miércoles, 21 de mayo de 2008

En memoria de un amigo

2008-05-18
A tiro de piedra
En memoria de un amigo

Hace 15 años, un 18 de mayo, partió a la casa del Padre Dios el amigo Carlos Pérez Herrera, hombre caritativo, intelectual y de gran fortaleza espiritual. Nacido en Veraguas, fue sacerdote y diplomático, después, al obtener la dispensa de la Santa Sede que le permitió, posteriormente, vivir como seglar y además contraer matrimonio y formar una familia, se distinguió como escritor, poeta, filósofo y periodista.

Recuerdo que nos hicimos amigos al morir monseñor Tomás Clavel Méndez. Monseñor Marcos Gregorio McGrath me lo presentó, con el encargo de consultarlo para escribir sobre monseñor Clavel. Tras una larga conversación, empezamos la amistad que duró hasta su muerte.

El doctor Pérez Herrera (yo lo llamaba Carlos, a secas), irradiaba sencillez y gran sensibilidad social. Escribía con frecuencia artículos para nuestro periódico Panorama Católico. Cuando teníamos que defender a la Iglesia, por aquellos últimos años del régimen militar, lo hicimos sin dudar. Daba gusto conversar con él de diferentes temas, y a veces aprovechaba para hablar en otro idioma con él, ya que dominaba varias lenguas como el inglés, francés, italiano, portugués, latín, griego, árabe y otros.

Carlos fue el iniciador de la Comisión de la Historia Eclesiástica, hoy elevada al rango de Academia, y se le asignó un pequeño cuarto en la parte posterior del templo de Santa Teresita, junto al antiguo arzobispado. Allí colaboré con él en algunos asuntos relacionados con ése trabajo. Antes de morir entregó su compilación a la Curia, y otros ilustres historiadores y venerables sacerdotes continuaron con la tarea.

Ocho meses antes de su muerte viajamos a Brasil, para un congreso de prensa católica. Se mostraba algo desmejorado, pero de buen ánimo. Al segundo día de estar en Sao Paolo se sintió mal, y lo llevamos al hospital universitario de la USP. A pesar de la alta fiebre que obligaba a bañarlo aún en la madrugada, y los pinchazos de la solución intravenosa, bromeaba y charlaba. Se robó el corazón de los médicos y enfermeras, que se desvivieron en atenciones hacia él. Volvimos a Panamá cuando lo autorizaron a viajar, y venía más repuesto. Su familia cercana se asombró del cambio.

Su larga trayectoria permanece guardada, como signo de su humildad, digo yo. Esas escenas de despedida, al entregar el cáliz que recibió en su ordenación sacerdotal para una parroquia pobre, y la renovación de su cédula, sabedor de que tenía los días contados, han quedado grabadas en mí. Fue un gran amigo, y lo recuerdo con mucho aprecio y simpatía. Ya quedan pocos como él.

Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org

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