viernes, 24 de agosto de 2007

San Agustín, el teólogo del Papa

2007-08-26
La Voz del Pastor
San Agustín, el teólogo del Papa

Al visitar en abril del presente año Pavía, donde se encuentra la tumba de San Agustín, el Papa Benedicto XVI presentó a su maestro teólogo, Agustín de Hipona, como modelo de conversión para nuestros tiempos.

San Agustín, el más grande de los Padres de la Iglesia, es llamado doctor debido a las grandes ventajas que la Iglesia ha obtenido de su doctrina.

Por eso, a pesar del tiempo, San Agustín sigue siendo la más radiante luz de caminantes, clara voz de la inteligencia, fulgente estrella de la Iglesia y patrimonio común de la humanidad.

Asombra saber que en algunos círculos religiosos muy cualificados de Argelia, país con el 98% de confesión musulmana, han reconocido en san Agustín al más célebre representante de la Iglesia católica y de la literatura religiosa latina; al arquitecto de un partenón literario; al ciudadano de la entera humanidad, al más grande maestro de la Iglesia católica, después de los Apóstoles; subido elogio éste, y más subido aún, sabiendo que proviene de círculos islámicos.

El Papa Benedicto XVI -Joseph Ratzinger- quien dedicó su tesis doctoral, nos presenta que Agustín es un modelo en el camino de conversión, y lo ilustra con las tres conversiones que experimentó en su vida y que en realidad constituyen “una grande y única conversión en la búsqueda del Rostro de Cristo y del camino junto a Él”.

La primera conversión fundamental: Fue el camino interior hacia el cristianismo, hacia el sí de la fe y del Bautismo. Agustín siempre estaba atormentado por la cuestión de la verdad. Quería encontrar la verdad. Siempre había creído -a veces más bien vagamente, a veces de manera más clara- que Dios existe y que nos cuida. Pero la gran lucha interior de sus años juveniles consistió en conocer verdaderamente a este Dios y familiarizarse con Jesucristo, hasta llegar a decirle sí con todas las consecuencias.

La segunda conversión de San Agustín: Tuvo lugar después de su bautismo, en Hipona, África, cuando había fundado un pequeño monasterio, y fue consagrado sacerdote prácticamente por la fuerza, a petición popular. “El bonito sueño de la vida contemplativa se desvanecía, la vida de Agustín cambiaba fundamentalmente”. Ahora tenía que vivir con Cristo para todos. Y así tuvo que traducir sus conocimientos y sus sublimes pensamientos en el lenguaje de la gente sencilla de su ciudad. La gran obra filosófica de toda una vida, que había soñado, se quedó sin ser escrita. En su lugar, nos dio algo más precioso: el Evangelio traducido en el lenguaje de la vida cotidiana. Esta fue la segunda conversión de este hombre, que tuvo que realizar luchando y sufriendo: ponerse siempre al servicio de todos; en todo momento, junto con Cristo; entregar la propia vida para que los demás puedan encontrar en Él la verdadera Vida.

Por último, la tercera conversión de San Agustín: Fue cuando descubrió que "sólo uno es verdaderamente perfecto y que las palabras del Sermón de la Montaña", las Bienaventuranzas, "sólo se realizan totalmente en una persona: en el mismo Jesucristo". Descubrió que "toda la Iglesia, todos nosotros, incluidos los apóstoles, tenemos que rezar cada día: "perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores", escribía San Agustín. "Había aprendido un último nivel de humildad, no sólo la de introducir su gran pensamiento en la fe de la Iglesia, no sólo la de traducir sus grandes conocimientos en la sencillez del anuncio, sino también la humildad para reconocer que tanto él como toda la Iglesia peregrina necesitaban continuamente la bondad misericordiosa de un Dios que perdona". "Y nosotros -añadía- nos hacemos semejantes a Cristo, el Perfecto, en la medida más grande posible cuando nos convertimos, como Él, en personas de misericordia".

San Agustín sigue siendo, por eso y más, radiante luz de caminantes, clara voz de la inteligencia, fulgente estrella de la Iglesia y patrimonio común de la Humanidad.

¿Qué nos enseña su vida? Que a pesar de ser pecadores, Dios nos quiere y busca nuestra conversión. Que aunque tengamos pecados muy graves, Dios nos perdona si nos arrepentimos de corazón. Que el ejemplo y la oración de una madre dejan fruto en la vida de un hijo.

Mons. José Domingo Ulloa
Obispo Auxiliar

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