2008-09-28
La Voz del Pastor
Educación y elecciones
Coinciden las opiniones hoy en Panamá en cuanto a manifestar malestar sobre la educación y, en particular, sobre la educación que ofrece el Estado. Diálogos, inversión en investigaciones, declaraciones, etc., se han dado en abundancia, pero queda la sensación de que nada pasa, que nada se mueve, y seguimos en las mismas, lo cual es equivalente a empeoramiento. Sea injusta o no la apreciación, ésta es la que hay, por lo que, dado que quienes aspiran a ganar en las próximas elecciones andan a la búsqueda del voto ciudadano, no estará de más que los votantes pregunten qué piensan hacer en cuanto a educación. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Con qué? ¿Para qué sociedad? ¿Para qué perfil de persona? Sin olvidar que el dinero del Estado, que el Gobierno administra, es dinero del pueblo y debe ser destinado al bien común.
En estos últimos años, el tipo de propuesta que ha predominado en las voces de miembros de la sociedad civil, ha sido en función del modelo económico que rige y del mercado de trabajo. Sin embargo, sin quitar importancia a la economía y a la oferta laboral, no podemos olvidar que la educación es mucho más. En efecto, para continuar la construcción de las jóvenes generaciones que la familia comienza, la sociedad dispone de la escuela. En las sociedades democráticas, y la nuestra lo es, la misión de la escuela es la de formar personas autónomas, capaces de pensar por ellas mismas superando determinismos.
Como señala el Documento de Aparecida, “América Latina y El Caribe viven una particular y delicada emergencia educativa. En efecto, las nuevas reformas educacionales de nuestro continente, impulsadas para adaptarse a las nuevas exigencias que se van creando con el cambio global, aparecen centradas prevalentemente en la adquisición de conocimientos y habilidades, y denotan un claro reduccionismo antropológico, ya que conciben la educación preponderantemente en función de la producción, la competitividad y el mercado. Por otra parte, con frecuencia propician la inclusión de factores contrarios a la vida, a la familia y a una sana sexualidad. De esta forma, no despliegan los mejores valores de los jóvenes ni su espíritu religioso; tampoco les enseñan los caminos para superar la violencia y acercarse a la felicidad, ni les ayudan a llevar una vida sobria y adquirir aquellas actitudes, virtudes y costumbres que harán estable el hogar que funden, y que los convertirán en constructores solidarios de la paz y del futuro de la sociedad” (DA 329).
De esta misión están encargados maestros y profesores, cuya formación, reclutamiento y remuneración están confiadas al Estado. La escuela, en este sentido, no es un “servicio público” al estilo de como lo es la distribución eléctrica y el agua potable, ni tampoco un supermercado de conocimientos donde cada cual va a servirse como le viene en gana. La escuela tiene el encargo de constituir el lugar, el escenario de la formación integral.
El “deber” del docente no es, por lo tanto, sólo el transmitir conocimientos, formar para saber (y ojalá lo estén haciendo); el docente es también un guía. Enseñar es mostrar el camino, sabiendo acercarse de diversas maneras a una materia según las dificultades encontradas. Pero esto no lo hace un “director de equipo”, ni un simple facilitador. No es un entrenador deportivo ni sólo docente de una asignatura, enseñando una técnica o una habilidad: él contribuye a la formación de un ser libre.
Se expresan muchas críticas sobre la actuación de maestros y profesores, pero ¿realmente se les forma para la tarea a cumplir?
Y volviendo al tema electoral, leamos el Documento de Aparecida: “Pensemos cuán necesaria es la integridad moral en los políticos. Muchos de los países latinoamericanos y caribeños, pero también en otros continentes, viven en la miseria por problemas endémicos de corrupción. Cuánta disciplina de integridad moral necesitamos, entendiendo por ella, en el sentido cristiano, el autodominio para hacer el bien, para ser servidor de la verdad y del desarrollo de nuestras tareas sin dejarnos corromper por favores, intereses y ventajas. Se necesita mucha fuerza y mucha perseverancia para conservar la honestidad que debe surgir de una nueva educación que rompa el círculo vicioso de la corrupción imperante. Realmente necesitamos mucho esfuerzo para avanzar en la creación de una verdadera riqueza moral que nos permita prever nuestro propio futuro”. (DA 507)
Mons. Pablo Varela Server
Obispo Auxiliar
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Educación y elecciones
Coinciden las opiniones hoy en Panamá en cuanto a manifestar malestar sobre la educación y, en particular, sobre la educación que ofrece el Estado. Diálogos, inversión en investigaciones, declaraciones, etc., se han dado en abundancia, pero queda la sensación de que nada pasa, que nada se mueve, y seguimos en las mismas, lo cual es equivalente a empeoramiento. Sea injusta o no la apreciación, ésta es la que hay, por lo que, dado que quienes aspiran a ganar en las próximas elecciones andan a la búsqueda del voto ciudadano, no estará de más que los votantes pregunten qué piensan hacer en cuanto a educación. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Con qué? ¿Para qué sociedad? ¿Para qué perfil de persona? Sin olvidar que el dinero del Estado, que el Gobierno administra, es dinero del pueblo y debe ser destinado al bien común.
En estos últimos años, el tipo de propuesta que ha predominado en las voces de miembros de la sociedad civil, ha sido en función del modelo económico que rige y del mercado de trabajo. Sin embargo, sin quitar importancia a la economía y a la oferta laboral, no podemos olvidar que la educación es mucho más. En efecto, para continuar la construcción de las jóvenes generaciones que la familia comienza, la sociedad dispone de la escuela. En las sociedades democráticas, y la nuestra lo es, la misión de la escuela es la de formar personas autónomas, capaces de pensar por ellas mismas superando determinismos.
Como señala el Documento de Aparecida, “América Latina y El Caribe viven una particular y delicada emergencia educativa. En efecto, las nuevas reformas educacionales de nuestro continente, impulsadas para adaptarse a las nuevas exigencias que se van creando con el cambio global, aparecen centradas prevalentemente en la adquisición de conocimientos y habilidades, y denotan un claro reduccionismo antropológico, ya que conciben la educación preponderantemente en función de la producción, la competitividad y el mercado. Por otra parte, con frecuencia propician la inclusión de factores contrarios a la vida, a la familia y a una sana sexualidad. De esta forma, no despliegan los mejores valores de los jóvenes ni su espíritu religioso; tampoco les enseñan los caminos para superar la violencia y acercarse a la felicidad, ni les ayudan a llevar una vida sobria y adquirir aquellas actitudes, virtudes y costumbres que harán estable el hogar que funden, y que los convertirán en constructores solidarios de la paz y del futuro de la sociedad” (DA 329).
De esta misión están encargados maestros y profesores, cuya formación, reclutamiento y remuneración están confiadas al Estado. La escuela, en este sentido, no es un “servicio público” al estilo de como lo es la distribución eléctrica y el agua potable, ni tampoco un supermercado de conocimientos donde cada cual va a servirse como le viene en gana. La escuela tiene el encargo de constituir el lugar, el escenario de la formación integral.
El “deber” del docente no es, por lo tanto, sólo el transmitir conocimientos, formar para saber (y ojalá lo estén haciendo); el docente es también un guía. Enseñar es mostrar el camino, sabiendo acercarse de diversas maneras a una materia según las dificultades encontradas. Pero esto no lo hace un “director de equipo”, ni un simple facilitador. No es un entrenador deportivo ni sólo docente de una asignatura, enseñando una técnica o una habilidad: él contribuye a la formación de un ser libre.
Se expresan muchas críticas sobre la actuación de maestros y profesores, pero ¿realmente se les forma para la tarea a cumplir?
Y volviendo al tema electoral, leamos el Documento de Aparecida: “Pensemos cuán necesaria es la integridad moral en los políticos. Muchos de los países latinoamericanos y caribeños, pero también en otros continentes, viven en la miseria por problemas endémicos de corrupción. Cuánta disciplina de integridad moral necesitamos, entendiendo por ella, en el sentido cristiano, el autodominio para hacer el bien, para ser servidor de la verdad y del desarrollo de nuestras tareas sin dejarnos corromper por favores, intereses y ventajas. Se necesita mucha fuerza y mucha perseverancia para conservar la honestidad que debe surgir de una nueva educación que rompa el círculo vicioso de la corrupción imperante. Realmente necesitamos mucho esfuerzo para avanzar en la creación de una verdadera riqueza moral que nos permita prever nuestro propio futuro”. (DA 507)
Mons. Pablo Varela Server
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