2009-02-01
La Voz del Pastor
Es necesario ir de Pablo a Cristo
Homilía de Monseñor José Domingo Ulloa en la celebración de la Conversión San Pablo, durante este Año Paulino, en la Parroquia de San Pablo Apóstol de La Locería.
En el año paulino que estamos celebrando, contemplamos de manera particular la figura del Apóstol san Pablo. Este año es una gracia para la Iglesia, pero a condición de que no nos quedemos en san Pablo, en su personalidad o en su doctrina. Es necesario ir de Pablo a Cristo: aprender de san Pablo, aprender la fe, aprender a Cristo.
Hay una experiencia decisiva en la vida de San Pablo, que vale en cierto modo también para nosotros: es su conversión en el camino a Damasco, que celebramos este domingo 25 de enero. Después de un periodo en el que persiguió brutalmente a la Iglesia y a los cristianos, este suceso hizo que su vida sufriera un viraje, un cambio total de perspectiva. A partir de entonces comenzó a considerar "pérdida" y "basura" todo aquello que antes constituía para él el máximo ideal (cf. Flp 3, 7-8)
¿Qué fue lo que sucedió? Tanto los Hechos de los Apóstoles (cf. Hch 9, 1-19; 22, 3-21; 26, 4-23) como las referencias que el mismo Pablo hace en sus cartas coinciden en que en el camino hacia Damasco tuvo lugar un encuentro personal con el Resucitado: Jesús resucitado habló a san Pablo, lo llamó al apostolado, hizo de él un verdadero apóstol, testigo de la Resurrección, con el encargo específico de anunciar el Evangelio a los paganos. Al mismo tiempo, san Pablo aprendió que, a pesar de su relación inmediata con el Resucitado, debía entrar en la comunión de la Iglesia, debía hacerse bautizar, debía vivir en sintonía con los demás Apóstoles. Sólo en esta comunión con todos podía ser un verdadero apóstol (cf. 1 Co 15, 11).
Este encuentro personal con Jesucristo cambió todo su ser y toda su vida. Este viraje en su vida no fue fruto de un proceso psicológico, de una maduración intelectual y moral, sino que llegó desde fuera, del encuentro con Jesucristo.
Este encuentro fue muerte y resurrección para él mismo: murió una existencia suya y nació otra nueva con Cristo resucitado. Ese acontecimiento ensanchó su corazón, lo abrió a todos. Al abrirse a Cristo con todo su corazón, se hizo capaz de entablar un diálogo amplio con todos, se hizo capaz de hacerse todo a todos.
Por eso también nosotros sólo seremos auténticos cristianos si nos encontramos realmente con Cristo.
Ciertamente Cristo no se nos mostrará de forma irresistible y luminosa como a san Pablo; pero podemos encontrarnos con Jesucristo en la lectura de la Sagrada Escritura, en la oración, en la vida litúrgica de la Iglesia, y, sobre todo, en la Eucaristía, donde el Señor está verdaderamente presente y nos espera.
Sólo en esta relación personal con Cristo nos convertiremos realmente en cristianos y heraldos del Evangelio. Pues sólo quien experimenta el amor gratuito y misericordioso de Dios en Jesucristo, siente también el encargo, la necesidad, de anunciar Su Evangelio.
Hermanos: No imaginemos la conversión de Pablo como un cambio moral, al modo de aquellos hombres que dicen: "yo antes era alcohólico y mujeriego, pero encontré a Jesús, y ahora soy sobrio y no tengo ojos sino para mi esposa". No fue así ni parecido en el caso de la conversión que hoy celebramos con toda la Iglesia. Pablo no se convirtió de los vicios a una vida sana. He aquí su relato: "aprendí hasta el último detalle de la ley de nuestros padres; he servido a Dios con tanto fervor como ustedes muestran ahora" (Hch 22,3). No son las palabras de un vicioso, sino de un hombre altamente piadoso que vivió con singular ardor su convicción religiosa.
La conversión infundió en Saulo una fe que lo hace ser misionero incansable; enciende en su alma un ardor de caridad que le obliga a transmitir a los demás la verdad que ha encontrado; le da la fuerza para ser, tanto de palabra como de obra, un ferviente testimonio del evangelio. Ahora bien, ¿qué nos diferencia a nosotros de San Pablo? Tenemos la misma fe, la misma caridad, la misma doctrina, el mismo Dios... Pero nos falta su amor apasionado a Cristo, que le llevó a considerar todo basura y estiércol comparado con Cristo.
No esperemos más, convirtámonos en esos apóstoles resucitados y pidamos esa fe y ese amor que convirtió a San Pablo, para que nos convierta también a nosotros en luz y fuego en medio de la oscuridad del mundo.
Mons. José Domingo Ulloa M., osa
Obispo Auxiliar
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La Voz del Pastor
Es necesario ir de Pablo a Cristo
Homilía de Monseñor José Domingo Ulloa en la celebración de la Conversión San Pablo, durante este Año Paulino, en la Parroquia de San Pablo Apóstol de La Locería.
En el año paulino que estamos celebrando, contemplamos de manera particular la figura del Apóstol san Pablo. Este año es una gracia para la Iglesia, pero a condición de que no nos quedemos en san Pablo, en su personalidad o en su doctrina. Es necesario ir de Pablo a Cristo: aprender de san Pablo, aprender la fe, aprender a Cristo.
Hay una experiencia decisiva en la vida de San Pablo, que vale en cierto modo también para nosotros: es su conversión en el camino a Damasco, que celebramos este domingo 25 de enero. Después de un periodo en el que persiguió brutalmente a la Iglesia y a los cristianos, este suceso hizo que su vida sufriera un viraje, un cambio total de perspectiva. A partir de entonces comenzó a considerar "pérdida" y "basura" todo aquello que antes constituía para él el máximo ideal (cf. Flp 3, 7-8)
¿Qué fue lo que sucedió? Tanto los Hechos de los Apóstoles (cf. Hch 9, 1-19; 22, 3-21; 26, 4-23) como las referencias que el mismo Pablo hace en sus cartas coinciden en que en el camino hacia Damasco tuvo lugar un encuentro personal con el Resucitado: Jesús resucitado habló a san Pablo, lo llamó al apostolado, hizo de él un verdadero apóstol, testigo de la Resurrección, con el encargo específico de anunciar el Evangelio a los paganos. Al mismo tiempo, san Pablo aprendió que, a pesar de su relación inmediata con el Resucitado, debía entrar en la comunión de la Iglesia, debía hacerse bautizar, debía vivir en sintonía con los demás Apóstoles. Sólo en esta comunión con todos podía ser un verdadero apóstol (cf. 1 Co 15, 11).
Este encuentro personal con Jesucristo cambió todo su ser y toda su vida. Este viraje en su vida no fue fruto de un proceso psicológico, de una maduración intelectual y moral, sino que llegó desde fuera, del encuentro con Jesucristo.
Este encuentro fue muerte y resurrección para él mismo: murió una existencia suya y nació otra nueva con Cristo resucitado. Ese acontecimiento ensanchó su corazón, lo abrió a todos. Al abrirse a Cristo con todo su corazón, se hizo capaz de entablar un diálogo amplio con todos, se hizo capaz de hacerse todo a todos.
Por eso también nosotros sólo seremos auténticos cristianos si nos encontramos realmente con Cristo.
Ciertamente Cristo no se nos mostrará de forma irresistible y luminosa como a san Pablo; pero podemos encontrarnos con Jesucristo en la lectura de la Sagrada Escritura, en la oración, en la vida litúrgica de la Iglesia, y, sobre todo, en la Eucaristía, donde el Señor está verdaderamente presente y nos espera.
Sólo en esta relación personal con Cristo nos convertiremos realmente en cristianos y heraldos del Evangelio. Pues sólo quien experimenta el amor gratuito y misericordioso de Dios en Jesucristo, siente también el encargo, la necesidad, de anunciar Su Evangelio.
Hermanos: No imaginemos la conversión de Pablo como un cambio moral, al modo de aquellos hombres que dicen: "yo antes era alcohólico y mujeriego, pero encontré a Jesús, y ahora soy sobrio y no tengo ojos sino para mi esposa". No fue así ni parecido en el caso de la conversión que hoy celebramos con toda la Iglesia. Pablo no se convirtió de los vicios a una vida sana. He aquí su relato: "aprendí hasta el último detalle de la ley de nuestros padres; he servido a Dios con tanto fervor como ustedes muestran ahora" (Hch 22,3). No son las palabras de un vicioso, sino de un hombre altamente piadoso que vivió con singular ardor su convicción religiosa.
La conversión infundió en Saulo una fe que lo hace ser misionero incansable; enciende en su alma un ardor de caridad que le obliga a transmitir a los demás la verdad que ha encontrado; le da la fuerza para ser, tanto de palabra como de obra, un ferviente testimonio del evangelio. Ahora bien, ¿qué nos diferencia a nosotros de San Pablo? Tenemos la misma fe, la misma caridad, la misma doctrina, el mismo Dios... Pero nos falta su amor apasionado a Cristo, que le llevó a considerar todo basura y estiércol comparado con Cristo.
No esperemos más, convirtámonos en esos apóstoles resucitados y pidamos esa fe y ese amor que convirtió a San Pablo, para que nos convierta también a nosotros en luz y fuego en medio de la oscuridad del mundo.
Mons. José Domingo Ulloa M., osa
Obispo Auxiliar
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