2007-06-17
A tiro de piedra
Mata el alacrán abuelita
La triste muerte de dos niños provocada por picadura de alacrán nos revela la condición de vulnerabilidad en la que vive una parte de nuestra población. Que no había antídoto disponible en los centros de salud en donde acudieron primero, dice el periódico en que leí la noticia. Y me pregunto: ¿es necesario ese tipo de muerte?
Cuando tenía 12 ó 13 años me picó un alacrán en el muslo. Como pude ver el animal, cobré venganza inmediata: lo aplasté hasta hacerlo morir. Todo fue gritos en aquel momento. Unas vecinas buscaron alcohol; otras calentaron una cuchara al fuego; y creo que mi mamá trajo un frasco que contenía uno de esos bichos conservado en alcohol y otros ingredientes, que se guardaba para el caso de una picadura. Quizá el alacrán que me picó era menos mortal que el de los dos niños muertos; o, tal vez, no logró clavarme del todo su ponzoña porque no atravesó totalmente el "diablo fuerte" que yo vestía. Inclusive, otras vecinas sólo estaban pendientes de la reacción que podría yo tener como consecuencia de la picadura, y preguntaban constantemente si ya se me había "dormido la lengua", que se supone es uno de los síntomas que debía sentir. Pero no; mi lengua estaba tan despierta que al insistir ellas en preguntarme si ya se me había dormido, de mi boca salieron palabras no muy santas que me hicieron acreedor de la reprimenda y el castigo de rigor.
Después de la experiencia de dos niños fallecidos, y otro par hospitalizado, se impone un control de insectos riguroso; especialmente con los alacranes y otros arácnidos. Si hay alguna especie que está en reproducción acelerada, podremos disminuir el riesgo de otras muertes por picadura de esos animales. La población puede contribuir capturando algunos ejemplares, especialmente en las áreas donde se dieron los casos, y que luego serían enviados a los laboratorios oficiales para su estudio.
Atrapar un alacrán es algo que debe hacerse con cuidado. Nada de huirle a las tenazas y descuidarse con la cola. Luego de la picadura que sufrí, y que gracias a Dios no fue grave, me convertí en un cazador de esos bichos. Me armaba de unas tijeras o una pinza, y los agarraba por la cola. Algunas veces los metía en un frasco, y otras le cortaba la ponzoña y me ponía a jugar con ellos mostrándoles una "pajita" para que la prensaran con sus tenazas. Al final del juego morían atravesados por un largo alfiler, con el que solía darles muerte.
Esperamos que el asunto se tome en serio por parte de las autoridades sanitarias. Mientras lo hacen, y para no desesperar, cantemos: "El alacrán, cran, cran/ el alacrán, cran, cran/ ay, me va a picar. El alacrán, cran, cran/ el alacrán, cran, cran/ ay, me voy a hinchar. Mata el alacrán abuelita/ míralo que está en la batea/ míralo que bicho más feo/ que la guerra que hay en Corea".
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
Ir a Panorama Católico Edición Digital
A tiro de piedra
Mata el alacrán abuelita
La triste muerte de dos niños provocada por picadura de alacrán nos revela la condición de vulnerabilidad en la que vive una parte de nuestra población. Que no había antídoto disponible en los centros de salud en donde acudieron primero, dice el periódico en que leí la noticia. Y me pregunto: ¿es necesario ese tipo de muerte?
Cuando tenía 12 ó 13 años me picó un alacrán en el muslo. Como pude ver el animal, cobré venganza inmediata: lo aplasté hasta hacerlo morir. Todo fue gritos en aquel momento. Unas vecinas buscaron alcohol; otras calentaron una cuchara al fuego; y creo que mi mamá trajo un frasco que contenía uno de esos bichos conservado en alcohol y otros ingredientes, que se guardaba para el caso de una picadura. Quizá el alacrán que me picó era menos mortal que el de los dos niños muertos; o, tal vez, no logró clavarme del todo su ponzoña porque no atravesó totalmente el "diablo fuerte" que yo vestía. Inclusive, otras vecinas sólo estaban pendientes de la reacción que podría yo tener como consecuencia de la picadura, y preguntaban constantemente si ya se me había "dormido la lengua", que se supone es uno de los síntomas que debía sentir. Pero no; mi lengua estaba tan despierta que al insistir ellas en preguntarme si ya se me había dormido, de mi boca salieron palabras no muy santas que me hicieron acreedor de la reprimenda y el castigo de rigor.
Después de la experiencia de dos niños fallecidos, y otro par hospitalizado, se impone un control de insectos riguroso; especialmente con los alacranes y otros arácnidos. Si hay alguna especie que está en reproducción acelerada, podremos disminuir el riesgo de otras muertes por picadura de esos animales. La población puede contribuir capturando algunos ejemplares, especialmente en las áreas donde se dieron los casos, y que luego serían enviados a los laboratorios oficiales para su estudio.
Atrapar un alacrán es algo que debe hacerse con cuidado. Nada de huirle a las tenazas y descuidarse con la cola. Luego de la picadura que sufrí, y que gracias a Dios no fue grave, me convertí en un cazador de esos bichos. Me armaba de unas tijeras o una pinza, y los agarraba por la cola. Algunas veces los metía en un frasco, y otras le cortaba la ponzoña y me ponía a jugar con ellos mostrándoles una "pajita" para que la prensaran con sus tenazas. Al final del juego morían atravesados por un largo alfiler, con el que solía darles muerte.
Esperamos que el asunto se tome en serio por parte de las autoridades sanitarias. Mientras lo hacen, y para no desesperar, cantemos: "El alacrán, cran, cran/ el alacrán, cran, cran/ ay, me va a picar. El alacrán, cran, cran/ el alacrán, cran, cran/ ay, me voy a hinchar. Mata el alacrán abuelita/ míralo que está en la batea/ míralo que bicho más feo/ que la guerra que hay en Corea".
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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