2007-08-12
A tiro de piedra
La otra educación sexual
El tema de actualidad en diversos círculos sociales es la educación sexual, especialmente la que se desea impartir en la escuela. Personalmente estoy de acuerdo con su inclusión dentro del programa escolar, aunque difiero con algunos contenidos. Pero en esta ocasión no me referiré a la instrucción formal en el sistema educativo, sino a la otra educación sexual; la que se aprende y se enseña en los sectores populares y el campo; la educación que heredamos de las abuelas y los mayores.
Nuestros barrios y barriadas populares tienen un rasgo común: la promiscuidad en el hogar y en la vecindad. Los cuartos en donde cohabitan revueltos adultos e infantes; hombres y mujeres. Casas de vecindad en donde los baños y los sanitarios son de uso comunal; donde falta privacidad. Lugares en los que el vecino sabe qué comemos, qué hablamos, y cuándo entramos y salimos. Sitios en los que la querida y el querido, las andanzas del muchacho y la muchacha, y la escasez o abundancia de dinero y bienes son “vox populi”.
Allá, en esos lugares, la malicia impera; malicia que lleva a la lujuria, al destape de la curiosidad, y que obliga a la estricta supervisión de los hijos. Hay oportunidad para todo, pero no es para todos que hay oportunidad. Allá, en esos sitios, el que quiere criar bien a sus chiquillos debe luchar contra el acoso de los pervertidos, que están al acecho para ser los primeros en tener sexo con las niñas, o para atraer a su círculo de drogadictos y maleantes a los niños. También están la mujeres, veinte o treintañeras, que se desviven por sentir el placer sexual con los muchachos adolescentes, y que poseen un gran repertorio de artimañas para conquistar a unos jóvenes cuyas neuronas y hormonas andan locas y a velocidades que superan las de un cohete espacial.
Nuestros campos tampoco escapan a esta realidad. Camino de la quebrada o del río; detrás de las grandes rocas o bajo un árbol frondoso, también se tejen historias similares. Sólo cambia el escenario, y la condición de hacinamiento vecinal, aunque sí persiste la promiscuidad hogareña.
Dentro de un ambiente como aquellos, ¿quién puede esperar a la enseñanza de la escuela? ¿quién puede confiar en otra persona que no sea uno mismo? ¿quién puede exigirle a las madres y a las abuelas que no le enseñen a sus hijos y nietos que dejarse tocar los genitales es malo? Sé el valor de la educación, de su ciencia y de su tecnología; pero también sé que la otra educación sexual, la del pueblo, es válida y útil en un entorno plagado de riesgos. No traigamos a menos ni condenemos esos valores populares. Bastante desgracia hay ya, en esos sitios, para despojarlos de una fórmula que ha pasado de generación en generación, y que ha salvado a muchos de la criminalidad, la droga, la prostitución, y todas aquellas consecuencias que se derivan de los placeres y los goces del sexo y el vicio.
La educación formal debe complementarse con la formación real de la sociedad. Si no en todo, al menos hagámoslo en el campo de la sexualidad.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
Ir a Panorama Católico Edición Digital
A tiro de piedra
La otra educación sexual
El tema de actualidad en diversos círculos sociales es la educación sexual, especialmente la que se desea impartir en la escuela. Personalmente estoy de acuerdo con su inclusión dentro del programa escolar, aunque difiero con algunos contenidos. Pero en esta ocasión no me referiré a la instrucción formal en el sistema educativo, sino a la otra educación sexual; la que se aprende y se enseña en los sectores populares y el campo; la educación que heredamos de las abuelas y los mayores.
Nuestros barrios y barriadas populares tienen un rasgo común: la promiscuidad en el hogar y en la vecindad. Los cuartos en donde cohabitan revueltos adultos e infantes; hombres y mujeres. Casas de vecindad en donde los baños y los sanitarios son de uso comunal; donde falta privacidad. Lugares en los que el vecino sabe qué comemos, qué hablamos, y cuándo entramos y salimos. Sitios en los que la querida y el querido, las andanzas del muchacho y la muchacha, y la escasez o abundancia de dinero y bienes son “vox populi”.
Allá, en esos lugares, la malicia impera; malicia que lleva a la lujuria, al destape de la curiosidad, y que obliga a la estricta supervisión de los hijos. Hay oportunidad para todo, pero no es para todos que hay oportunidad. Allá, en esos sitios, el que quiere criar bien a sus chiquillos debe luchar contra el acoso de los pervertidos, que están al acecho para ser los primeros en tener sexo con las niñas, o para atraer a su círculo de drogadictos y maleantes a los niños. También están la mujeres, veinte o treintañeras, que se desviven por sentir el placer sexual con los muchachos adolescentes, y que poseen un gran repertorio de artimañas para conquistar a unos jóvenes cuyas neuronas y hormonas andan locas y a velocidades que superan las de un cohete espacial.
Nuestros campos tampoco escapan a esta realidad. Camino de la quebrada o del río; detrás de las grandes rocas o bajo un árbol frondoso, también se tejen historias similares. Sólo cambia el escenario, y la condición de hacinamiento vecinal, aunque sí persiste la promiscuidad hogareña.
Dentro de un ambiente como aquellos, ¿quién puede esperar a la enseñanza de la escuela? ¿quién puede confiar en otra persona que no sea uno mismo? ¿quién puede exigirle a las madres y a las abuelas que no le enseñen a sus hijos y nietos que dejarse tocar los genitales es malo? Sé el valor de la educación, de su ciencia y de su tecnología; pero también sé que la otra educación sexual, la del pueblo, es válida y útil en un entorno plagado de riesgos. No traigamos a menos ni condenemos esos valores populares. Bastante desgracia hay ya, en esos sitios, para despojarlos de una fórmula que ha pasado de generación en generación, y que ha salvado a muchos de la criminalidad, la droga, la prostitución, y todas aquellas consecuencias que se derivan de los placeres y los goces del sexo y el vicio.
La educación formal debe complementarse con la formación real de la sociedad. Si no en todo, al menos hagámoslo en el campo de la sexualidad.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
Ir a Panorama Católico Edición Digital
No hay comentarios:
Publicar un comentario