jueves, 11 de septiembre de 2008

El precio de una huelga

2008-08-31
Editorial
El precio de una huelga

El derecho a huelga le asiste a todo trabajador que reclama lo justo frente al abuso del más fuerte. Es un acto que resulta legítimo cuando jurídica y moralmente está justificado a plenitud. Su uso y abuso dependen, inexorablemente, de la conciencia y la calidad humana de quienes a él recurren.

Desde hace algunos días se anuncia una huelga de advertencia, que pretende anunciar otra mayor, en protesta contra el alto costo de la vida y el retraso en el pago de seis partidas del décimo tercer mes que se adeudan desde hace casi 20 años, y, además, para pedir la renuncia del ministro de educación y otros funcionarios. De los tres motivos, los dos primeros son suficientes para protestar y reclamar; sin embargo, preocupa el hecho que el llamado a huelga se extienda al sector docente, por las decenas de miles de estudiantes que resultarían víctimas de la consecuencia de la huelga.

Sin pretender menoscabar su derecho, nos vemos en la necesidad de pedirle a los educadores que depongan toda intención de huelga o medida que resulte en un daño al proceso de enseñanza y aprendizaje. Ya bastante perjuicio hay con la pérdida de clases por causa de la contaminación con la fibra de vidrio. Aunque sea justificada con los argumentos que sirven para convocarla, la huelga en el sector educativo reclama una decisión moral.

La niñez que compone el alumnado, entre infancia y adolescencia, necesita ser protegida en un acto de humanidad sin barreras. Los estudiantes necesitan recibir sus clases; ese es un derecho inalienable que ellos tienen. Por más difícil que resulte comprenderlo y aceptarlo, el derecho de unos no puede defenderse conculcando el ajeno. Hay otras formas de protestar y luchar por las convicciones, y deben buscarse y practicarse. Esa sería la mejor lección para un gobernante por parte de un gobernado, y para un alumno por parte de su maestro.

Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org

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