2008-10-19
A tiro de piedra
Y las fiestas patrias ¿qué?
El afán mercantilista de algunos comercios provoca que en vitrinas e interiores, los almacenes hayan adelantado la decoración navideña. Para este tipo de comerciante pareciera no existir otra cosa que les ayude en sus ventas. Ni siquiera las fiestas patrias les mueve a decorar, al menos con una bandera, sus estanterías y sus salas de exhibición.
Indigna sobremanera esa afrenta contra la patria, porque es la tierra que acoge y cobija al nacional y al extranjero que encuentra en ella el lugar para realizarse, ya sea como persona, profesional o como empresario. Y no es fenómeno nuevo, porque Gaspar Octavio Hernández, periodista y patriota panameño, murió ante su máquina de escribir, precisamente, cuando redactaba un editorial censurando, en el siglo pasado, una situación similar a la que me ocupa.
La relajación de nuestro civismo es dañina en grado sumo, porque nos desarraiga del patriotismo que nos liga a la nación y a nuestra historia, para convertirnos en seres amorfos que sólo se arropan con la bandera frente a un festival de goles o algún otro espectáculo que, por igual, se comparte con el confite y con el güaro. Cuán bajo hemos caído.
Nuestros símbolos patrios, principalmente la bandera, deben exhibirse con respeto y fervor en cada vitrina, cada balcón y cada ventana de locales y viviendas. Es una forma de expresar nuestra vocación como pueblo y nación, que debe manifestarse de manera conciente de lo que hemos sido y lo que somos; de nuestro origen y de lo que queremos ser. Un dólar se gana hoy o se pierde mañana, pero el patriotismo se siente y se lleva aquí y acullá.
¿Dónde están ese panameño y esa panameña de verdad? ¿Dónde el nacionalismo de los chateadores que, al competir una compatriota nuestra con una tica, se lanzaron a la calle a gritar Panamá, Panamá, hasta quedar con ronquera? Quiero ver a esos hombres rudos y mujeres bellas que, según Gaspar Octavio Hernández, en patriotismo férvido se inflaman. Ya hay pocos, porque ahora prima el tener y no el ser. Nos consume el cáncer de la masificación y del día libre para “rumbear”. Ni siquiera visitamos las tumbas de nuestros ancestros, porque eso es cosa de viejas y aburridos, convirtiendo en bastardos sociales a los que ya no saben ni quién era su abuelo o su abuelo, y menos sus bisabuelos o tatarabuelos. ¡Qué desgracia!
Poco a poco nos mata la avaricia mercantilista, que ni siquiera tiene audacia o el ingenio de sacar provecho monetario del patriotismo. Y esos, que saben bien donde sacar un dólar, ya conocen que de patriotismo el panameño tiene poco o nada. La bandera ya no despierta emoción, porque la han convertido en una capa que deviene en vestimenta para arroparse en el estadio. La han trastocado en un objeto de plástico, que se tira al suelo de la calle y la acera por ser un artículo desechable.
Si un resabio de patriota queda en alguno de nosotros, que no nos acobardemos ante tanta ignominia. Enseñemos al que no sabe a apreciar y respetar la bandera. Digámosle que por ella han muerto muchos y que, en ella, también, se han inspirado los que han alcanzado triunfos y éxitos representando a Panamá. Repitamos con el poeta: ¡Bandera de la Patria! Sube…sube hasta perderte en el azul…Y luego de flotar en la tierra del querube, de flotar junto al velo de la nube, si ves que el hado ciego en los istmeños puso cobardía, desciende al istmo convertida en fuego y extingue con febril desasosiego a los que amaron tu esplendor un día.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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A tiro de piedra
Y las fiestas patrias ¿qué?
El afán mercantilista de algunos comercios provoca que en vitrinas e interiores, los almacenes hayan adelantado la decoración navideña. Para este tipo de comerciante pareciera no existir otra cosa que les ayude en sus ventas. Ni siquiera las fiestas patrias les mueve a decorar, al menos con una bandera, sus estanterías y sus salas de exhibición.
Indigna sobremanera esa afrenta contra la patria, porque es la tierra que acoge y cobija al nacional y al extranjero que encuentra en ella el lugar para realizarse, ya sea como persona, profesional o como empresario. Y no es fenómeno nuevo, porque Gaspar Octavio Hernández, periodista y patriota panameño, murió ante su máquina de escribir, precisamente, cuando redactaba un editorial censurando, en el siglo pasado, una situación similar a la que me ocupa.
La relajación de nuestro civismo es dañina en grado sumo, porque nos desarraiga del patriotismo que nos liga a la nación y a nuestra historia, para convertirnos en seres amorfos que sólo se arropan con la bandera frente a un festival de goles o algún otro espectáculo que, por igual, se comparte con el confite y con el güaro. Cuán bajo hemos caído.
Nuestros símbolos patrios, principalmente la bandera, deben exhibirse con respeto y fervor en cada vitrina, cada balcón y cada ventana de locales y viviendas. Es una forma de expresar nuestra vocación como pueblo y nación, que debe manifestarse de manera conciente de lo que hemos sido y lo que somos; de nuestro origen y de lo que queremos ser. Un dólar se gana hoy o se pierde mañana, pero el patriotismo se siente y se lleva aquí y acullá.
¿Dónde están ese panameño y esa panameña de verdad? ¿Dónde el nacionalismo de los chateadores que, al competir una compatriota nuestra con una tica, se lanzaron a la calle a gritar Panamá, Panamá, hasta quedar con ronquera? Quiero ver a esos hombres rudos y mujeres bellas que, según Gaspar Octavio Hernández, en patriotismo férvido se inflaman. Ya hay pocos, porque ahora prima el tener y no el ser. Nos consume el cáncer de la masificación y del día libre para “rumbear”. Ni siquiera visitamos las tumbas de nuestros ancestros, porque eso es cosa de viejas y aburridos, convirtiendo en bastardos sociales a los que ya no saben ni quién era su abuelo o su abuelo, y menos sus bisabuelos o tatarabuelos. ¡Qué desgracia!
Poco a poco nos mata la avaricia mercantilista, que ni siquiera tiene audacia o el ingenio de sacar provecho monetario del patriotismo. Y esos, que saben bien donde sacar un dólar, ya conocen que de patriotismo el panameño tiene poco o nada. La bandera ya no despierta emoción, porque la han convertido en una capa que deviene en vestimenta para arroparse en el estadio. La han trastocado en un objeto de plástico, que se tira al suelo de la calle y la acera por ser un artículo desechable.
Si un resabio de patriota queda en alguno de nosotros, que no nos acobardemos ante tanta ignominia. Enseñemos al que no sabe a apreciar y respetar la bandera. Digámosle que por ella han muerto muchos y que, en ella, también, se han inspirado los que han alcanzado triunfos y éxitos representando a Panamá. Repitamos con el poeta: ¡Bandera de la Patria! Sube…sube hasta perderte en el azul…Y luego de flotar en la tierra del querube, de flotar junto al velo de la nube, si ves que el hado ciego en los istmeños puso cobardía, desciende al istmo convertida en fuego y extingue con febril desasosiego a los que amaron tu esplendor un día.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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