viernes, 19 de septiembre de 2008

La presencia de Cristo en la Sagrada Escritura y en la Eucaristía

2008-09-14
La Voz del Pastor
La presencia de Cristo en la Sagrada Escritura y en la Eucaristía

El próximo sínodo, sobre “La Palabra de Dios en la Vida y Misión de la Iglesia”, está en íntima relación de continuidad con el precedente, sobre la Eucaristía, Sacramentum Caritatis, Fuente y Culmen de la Vida y Misión de la Iglesia.

En la exhortación apostólica Sacramentum Caritatis, se nos recomienda vivamente destacar la unidad intrínseca del rito de la santa Misa. No se deben yuxtaponer las dos partes del rito, la liturgia de la Palabra y la liturgia eucarística, como si fuesen independientes una de otra, pues ambas están íntimamente unidas entre sí y forman un único acto de culto, al que se suman la introducción y la conclusión.

En la liturgia de la Palabra de la eucaristía, se proclama y renueva la fe de la Iglesia en el misterio pascual de Jesucristo, latente en el Antiguo Testamento y patente en el Nuevo. Ella es, por lo tanto, proclamación y testimonio (Kerigma y martyria).

En la liturgia eucarística, se celebra este misterio, haciendo presente de manera incruenta, por el Sacramento del Cuerpo y la Sangre del Señor, el único sacrificio Redentor del Señor, realizado una vez por todas, de modo cruento en el Calvario. Y es que la eucaristía es memorial de la pascua del Señor: su pasión y muerte salvíficas y su resurrección gloriosa.

Del costado abierto del Señor nace la Iglesia, sacramento de unidad, misterio de comunión y misión, sacramento de salvación, y los siete ritos fundamentales llamados sacramentos.

Como la eucaristía es acción del Sumo y Eterno Sacerdote, según el rito de Melquisedec, Cabeza del nuevo pueblo de Dios, que nace de los sacramentos de iniciación cristiana, y peregrina hacia la madurez de Cristo nutriéndose con la eucaristía, auténtico viático, la eucaristía también es liturgia (leitourgia).

Los que participan en ella con fe, comiendo el Cuerpo del Señor y bebiendo su Sangre, entran en comunión de vida, vocación y misión con Él, Pan de Vida y Siervo del Señor, que se inmola para que muchos tengan vida. Por eso, la eucaristía también es diaconía o servicio.

Proclamación y testimonio, liturgia y diaconía, no son compartimentos estancos, sino vasos comunicantes. La fe en el misterio pascual de la Palabra encarnada, que se oye, se ve, se palpa, se celebra y se comunica como servicio pastoral de entrega de la propia vida por amor, desemboca necesariamente en un servicio de amor por parte de los discípulos, similar al de su maestro, y una pastoral social. Así pues, “se ha de tener constantemente presente que la Palabra de Dios, que la Iglesia lee y proclama en la liturgia, lleva a la eucaristía como a su fin connatural” (Sacramentum Caritatis 44).

El instrumento de trabajo para el próximo Sínodo quiere ahondar en la doctrina precedente. Recuerda que el Espíritu es quien proclama la Palabra de Dios contenida en la Escritura (cf 2 Tim 3:16-17. 2 Pt 1:20-21). De la misma forma que obró antes para que la Palabra, vivencia comunitaria de la fe, se transformase en Libro, hace ahora, en la liturgia, que el Libro se transforme en Palabra, acontecimiento. No sin razón la tradición alejandrina discierne una doble epíclesis: Invoca al Espíritu antes de la proclamación de las lecturas y luego también después de la homilía. El Espíritu guía al “presidente en la misión profética de comprender, proclamar y explicar adecuadamente la Palabra de Dios a la asamblea y, paralelamente, lo lleva a invocar una justa y digna recepción de la Palabra, de parte de la comunidad reunida”. (cf Euchologion Serapionis, 19-20).

“La asamblea litúrgica, gracias al Espíritu Santo, escucha a Cristo, “pues, cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla” (SC 7), y acepta la alianza que Dios renueva con su pueblo. Escritura y liturgia convergen, por lo tanto, en el único fin de llevar al pueblo al diálogo con el Señor. La Palabra que sale de la boca de Dios, y es atestiguada en las Escrituras, vuelve a Él en forma de respuesta orante del pueblo (cf Is 55: 10-11)… La Sagrada Escritura, más que un libro escrito, ha de ser considerada como una proclamación y un testimonio del Espíritu Santo sobre la persona de Cristo”. (Instrumentum laboris 34) (cf 2 Tim 3:16-17. 2 Pt 1:20-21).

La estrecha unidad entre Palabra y eucaristía se colige de la misma Escritura (cf Jn 6). Puede aducirse también el testimonio de algunos Padres de la Iglesia, corroborados por el Concilio Vaticano II (cf Sc 48, 51, 56; DV 21, 26; AG 6, 15; PO 18; PC 6). Especialmente significativas son algunas expresiones conservadas por la gran tradición de la Iglesia, según las cuales “Corpus Christi intelligitur etiam […] Scriptura Dei (también la Escritura de Dios se considera Cuerpo de Cristo) (Waltramus, De unitate Ecclesiae Conservanda p. 33), y “ego Corpus Iesu Evangelium puto” (considero el Evangelio Cuerpo de Jesús) (Orígenes, In Ps 147).

También san Jerónimo destaca la relación entre Palabra de Dios y eucaristía, que el Sínodo quiere explorar: “La carne del Señor, verdadero alimento, y su sangre, verdadera bebida, –ha dicho–, constituyen el verdadero bien que nos está reservado en la vida presente: nutrirse de su carne y beber su sangre, no sólo en la eucaristía, sino también en la lectura de la Sagrada Escritura. En efecto, la Palabra de Dios es verdadero alimento y verdadera bebida, que se alcanza a través del conocimiento de las Escrituras”. (S. Jerónimo, Commentarius in Ecclesiasten, 313).

Mons. Oscar Mario Brown J.
Obispo de Santiago

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