viernes, 24 de agosto de 2007

Aparecida y desarrollo

2007-08-12
La Voz del Pastor
Aparecida y desarrollo

Dentro de pocos días estará ya a la venta en las librerías católicas de Panamá, la edición impresa del Documento de Aparecida con lo que será más asequible para todos los fieles. Su lectura meditativa dará frutos de relanzamiento de nuestra vida cristiana, de revisión creativa de nuestra manera de vivir el Evangelio y de practicarlo a través de acciones pastorales y otras. Hay que dar gracias al Señor porque quienes participaron en la V Conferencia y aportaron en sus trabajos lo que habían escuchado de sus pueblos en la consulta realizada el año anterior, y por el don del Espíritu Santo que experimentaron durante sus reuniones. El Señor hace grandes cosas.

Dice el Evangelio de Juan: "Para que tengan vida en abundancia" (Jn 10, 10). En el título que el Papa puso a la Conferencia se decía “… para que nuestros pueblos en El tengan vida”. Precisamente por esta misma preocupación, uno de cuyos componentes son las condiciones de vida social, política y económica, de nuestro pueblo, especialmente de los más pobres, la Conferencia Episcopal Panameña desde hace años ha planteado la necesidad de un desarrollo integral de nuestro país.

La categoría de “desarrollo integral” introducida por Juan XXIII en Mater et Magistra, desarrollada por Pablo VI (Populorum Progressio) y Juan Pablo II (Sollicitudo rei Sociali), así como la inseparable noción de bien común, “el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos” (Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, 193), resultan particularmente iluminadoras para una acción a favor de una economía al servicio de todos los hombres y de todo el hombre, así como de una justicia social más efectiva; exigencia inherente a nuestra condición de discípulos del Señor. Decía recientemente el Papa Benedicto XVI, en su discurso a Cáritas Internationalis: «Los grandes desafíos a los que se enfrenta el mundo actual, como la globalización, los abusos contra los derechos humanos o las estructuras injustas, no pueden ser afrontados y superados a menos que la atención se dirija hacia las necesidades más profundas de la persona: la promoción de la dignidad humana, de su bienestar y, en último término, la salvación eterna» (08.06.07).

Cuando el año pasado, en el escenario del debate sobre la ampliación de nuestra vía Interoceánica, laicos católicos y personas de buena voluntad fueron planteando que era el momento para lograr un plan para el desarrollo nacional, los obispos inmediatamente lo apoyamos, como también hemos apoyado y animado en la acción que, ya encomendada al PNUD para su facilitación, pasó a llamarse “Concertación” (obviamente para quiénes, qué y cómo desarrollo). Dice ahora el Documento de Aparecida: “Apoyar la participación de la sociedad civil para la reorientación y consiguiente rehabilitación ética de la política. Por ello son muy importantes los espacios de participación de la sociedad civil para la vigencia de la democracia, una verdadera economía solidaria y un desarrollo integral, solidario y sustentable”. (Aparecida 406)

Estamos llegando al final de esta etapa de la “Concertación”. No perfecta, pero con resultados realizables y perfeccionables en distintos plazos, se necesitarán una gran divulgación, un seguimiento de todas y de todos, y un ejercicio de ciudadanía para velar muy de cerca e insistentemente sobre el cumplimiento de los acuerdos. En las políticas públicas, por ejemplo.

No va a ser fácil. Tampoco para el gobierno. El Ministerio de Economía y Finanzas podrá plantear un escenario posible y efectivamente lo será, pero también dependerá de las acciones de otros, como qué política internacional va a seguir el país, qué conducta van a tener los agentes económicos, qué pasará en el escenario internacional, etc. Es un ejemplo. Tarea compleja y al mismo tiempo ética porque hablar de desarrollo implica relación entre ética y economía.

Decía el Papa Juan Pablo II hace dos décadas: “si la cuestión social ha adquirido dimensión mundial, es porque la exigencia de justicia puede ser satisfecha únicamente en este mismo plano. No atender a dicha exigencia podría favorecer el surgir de una tentación de respuesta violenta por parte de las víctimas de la injusticia, como acontece al origen de muchas guerras. Las poblaciones excluidas de la distribución equitativa de los bienes, destinados en origen a todos, podrían preguntarse: ¿por qué no responder con la violencia a los que, en primer lugar, nos tratan con violencia?” (SRS 10). Trabajemos todas y todos a favor de la paz, fruto de la justicia.

Mons. Pablo Varela Server
Obispo Auxiliar

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