2008-08-31
La Voz del Pastor
Discurso del Santo Padre Benedicto XVI al final del rezo del Santo Rosario en el Santuario de Nuestra Señora Aparecida
Señores cardenales, venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado; amados religiosos y todos vosotros que, impulsados por la voz de Jesucristo, lo habéis seguido por amor; estimados seminaristas, que os estáis preparando para el ministerio sacerdotal; queridos representantes de los Movimientos eclesiales, y todos vosotros, laicos que lleváis la fuerza del Evangelio al mundo del trabajo y de la cultura, en el seno de las familias, así como a vuestras parroquias. ¡Qué hermoso es estar aquí reunidos en nombre de Cristo, en la fe, en la fraternidad, en la alegría, en la paz, "en la oración con María, la Madre de Jesús"! (cf. Hch 1, 14).
¡Qué hermoso es, queridos presbíteros, diáconos, consagrados y consagradas, seminaristas y familias cristianas, estar aquí en el santuario nacional de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, que es morada de Dios, casa de María y casa de los hermanos, y que en estos días se transforma también en sede de la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe! ¡Qué hermoso es estar aquí, en esta basílica mariana hacia la que, en este tiempo, convergen las miradas y las esperanzas del mundo cristiano, de modo especial las de América Latina y del Caribe!
Hoy, en vísperas de la apertura de la V Conferencia general de los obispos de América Latina y del Caribe, que tendré el gusto de presidir, siento el deseo de deciros a todos vosotros cuán importante es el sentido de nuestra pertenencia a la Iglesia, que hace a los cristianos crecer y madurar como hermanos, hijos de un mismo Dios y Padre. Queridos hombres y mujeres de América Latina, sé que tenéis una gran sed de Dios. Sé que seguís a aquel Jesús que dijo: "Nadie va al Padre sino por mí" (Jn 14, 6). Por eso el Papa quiere deciros a todos: La Iglesia es nuestra casa. Esta es nuestra casa. En la Iglesia católica tenemos todo lo que es bueno, todo lo que es motivo de seguridad y de consuelo. Quien acepta a Cristo, "camino, verdad y vida", en su totalidad, tiene garantizada la paz y la felicidad, en ésta y en la otra vida. Por eso, el Papa vino aquí para rezar y confesar con todos vosotros: vale la pena ser fieles, vale la pena perseverar en la propia fe. Pero la coherencia en la fe necesita también una sólida formación doctrinal y espiritual, contribuyendo así a la construcción de una sociedad más justa, más humana y cristiana. El Catecismo de la Iglesia católica, incluso en su versión más reducida, publicada con el título de Compendio, ayudará a tener nociones claras sobre nuestra fe. Vamos a pedir, ya desde ahora, que la venida del Espíritu Santo sea para todos como un nuevo Pentecostés, a fin de iluminar con la luz de lo alto nuestros corazones y nuestra fe.
Con gran esperanza me dirijo a vosotros que os encontráis dentro de esta majestuosa basílica o habéis participado en el santo rosario desde fuera, para invitaros a ser profundamente misioneros y a llevar la buena nueva del Evangelio a todos los puntos cardinales de América Latina y del mundo.
Pidamos a la Madre de Dios, Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, que cuide la vida de todos los cristianos. Ella, que es la Estrella de la evangelización, guíe nuestros pasos en el camino al reino celestial. (Extracto)
S. S. Benedicto XVI
Obispo de Roma
Ir a Panorama Católico Edición Digital
La Voz del Pastor
Discurso del Santo Padre Benedicto XVI al final del rezo del Santo Rosario en el Santuario de Nuestra Señora Aparecida
Señores cardenales, venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado; amados religiosos y todos vosotros que, impulsados por la voz de Jesucristo, lo habéis seguido por amor; estimados seminaristas, que os estáis preparando para el ministerio sacerdotal; queridos representantes de los Movimientos eclesiales, y todos vosotros, laicos que lleváis la fuerza del Evangelio al mundo del trabajo y de la cultura, en el seno de las familias, así como a vuestras parroquias. ¡Qué hermoso es estar aquí reunidos en nombre de Cristo, en la fe, en la fraternidad, en la alegría, en la paz, "en la oración con María, la Madre de Jesús"! (cf. Hch 1, 14).
¡Qué hermoso es, queridos presbíteros, diáconos, consagrados y consagradas, seminaristas y familias cristianas, estar aquí en el santuario nacional de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, que es morada de Dios, casa de María y casa de los hermanos, y que en estos días se transforma también en sede de la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe! ¡Qué hermoso es estar aquí, en esta basílica mariana hacia la que, en este tiempo, convergen las miradas y las esperanzas del mundo cristiano, de modo especial las de América Latina y del Caribe!
Hoy, en vísperas de la apertura de la V Conferencia general de los obispos de América Latina y del Caribe, que tendré el gusto de presidir, siento el deseo de deciros a todos vosotros cuán importante es el sentido de nuestra pertenencia a la Iglesia, que hace a los cristianos crecer y madurar como hermanos, hijos de un mismo Dios y Padre. Queridos hombres y mujeres de América Latina, sé que tenéis una gran sed de Dios. Sé que seguís a aquel Jesús que dijo: "Nadie va al Padre sino por mí" (Jn 14, 6). Por eso el Papa quiere deciros a todos: La Iglesia es nuestra casa. Esta es nuestra casa. En la Iglesia católica tenemos todo lo que es bueno, todo lo que es motivo de seguridad y de consuelo. Quien acepta a Cristo, "camino, verdad y vida", en su totalidad, tiene garantizada la paz y la felicidad, en ésta y en la otra vida. Por eso, el Papa vino aquí para rezar y confesar con todos vosotros: vale la pena ser fieles, vale la pena perseverar en la propia fe. Pero la coherencia en la fe necesita también una sólida formación doctrinal y espiritual, contribuyendo así a la construcción de una sociedad más justa, más humana y cristiana. El Catecismo de la Iglesia católica, incluso en su versión más reducida, publicada con el título de Compendio, ayudará a tener nociones claras sobre nuestra fe. Vamos a pedir, ya desde ahora, que la venida del Espíritu Santo sea para todos como un nuevo Pentecostés, a fin de iluminar con la luz de lo alto nuestros corazones y nuestra fe.
Con gran esperanza me dirijo a vosotros que os encontráis dentro de esta majestuosa basílica o habéis participado en el santo rosario desde fuera, para invitaros a ser profundamente misioneros y a llevar la buena nueva del Evangelio a todos los puntos cardinales de América Latina y del mundo.
Pidamos a la Madre de Dios, Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, que cuide la vida de todos los cristianos. Ella, que es la Estrella de la evangelización, guíe nuestros pasos en el camino al reino celestial. (Extracto)
S. S. Benedicto XVI
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