2009-02-22
El Ojo del Profeta
Vida carnavalesca
La existencia del hombre tiene su expresión en su trabajo, su pensamiento y su actitud, en los que pone en juego sus sentimientos y emociones. Todo lo que haga conforme a eso, lo puede conducir a su realización como persona humana o a su desdicha, según el camino que elija. Su vivir, también, se manifiesta en sus alegrías y sus tristezas, y en lo que considera sus triunfos y sus fracasos. Es, en suma, un levantarse y un caer cotidiano, de acuerdo con sus convicciones, sus valores y sus principios.
En estos días de Carnaval, todo el ser de la persona se pone a prueba. Jóvenes y adultos acarrearán con la consecuencia de sus actos, según obren y actúen. Quien conserve la sensatez y la mentalidad sana, verá los frutos de su buen juicio; y el que decida transitar por caminos tortuosos, cosechará el fruto amargo de lo sembrado. La vida carnavalesca, que incita al placer y al desenfreno, es el sendero de la perdición, vedado para aquel que aspira a las cosas de arriba. Las sendas del Señor son rectas; la del impío es ancha y se pierde.
Vivir este tiempo es un reto para el cristiano, en cuanto a ser sal y luz para los demás. El Carnaval, como fiesta mundana, debe ser sacado del paganismo que arrastra en su equipaje el desborde de sexo y placeres profanos, para enfocarlo en el realce cultural de la nación. Al menos, así, tendrá sentido como fiesta que ocupa tiempo y consume recursos y que aún permanece en la dimensión de lo sin sentido.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
Ir a Panorama Católico Edición Digital
El Ojo del Profeta
Vida carnavalesca
La existencia del hombre tiene su expresión en su trabajo, su pensamiento y su actitud, en los que pone en juego sus sentimientos y emociones. Todo lo que haga conforme a eso, lo puede conducir a su realización como persona humana o a su desdicha, según el camino que elija. Su vivir, también, se manifiesta en sus alegrías y sus tristezas, y en lo que considera sus triunfos y sus fracasos. Es, en suma, un levantarse y un caer cotidiano, de acuerdo con sus convicciones, sus valores y sus principios.
En estos días de Carnaval, todo el ser de la persona se pone a prueba. Jóvenes y adultos acarrearán con la consecuencia de sus actos, según obren y actúen. Quien conserve la sensatez y la mentalidad sana, verá los frutos de su buen juicio; y el que decida transitar por caminos tortuosos, cosechará el fruto amargo de lo sembrado. La vida carnavalesca, que incita al placer y al desenfreno, es el sendero de la perdición, vedado para aquel que aspira a las cosas de arriba. Las sendas del Señor son rectas; la del impío es ancha y se pierde.
Vivir este tiempo es un reto para el cristiano, en cuanto a ser sal y luz para los demás. El Carnaval, como fiesta mundana, debe ser sacado del paganismo que arrastra en su equipaje el desborde de sexo y placeres profanos, para enfocarlo en el realce cultural de la nación. Al menos, así, tendrá sentido como fiesta que ocupa tiempo y consume recursos y que aún permanece en la dimensión de lo sin sentido.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
Ir a Panorama Católico Edición Digital
No hay comentarios:
Publicar un comentario