano de los medios o recursos que la Cuaresma nos brinda para ahondar en la vivencia de nuestra fe.
Aún conservamos en la memoria el rito con el que se inicia todos los años la Cuaresma: la imposición de la ceniza y la llamada a la conversión, a volverse a Dios. Y de eso se trata. Debemos recuperar, no sin esfuerzo penitencial, el gusto de encontrarnos “cara a cara” con el Dios vivo, que nos ha revelado Jesucristo.
Para ayudarnos en este camino cuaresmal el Papa Benedicto XVI, nos ofrece este año unas reflexiones destinadas a recuperar la tradición bíblica cristiana del ayuno, la oración y la limosna. En su mensaje se centra en el valor y el sentido del ayuno, pero no está demás referirnos a las tres prácticas de piedad compartidas por el judaísmo y el cristianismo.
El Ayuno
El ayuno cristiano como práctica penitencial debe hacerse no tanto como práctica ascética de perfección o cumplimiento de una norma eclesiástica, cuanto ejercicio espiritual en el que nuestro corazón se dispone a recibir “el verdadero alimento” que “sale de la boca de Dios”. Por eso cobra sentido que al ayuno corporal añadamos la lectura de la Palabra de Dios (lectio divina) en tiempos señalados de nuestra jornada cuaresmal. Un recurso fácil puede ser el aprovechar alguna de las lecturas que nos ofrece la liturgia para cada día de la semana como “alimento” para el espíritu.
Podemos añadir como práctica necesaria unida al ayuno eclesiástico el es-fuerzo que hacemos por vencer, con el auxilio de la gracia divina, nuestras inclinaciones “egoístas” que nos llevan a buscar nuestro propio interés en detrimento de los demás. El ayunar de nuestras maldades es el ayuno que a Dios le agrada.
La oración
En el Evangelio de hoy leemos que a Jesús “el Espíritu le empuja al desierto” (Mc 1,12). El desierto en la espiritualidad bíblica tiene resonancias fuertes que evocan la experiencia del pueblo de Israel en su paso de la tierra de la esclavitud a la tierra prometida. El desierto es lugar del retiro, de la prueba (de la tentación); es el lugar donde se conoce a Dios y se pone a prueba nuestra fidelidad. Despojados de todo recurso humano, en el desierto, “a solas” con Dios, podemos experimentar su presencia salvadora. El profeta Oseas abunda en esta espiritualidad del desierto porque es allí donde Israel experimenta la cercanía de Dios (cfr. Os 2,16; 13,5). En otras palabras: el conocimiento íntimo, total, profundo, de amor y fidelidad absoluta de Dios tiene lugar en el desierto. Pero sabemos también que el desierto no es solamente el espacio físico, marcado por la deslación y la falta de apoyos materiales y humanos, sino también el espacio interior recreado por el hombre que “a solas” en la oración busca a Dios.
En Cuaresma debemos hacer un esfuerzo adicional para vivir esta experiencia de “desierto” a través de la práctica de la oración personal en sus diversas modalidades (la oración vocal, la lectura y meditación de la Palabra de Dios, la oración litúrgica, la oportunidad de un día de retiro, la piedad eucarística, la recitación y meditación de los misterios del Rosario, etc.).
La limosna
Hoy no resulta fácil hablar de la limosna. Somos herederos de una crítica social contra la labor asistencial y caritativa de la Iglesia que viene del lejano siglo XIX, pero sobre todo en el siglo XX con el pensamiento marxista para el que los pobres “no necesitan obras de caridad, sino de justicia” (Benedicto XVI, Deus caritas est, 26). Hoy sabemos, con el amargo sabor de la experiencia histórica, que ni el marxismo ni el capitalismo liberal, ya sea como ideologías o como sistemas económicos que se inspiran en ellos, han sido capaces de producir un orden social justo para todos. Y como dice el Papa Benedicto XVI: “No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor… Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo” (Deus caritas est, 28-b).
Tenemos, pues, recursos de los que echar mano en esta Cuaresma para vivirla de tal manera que el tiempo para Dios (cultivado en la oración y el ayuno) sea también tiempo para el hermano necesitado. En términos semejantes se expresa el Papa en su mensaje cuaresmal citando a San Pedro Crisólogo: “El ayuno es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Por tanto, quien ora, que ayune, quien ayuna, que se compadezca… pues Dios presta su oído a quien no cierra los suyos al que le suplica”.
Mons. Aníbal Saldaña
Obispo Prelado de Bocas del Toro
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La Voz del Pastor
Cuaresma: tiempo para Dios
Iniciamos el pasado veinticinco de febrero la Cuaresma. Para cualquier cristiano, tanto la palabra o el término Cuaresma, como los ejercicios propios de este tiempo, tienen un tono marcadamente penitencial que no se agota en sí mismo, sino que más bien nos prepara a celebrar “con sinceridad y verdad” la Pascua de Jesús.
En estos días que corren, donde el ser cristiano es visto más como fruto de una tradición religiosa que como una opción personal de fe en Jesucristo, se requiere un esfuerzo añadido para descubrir toda la riqueza espiritual que puede albergar la Cuaresma. Pero esta dificultad inicial puede ser superada si sabemos echar mano de los medios o recursos que la Cuaresma nos brinda para ahondar en la vivencia de nuestra fe.
Aún conservamos en la memoria el rito con el que se inicia todos los años la Cuaresma: la imposición de la ceniza y la llamada a la conversión, a volverse a Dios. Y de eso se trata. Debemos recuperar, no sin esfuerzo penitencial, el gusto de encontrarnos “cara a cara” con el Dios vivo, que nos ha revelado Jesucristo.
Para ayudarnos en este camino cuaresmal el Papa Benedicto XVI, nos ofrece este año unas reflexiones destinadas a recuperar la tradición bíblica cristiana del ayuno, la oración y la limosna. En su mensaje se centra en el valor y el sentido del ayuno, pero no está demás referirnos a las tres prácticas de piedad compartidas por el judaísmo y el cristianismo.
El Ayuno
El ayuno cristiano como práctica penitencial debe hacerse no tanto como práctica ascética de perfección o cumplimiento de una norma eclesiástica, cuanto ejercicio espiritual en el que nuestro corazón se dispone a recibir “el verdadero alimento” que “sale de la boca de Dios”. Por eso cobra sentido que al ayuno corporal añadamos la lectura de la Palabra de Dios (lectio divina) en tiempos señalados de nuestra jornada cuaresmal. Un recurso fácil puede ser el aprovechar alguna de las lecturas que nos ofrece la liturgia para cada día de la semana como “alimento” para el espíritu.
Podemos añadir como práctica necesaria unida al ayuno eclesiástico el es-fuerzo que hacemos por vencer, con el auxilio de la gracia divina, nuestras inclinaciones “egoístas” que nos llevan a buscar nuestro propio interés en detrimento de los demás. El ayunar de nuestras maldades es el ayuno que a Dios le agrada.
La oración
En el Evangelio de hoy leemos que a Jesús “el Espíritu le empuja al desierto” (Mc 1,12). El desierto en la espiritualidad bíblica tiene resonancias fuertes que evocan la experiencia del pueblo de Israel en su paso de la tierra de la esclavitud a la tierra prometida. El desierto es lugar del retiro, de la prueba (de la tentación); es el lugar donde se conoce a Dios y se pone a prueba nuestra fidelidad. Despojados de todo recurso humano, en el desierto, “a solas” con Dios, podemos experimentar su presencia salvadora. El profeta Oseas abunda en esta espiritualidad del desierto porque es allí donde Israel experimenta la cercanía de Dios (cfr. Os 2,16; 13,5). En otras palabras: el conocimiento íntimo, total, profundo, de amor y fidelidad absoluta de Dios tiene lugar en el desierto. Pero sabemos también que el desierto no es solamente el espacio físico, marcado por la deslación y la falta de apoyos materiales y humanos, sino también el espacio interior recreado por el hombre que “a solas” en la oración busca a Dios.
En Cuaresma debemos hacer un esfuerzo adicional para vivir esta experiencia de “desierto” a través de la práctica de la oración personal en sus diversas modalidades (la oración vocal, la lectura y meditación de la Palabra de Dios, la oración litúrgica, la oportunidad de un día de retiro, la piedad eucarística, la recitación y meditación de los misterios del Rosario, etc.).
La limosna
Hoy no resulta fácil hablar de la limosna. Somos herederos de una crítica social contra la labor asistencial y caritativa de la Iglesia que viene del lejano siglo XIX, pero sobre todo en el siglo XX con el pensamiento marxista para el que los pobres “no necesitan obras de caridad, sino de justicia” (Benedicto XVI, Deus caritas est, 26). Hoy sabemos, con el amargo sabor de la experiencia histórica, que ni el marxismo ni el capitalismo liberal, ya sea como ideologías o como sistemas económicos que se inspiran en ellos, han sido capaces de producir un orden social justo para todos. Y como dice el Papa Benedicto XVI: “No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor… Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo” (Deus caritas est, 28-b).
Tenemos, pues, recursos de los que echar mano en esta Cuaresma para vivirla de tal manera que el tiempo para Dios (cultivado en la oración y el ayuno) sea también tiempo para el hermano necesitado. En términos semejantes se expresa el Papa en su mensaje cuaresmal citando a San Pedro Crisólogo: “El ayuno es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Por tanto, quien ora, que ayune, quien ayuna, que se compadezca… pues Dios presta su oído a quien no cierra los suyos al que le suplica”.
Mons. Aníbal Saldaña
Obispo Prelado de Bocas del Toro
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