2009-11-22
La Voz del Pastor
¡Ven Señor Jesús!
El tiempo litúrgico de adviento tiene una doble finalidad: Nos prepara para celebrar la Navidad, es decir, la conmemoración del primer advenimiento o venida del Hijo de Dios entre los hombres, para que los hombres llegaran a ser hijos de Dios. También nos exhorta a estar preparados y vigilantes, en la espera de una segunda venida del Señor, también llamada parusía. En la primera venida, se cumple el misterio pascual del Señor: su encarnación, pasión, muerte y resurrección. Se anuncia la llegada del Reino de Dios. Se envía a la Iglesia, con la fuerza del Espíritu, a anunciar el misterio pascual del Señor, y a llamar a todas las naciones a la conversión para el perdón de los pecados, en el nombre de Jesús. El tiempo de la Iglesia es el tiempo de la misión, el tiempo que media entre la ascensión del Señor y su segunda venida o parusía. Es el tiempo del protagonismo del Espíritu.
Todos los evangelios terminan con el mandado misional: Así, en Mateo, por ejemplo, el Señor nos dice: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y ense-ñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo (Mt 28:18-20)
Desde el inicio de su evangelio, Mateo nos anuncia que el Señor está con nosotros, como Enmanuel, Dios con nosotros, para cumplir el oráculo del profeta Isaías: “la doncella está encinta, y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel”. (Is 7:14). En este oráculo del siglo VIII a. C., que en su sentido literal se refiere a Ezequías, descendiente de Ajaz, rey de Judá, Mateo discierne un sentido mesiánico más profundo, y anuncia que la virgen dará a luz al Enmanuel, Jesús el Salvador.
Junto con las aguas mansas de Siloé, el hijo de la doncella era el signo de que Dios no había olvidado las promesas a la casa de David, representada en este momento por Ajaz. Este debía confiar en Dios, y no temblar ante las amenazas de los reyes de Siria e Israel, ni buscar refugio en un rey pagano, como Tiglat Pileser III, rey de Asiria. Esta fue la exhortación del profeta Isaías, pero el rey no quiso confiar en la fidelidad de Dios a su palabra.
Los dos signos ofrecidos eran expresión de la debilidad humana. Por eso interpelaban fuertemente a Ajaz para que creyera que en la debilidad se muestra el poder de Dios. Mateo enmarca su evangelio en esta doble alusión a la presencia continua de Dios con nosotros (Mt 1:23 y 28:20), primero como un niño débil y luego como el Mesías, Rey escarnecido y crucificado. Nos llama a la fe en un Dios que se ha hecho pequeño para engrandecernos a nosotros. En su evangelio, la figura de los pequeños adquiere especial relevancia. Los discípulos del Enmanuel son precisamente los que eligen hacerse pequeños, y se identifican con los pequeños del mundo: los pobres, marginados y excluidos. El Señor de hoy, de ayer y de siempre, que vendrá, en gloria y majestad, está presente en ellos: los hambrientos, sedientos, enfermos, desnudos, encarcelados y carentes de techo, es decir, todos los que el mundo juzga como insignificantes (cf Mt 25:31-46).
El Adviento tiene presente también esta segunda venida del Señor, donde se nos pedirá cuenta de nuestra intendencia como administradores y promotores del Reino de Dios, don y tarea recibidos en la primera venida. Por eso, es un tiempo de penitencia y conversión, de vigilancia y oración, de espera y misión, porque el Señor vendrá como ladrón en la noche. Aguardamos su segunda venida con esperanza activa, es decir, comprometida aquí y ahora en promover el Reino, mediante la gestión de los asuntos temporales con espíritu evangélico, como los criados que no saben en qué momento del día o de la noche llegará su Señor. Ante el pasado, el presente y el futuro, los cristianos tenemos una actitud optimista, que descansa en el realismo de la fe en el misterio pascual del Señor, el que se encarnó, padeció, murió, resucitó, reina glorioso, y volverá en la plenitud del Reino.
En el Adviento, pues, nos preparamos para conmemorar la primera venida del Señor y para celebrar anticipadamente su segunda venida o parusía.
En las dos primeras semanas de Adviento, se enfatiza la segunda venida del Señor. Así lo transparenta la oración colecta del Domingo Primero de Adviento: “Señor, despierta en nosotros el deseo de prepararnos a la venida de Cristo con la práctica de las obras de misericordia, para que, puestos a su derecha el día del juicio, podamos entrar en el Reino de los cielos, por N.S.J.C.”
La misma intención palpita en la oración colecta del Segundo Domingo de Adviento: “ Que nuestras responsabilidades terrenas no nos impidan, Señor, prepararnos para la venida de tu Hijo, y que la sabiduría que viene del cielo, nos disponga a recibirlo y a participar de su propia vida”.
En el Tercer Domingo de Adviento, ya empieza a introducirse la memoria de la primera venida, cuando decimos como Iglesia: “Mira, Señor, a tu pueblo que espera con fe la fiesta del nacimiento de tu Hijo, y concédele celebrar el gran misterio de nuestra salvación con un corazón nuevo y una inmensa alegría.”
Y finalmente, en el Cuarto Domingo de Adviento, polariza la atención la encarnación del Verbo: “Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros que, por el anuncio del ángel, hemos conocido el misterio de la encarnación de tu Hijo, y concédenos, por su pasión y por su cruz, llegar a la gloria de la resurrección”.
Durante las tres primeras semanas de Adviento, el misal romano permite elegir entre el primer y el tercer prefacio de la oración eucarística. Así el primero recuerda que “al venir (Cristo) por vez primera en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de salvación trazado desde antiguo y nos abrió el camino de la salvación, para que cuando venga de nuevo, en la majestad de su gloria, revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar.
”En el prefacio del Tercer Domingo le decimos a Dios: “Tú has ocultado el día y la hora en que Cristo, tu Hijo,... aparecerá, revestido de poder y de gloria, sobre las nubes del cielo... , y prosigue luego con una descripción prolija de aquel día futuro.
Los prefacios segundo y cuarto están reservados para el Cuarto Domingo de Adviento y para las ferias privilegiadas, el decir las eucaristías del día 17 de diciembre hasta el 24 en la mañana. En ellos, se subraya el papel de María en el misterio de la encarnación.
En el prefacio segundo, se destaca que “Cristo... a quien todos los profetas anunciaron y la virgen esperó con inefable amor de madre..., nos concede ahora prepararnos con alegría al misterio de su nacimiento...
”Finalmente, el cuarto prefacio nos anuncia que “en el seno virginal de la hija de Sión ha germinado aquel que nos nutre con el pan de los ángeles, y ha brotado para todo el género humano la salvación y la paz... En María, madre de todos los hombres, la maternidad... se abre al don de una vida nueva..., se ha desbordado la misericordia”.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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La Voz del Pastor
¡Ven Señor Jesús!
El tiempo litúrgico de adviento tiene una doble finalidad: Nos prepara para celebrar la Navidad, es decir, la conmemoración del primer advenimiento o venida del Hijo de Dios entre los hombres, para que los hombres llegaran a ser hijos de Dios. También nos exhorta a estar preparados y vigilantes, en la espera de una segunda venida del Señor, también llamada parusía. En la primera venida, se cumple el misterio pascual del Señor: su encarnación, pasión, muerte y resurrección. Se anuncia la llegada del Reino de Dios. Se envía a la Iglesia, con la fuerza del Espíritu, a anunciar el misterio pascual del Señor, y a llamar a todas las naciones a la conversión para el perdón de los pecados, en el nombre de Jesús. El tiempo de la Iglesia es el tiempo de la misión, el tiempo que media entre la ascensión del Señor y su segunda venida o parusía. Es el tiempo del protagonismo del Espíritu.
Todos los evangelios terminan con el mandado misional: Así, en Mateo, por ejemplo, el Señor nos dice: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y ense-ñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo (Mt 28:18-20)
Desde el inicio de su evangelio, Mateo nos anuncia que el Señor está con nosotros, como Enmanuel, Dios con nosotros, para cumplir el oráculo del profeta Isaías: “la doncella está encinta, y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel”. (Is 7:14). En este oráculo del siglo VIII a. C., que en su sentido literal se refiere a Ezequías, descendiente de Ajaz, rey de Judá, Mateo discierne un sentido mesiánico más profundo, y anuncia que la virgen dará a luz al Enmanuel, Jesús el Salvador.
Junto con las aguas mansas de Siloé, el hijo de la doncella era el signo de que Dios no había olvidado las promesas a la casa de David, representada en este momento por Ajaz. Este debía confiar en Dios, y no temblar ante las amenazas de los reyes de Siria e Israel, ni buscar refugio en un rey pagano, como Tiglat Pileser III, rey de Asiria. Esta fue la exhortación del profeta Isaías, pero el rey no quiso confiar en la fidelidad de Dios a su palabra.
Los dos signos ofrecidos eran expresión de la debilidad humana. Por eso interpelaban fuertemente a Ajaz para que creyera que en la debilidad se muestra el poder de Dios. Mateo enmarca su evangelio en esta doble alusión a la presencia continua de Dios con nosotros (Mt 1:23 y 28:20), primero como un niño débil y luego como el Mesías, Rey escarnecido y crucificado. Nos llama a la fe en un Dios que se ha hecho pequeño para engrandecernos a nosotros. En su evangelio, la figura de los pequeños adquiere especial relevancia. Los discípulos del Enmanuel son precisamente los que eligen hacerse pequeños, y se identifican con los pequeños del mundo: los pobres, marginados y excluidos. El Señor de hoy, de ayer y de siempre, que vendrá, en gloria y majestad, está presente en ellos: los hambrientos, sedientos, enfermos, desnudos, encarcelados y carentes de techo, es decir, todos los que el mundo juzga como insignificantes (cf Mt 25:31-46).
El Adviento tiene presente también esta segunda venida del Señor, donde se nos pedirá cuenta de nuestra intendencia como administradores y promotores del Reino de Dios, don y tarea recibidos en la primera venida. Por eso, es un tiempo de penitencia y conversión, de vigilancia y oración, de espera y misión, porque el Señor vendrá como ladrón en la noche. Aguardamos su segunda venida con esperanza activa, es decir, comprometida aquí y ahora en promover el Reino, mediante la gestión de los asuntos temporales con espíritu evangélico, como los criados que no saben en qué momento del día o de la noche llegará su Señor. Ante el pasado, el presente y el futuro, los cristianos tenemos una actitud optimista, que descansa en el realismo de la fe en el misterio pascual del Señor, el que se encarnó, padeció, murió, resucitó, reina glorioso, y volverá en la plenitud del Reino.
En el Adviento, pues, nos preparamos para conmemorar la primera venida del Señor y para celebrar anticipadamente su segunda venida o parusía.
En las dos primeras semanas de Adviento, se enfatiza la segunda venida del Señor. Así lo transparenta la oración colecta del Domingo Primero de Adviento: “Señor, despierta en nosotros el deseo de prepararnos a la venida de Cristo con la práctica de las obras de misericordia, para que, puestos a su derecha el día del juicio, podamos entrar en el Reino de los cielos, por N.S.J.C.”
La misma intención palpita en la oración colecta del Segundo Domingo de Adviento: “ Que nuestras responsabilidades terrenas no nos impidan, Señor, prepararnos para la venida de tu Hijo, y que la sabiduría que viene del cielo, nos disponga a recibirlo y a participar de su propia vida”.
En el Tercer Domingo de Adviento, ya empieza a introducirse la memoria de la primera venida, cuando decimos como Iglesia: “Mira, Señor, a tu pueblo que espera con fe la fiesta del nacimiento de tu Hijo, y concédele celebrar el gran misterio de nuestra salvación con un corazón nuevo y una inmensa alegría.”
Y finalmente, en el Cuarto Domingo de Adviento, polariza la atención la encarnación del Verbo: “Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros que, por el anuncio del ángel, hemos conocido el misterio de la encarnación de tu Hijo, y concédenos, por su pasión y por su cruz, llegar a la gloria de la resurrección”.
Durante las tres primeras semanas de Adviento, el misal romano permite elegir entre el primer y el tercer prefacio de la oración eucarística. Así el primero recuerda que “al venir (Cristo) por vez primera en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de salvación trazado desde antiguo y nos abrió el camino de la salvación, para que cuando venga de nuevo, en la majestad de su gloria, revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar.
”En el prefacio del Tercer Domingo le decimos a Dios: “Tú has ocultado el día y la hora en que Cristo, tu Hijo,... aparecerá, revestido de poder y de gloria, sobre las nubes del cielo... , y prosigue luego con una descripción prolija de aquel día futuro.
Los prefacios segundo y cuarto están reservados para el Cuarto Domingo de Adviento y para las ferias privilegiadas, el decir las eucaristías del día 17 de diciembre hasta el 24 en la mañana. En ellos, se subraya el papel de María en el misterio de la encarnación.
En el prefacio segundo, se destaca que “Cristo... a quien todos los profetas anunciaron y la virgen esperó con inefable amor de madre..., nos concede ahora prepararnos con alegría al misterio de su nacimiento...
”Finalmente, el cuarto prefacio nos anuncia que “en el seno virginal de la hija de Sión ha germinado aquel que nos nutre con el pan de los ángeles, y ha brotado para todo el género humano la salvación y la paz... En María, madre de todos los hombres, la maternidad... se abre al don de una vida nueva..., se ha desbordado la misericordia”.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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