viernes, 15 de junio de 2007

Cristo «quiso quedarse con nosotros para ser el corazón palpitante de la Iglesia»

2007-06-17
La Voz del Pastor
Cristo «quiso quedarse con nosotros para ser el corazón palpitante de la Iglesia»

Publicamos la intervención de Benedicto XVI antes y después de rezar la oración mariana del Ángelus en el domingo 10 junio 2007 el que en muchos países celebraron la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Jesús, el Corpus Christi.

Queridos hermanos y hermanas:
La solemnidad de este día, el Corpus Christi, que en el Vaticano y en otras naciones ya se celebró el jueves pasado, nos invita a contemplar el sumo Misterio de nuestra fe: la Santísima Eucaristía, real presencia del Señor Jesucristo en el sacramento del altar. Cada vez que el sacerdote renueva el sacrificio eucarístico, en la oración de consagración, repite: «Este e mi cuerpo…», «Esta es mi sangre». Lo dice prestando la voz, las manos y el corazón a Cristo, que quiso quedarse con nosotros para ser el corazón palpitante de la Iglesia.

Pero incluso después de la celebración de los divinos misterios el Señor permanece vivo en el tabernáculo; por esto se le alaba especialmente con la adoración eucarística, como he querido recordar en la reciente exhortación apostólica post-sinodal «Sacramentum caritatis» (Cf. números 66-69). Es más, se da un lazo intrínseco entre la celebración y la adoración. La santa misa, de hecho, es en sí misma el acto más grande de adoración de la Iglesia: «Nadie come de esta carne --escribe san Agustín-- si antes no la ha adorado» («Enarrationes in Psalmos» 98,9: CCL XXXIX, 1385). La adoración fuera de la santa misa continúa e intensifica lo que ya ha sucedido en la celebración litúrgica, y hace posible una acogida verdadera y profunda de Cristo.

En este día, en todas las comunidades cristianas, se celebra la procesión eucarística, particular forma de adoración pública de la Eucaristía, enriquecida por bellas y tradicionales manifestaciones de devoción popular. Quisiera aprovechar la oportunidad que me ofrece esta solemnidad de hoy para recomendar encarecidamente a los pastores y a todos los fieles la práctica de la adoración eucarística.

Expreso mi aprecio a los institutos de vida consagrada, así como a las asociaciones y confraternidades que se dedican a ella de manera especial: recuerdan a todos la centralidad de Cristo en nuestra vida personal y eclesial. Me alegra la constatación de que muchos jóvenes están descubriendo la belleza de la adoración, tanto personal como comunitaria. Invito a los sacerdotes a alentar en esto a los grupos juveniles, pero también a que les sigan para que las formas de la adoración comunitaria sean siempre apropiadas y dignas, con adecuados momentos de silencio y de escucha de la Palabra de Dios.

En la vida de hoy, con frecuencia ruidosa y dispersiva, es más importante que nunca recuperar la capacidad de silencio interior y de recogimiento: la adoración eucarística permite hacerlo no sólo en torno al «yo», sino más bien en compañía de ese «Tú» lleno de amor, que es Jesucristo, «el Dios cercano a nosotros».

Que la Virgen María, mujer eucarística, nos introduzca en el secreto de la auténtica adoración. Su corazón, humilde y sencillo, siempre vivía en recogimiento en torno al misterio de Jesús, en quien adoraba la presencia de Dios y de su Amor redentor. Que por su intercesión crezca en toda la Iglesia la fe en el Misterio eucarístico, la alegría de participar en la santa misa, especialmente en la dominical, y el empuje para testimoniar la inmensa caridad de Cristo.

S.S. Benedicto XVI
Vicario de Roma

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