martes, 14 de octubre de 2008

San Pablo y los Apóstoles

2008-10-05
La Voz del Pastor
San Pablo y los Apóstoles


Extracto general de la audiencia general, que Su Santidad Benedicto XVI dirige a los peregrinos en la Plaza de San Pedro, del miércoles 24 de septiembre de 2008

Hoy quiero hablar sobre la relación entre san Pablo y los Apóstoles que lo habían precedido en el seguimiento de Jesús. Estas relaciones estuvieron siempre marcadas por un profundo respeto y por la franqueza que en san Pablo derivaba de la defensa de la verdad del Evangelio. Aunque era prácticamente contemporáneo de Jesús de Nazaret, nunca tuvo la oportunidad de encontrarse con Él durante su vida pública. Por eso, tras quedar deslumbrado en el camino de Damasco, sintió la necesidad de consultar a los primeros discípulos del Maestro, que Él había elegido para que llevaran su Evangelio hasta los confines del mundo.

En la carta a los Gálatas san Pablo elabora un importante informe sobre los contactos mantenidos con algunos de los Doce: ante todo con Pedro, que había sido elegido como Kephas, palabra aramea que significa roca, sobre la que se estaba edificando la Iglesia (cf. Ga 1, 18); con Santiago, "el hermano del Señor" (cf. Ga 1, 19); y con Juan (cf. Ga 2, 9): san Pablo no duda en reconocerlos como "las columnas" de la Iglesia. Particularmente significativo es el encuentro con Cefas (Pedro), que tuvo lugar en Jerusalén: san Pablo se quedó con él 15 días para "consultarlo" (cf. Ga 1, 19), es decir, para informarse sobre la vida terrena del Resucitado, que lo había "atrapado" en el camino de Damasco y le estaba cambiando la vida de modo radical: de perseguidor de la Iglesia de Dios se había transformado en evangelizador de la fe en el Mesías crucificado e Hijo de Dios, que en el pasado había intentado destruir (cf. Ga 1, 23).

¿Qué tipo de información sobre Jesucristo obtuvo san Pablo en los tres años sucesivos al encuentro de Damasco? En la primera carta a los Corintios podemos encontrar dos pasajes que san Pablo había conocido en Jerusalén y que ya habían sido formulados como elementos centra-les de la tradición cristiana, una tradición constitutiva. Él los transmite verbalmente tal como los había recibido, con una fórmula muy solemne: "Os transmito lo que a mi vez recibí". Insiste, por tanto, en la fidelidad a cuanto él mismo había recibido y que transmite fielmente a los nuevos cristianos. Son elementos constitutivos y conciernen a la Eucaristía y a la Resurrección; se trata de textos ya formulados en los años treinta. Así llegamos a la muerte, a la sepultura en el seno de la tierra y a la resurrección de Jesús (cf. 1 Co 15, 3-4).

Tomemos ambos textos: las palabras de Jesús en la última Cena (cf. 1 Co 11, 23-25) son realmente para san Pablo centro de la vida de la Iglesia: la Iglesia se edifica a partir de este centro, llegando a ser así ella misma. Además de este centro eucarístico, del que vuelve a nacer siempre la Iglesia –también para toda la teología de san Pablo, para todo su pensamiento–, estas palabras tuvieron un notable impacto sobre la relación personal de san Pablo con Jesús. Por una parte, atestiguan que la Eucaristía ilumina la maldición de la cruz, convirtiéndola en bendición (cf. Ga 3, 13-14); y por otra, explican el alcance de la misma muerte y resurrección de Jesús. En sus cartas el "por vosotros" de la institución se convierte en "por mí" (Ga 2, 20)– personalizando, sabiendo que en ese "vosotros" él mismo era conocido y amado por Jesús– y, por otra parte, en "por todos", (2 Co 5, 14); este "por vosotros" se convierte en "por mí" y "por la Iglesia" (Ef 5, 25), es decir, también "por todos" del sacrificio expiatorio de la cruz (cf. Rm 3, 25). Por la Eucaristía y en la Eucaristía la Iglesia se edifica y se reconoce como "Cuerpo de Cristo" (1 Co 12, 27), alimentado cada día por la fuerza del Espíritu del Resucitado.

La importancia que san Pablo confiere a la Tradición viva de la Iglesia, que transmite a sus comunidades, demuestra cuán equivocada es la idea de quienes afirman que fue san Pablo quien inventó el cristianismo: antes de proclamar el evangelio de Jesucristo, su Señor, se encontró con Él en el camino de Damasco y lo frecuentó en la Iglesia, observando Su vida en los Doce y en aquellos que lo habían seguido por los caminos de Galilea. En las próximas catequesis tendremos la oportunidad de profundizar en las contribuciones que san Pablo dio a la Iglesia de los orígenes; pero la misión que recibió del Resucitado en orden a la evangelización de los gentiles necesita ser confirmada y garantizada por aquellos que le dieron la mano a él y a Bernabé, como señal de aprobación de su apostolado y de su evangelización, así como de acogida en la única comunión de la Iglesia de Cristo (cf. Ga 2, 9).


S. S. Benedicto XVI
Obispo de Roma


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