miércoles, 21 de mayo de 2008

El Respeto y la Obediencia a Nuestros Padres

2008-05-18
La Voz del Pastor
El Respeto y la Obediencia a Nuestros Padres

No faltará quien tilde de obsoleto este concepto del respeto y la obediencia que debemos los hijos hacia nuestros padres.

Cada día salen a relucir ideas acomodaticias y distorsionadas sobre la libertad y los derechos humanos con la nefasta conclusión de negar en la práctica el amor, la reverencia y la obediencia de los hijos hacia aquellos que los engendraron.

Corrientes de pensamiento seudo modernos llegan hasta desconocer en la práctica, aunque no niegan en teoría, la llamada patria potestad. Las relaciones de amor y reverencia entre padres e hijos es recíproca.

El respeto y la obediencia a nuestros padres tienen su principio en la ley natural ya que todos venimos al mundo procedentes de aquellos que nos engendraron. Sí no siempre los seres humanos son concebidos por un acto de amor en la mutua donación de sus padres, ontológicamente proceden de ellos por el acto generador - ya por este título el padre y la madre merecen la gratitud y el respeto por ser el origen material e inmediato de la vida de sus hijos. Además, la ley divina nos pide taxativamente que amemos , respetemos y obedezcamos a nuestros padres.

Cuando Dios entregó el decálogo a Moisés en el monte Sinaí le recordó primero el deber fundamental de amarle por encima de todas las cosas. Vemos que los tres primeros mandamientos nos relacionan directamente con Dios. Pero cuando nos presenta la segunda parte de los mandamientos que es el amor a nuestro prójimo nos presenta también el orden en que debemos amar a nuestros semejantes. De allí que no hay ser humano más cercano a nosotros que nuestros padres.

"Honra a tu padre y a tu madre para que vivas una larga vida en la tierra que te dio el Señor tu Dios" (Éxodo 20, 12). Más adelante nos dice Dios en el Deuteronomio: "honra a tu padre y a tu madre tal como el Señor tu Dios te lo ha ordenado para que vivas una larga vida y te vaya bien en la tierra" ( Deuteronomio 5,16). y para convencernos más sobre el deber de amar, respetar y obedecer a nuestros padres el mismo Dios se complace en prometer algunas recompensas terrenales que no son más que signos de los bienes que nos dará en el cielo a los que cumplimos estos deberes.

Nos dice el libro del Eclesiástico (Ecle. 3, 2-16) "El Señor quiere que el padre sea honrado por sus hijos y que la autoridad de la madre sea respetada por ellos"... y a continuación señala algunos premios: "alcanza el perdón de sus pecados... "reúne una gran riqueza... "recibirá alegría de sus propios hijos"... "cuando ore el Señor lo escuchará"... "tendrá larga vida"... "será premiado por el Señor" "recibirá toda clase de bendiciones.

Este amor y obediencia a nuestro padre se hace mucho más obligante al llegar ellos a la vejez porque es cuando más nos necesitan. "Aunque su inteligencia se debilite, sé comprensivo con él... no lo avergüences mientras viva" "socorre al padre, es algo que no se olvidará. Así como Dios señala algunas recompensas por la obediencia y el amor a nuestros padres también profiere amenazas. "El que abandone a su padre ofende al Señor y el que hace enojar a su madre es maldecido por Dios". Todos tenemos un ejemplo en el mismo Jesucristo el cual "siendo Dios no se aferró a su condición divina... se hizo hombre... tomó la condición de siervo y se hizo obediente a la muerte y muerte en la cruz" (Filipenses 2, 6-8).

Con mucha elocuencia nos relata San Lucas el hallazgo del niño Jesús en el templo y después de describirnos las sabias respuestas dadas a sus padres para calmar su preocupación añade el evangelista: "Volvió con ellos a Nazaret obedeciéndolos en todo" (Lucas 2,51). Además Jesús afirmo categóricamente: "mi alimento es cumplir la voluntad de mi padre. (Juan 4, 34)

Nuestra formación y madurez cristiana nos tienen que ayudar a obedecer, amar y reverenciar a nuestros padres mientras ellos vivan y cualquier legislación o normas legales que se promulguen para proteger a los hijos deben contribuir a resaltar tanto el deber de los padres para proteger y educar a sus hijos (la patria potestad) como la de éstos de venerar y respetar a aquellos con amor filial.

Mons. José Dimas Cedeño Delgado
Arzobispo Metropolitano de Panamá

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