2008-12-21
A tiro de piedra
La Nochebuena del Ñato
El barrio de Santa Ana siempre ha tenido una serie de personajes populares muy pintorescos. Algunos, por su fama, han trascendido las fronteras del arrabal santanero. Políticos, poetas, abogados e intelectuales se cuentan entre sus más conspicuos lugareños. Otros, con trayectoria más modesta, apenas son conocidos dentro de sus límites.
Tal es el caso del Ñato, un hombre que pintaba escenas por las paredes ruinosas del vecindario. Además de dibujante, también era músico; o al menos lo fue en su juventud. Ya envejecido, y entregado al alcoholismo, dependía de la caridad pública: tanto para comer como para beber.
Una Nochebuena me lo encontré por la calle, en soledad y abandono. En esos, mis tiempos mozos, solía yo visitar a esos personajes de barrio en vísperas de Navidad. Me ponía a cantar villancicos con ellos, a hablarles del acontecimiento de Belén, y a compartir algo de comer. Esa Nochebuena sólo encontré al Ñato; estaba hambriento y triste. Charlamos un rato sobre la Navidad y, luego, me lo llevé a comprarle algo para comer.
Por aquellos años era común vestir ropa nueva para las celebraciones importantes, como fiestas patrias, Navidad y Año Nuevo. Yo iba trajeado; el Ñato vestido como visten los mendigos. Entramos a un restaurante chino en la Calle 15 Oeste, y pedí una comida completa. Ya pagada, el dueño se negaba a despachármela, porque se enteró que era para el Ñato. Tuve que rogarle, pero al fin me la vendió, con la condición de comerla fuera del local.
Yo estaba preocupado por la soledad en que el Ñato pasaría la Nochebuena, pero él me dijo que tenía un lugar donde le permitían pernoctar. Por insistencia mía, y para demostrarme que era cierto, me invitó a visitarlo: era un sitio debajo de una escalera, en la casa contigua al edificio donde estaba el restaurante. Entramos por el zaguán y vi a los vecinos reunidos en el patio. Pregunté si conocían al Ñato y si era cierta su historia que lo dejaban vivir bajo la escalera, lo cual corroboraron. Allí nos sentamos a hablar de la Navidad; cantamos y comimos. Al despedirme, me aseguraron que el Ñato no pasaría en soledad la Nochebuena.
Muchas historias de esos hombres y mujeres de la calle conocí; muchos dramas; muchas alegrías y tristezas. Algunos hasta tenían jubilación, pero duraba poco al intentar aplacar la sed de alcohol de la pandilla. Sin necesidad de caminar en los zapatos del pueblo, ni de escuchar pasivamente mientras hablan, ni de estar solamente de corazón, pude ver el lado humano de esa gente. Sin pretender nada, Dios nos dio la oportunidad de conocernos, saludarnos y experimentar, por varios años, esa vivencia de la Navidad que, aunque hecha ahora recuerdo, no la cambiaría por nada en el mundo.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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A tiro de piedra
La Nochebuena del Ñato
El barrio de Santa Ana siempre ha tenido una serie de personajes populares muy pintorescos. Algunos, por su fama, han trascendido las fronteras del arrabal santanero. Políticos, poetas, abogados e intelectuales se cuentan entre sus más conspicuos lugareños. Otros, con trayectoria más modesta, apenas son conocidos dentro de sus límites.
Tal es el caso del Ñato, un hombre que pintaba escenas por las paredes ruinosas del vecindario. Además de dibujante, también era músico; o al menos lo fue en su juventud. Ya envejecido, y entregado al alcoholismo, dependía de la caridad pública: tanto para comer como para beber.
Una Nochebuena me lo encontré por la calle, en soledad y abandono. En esos, mis tiempos mozos, solía yo visitar a esos personajes de barrio en vísperas de Navidad. Me ponía a cantar villancicos con ellos, a hablarles del acontecimiento de Belén, y a compartir algo de comer. Esa Nochebuena sólo encontré al Ñato; estaba hambriento y triste. Charlamos un rato sobre la Navidad y, luego, me lo llevé a comprarle algo para comer.
Por aquellos años era común vestir ropa nueva para las celebraciones importantes, como fiestas patrias, Navidad y Año Nuevo. Yo iba trajeado; el Ñato vestido como visten los mendigos. Entramos a un restaurante chino en la Calle 15 Oeste, y pedí una comida completa. Ya pagada, el dueño se negaba a despachármela, porque se enteró que era para el Ñato. Tuve que rogarle, pero al fin me la vendió, con la condición de comerla fuera del local.
Yo estaba preocupado por la soledad en que el Ñato pasaría la Nochebuena, pero él me dijo que tenía un lugar donde le permitían pernoctar. Por insistencia mía, y para demostrarme que era cierto, me invitó a visitarlo: era un sitio debajo de una escalera, en la casa contigua al edificio donde estaba el restaurante. Entramos por el zaguán y vi a los vecinos reunidos en el patio. Pregunté si conocían al Ñato y si era cierta su historia que lo dejaban vivir bajo la escalera, lo cual corroboraron. Allí nos sentamos a hablar de la Navidad; cantamos y comimos. Al despedirme, me aseguraron que el Ñato no pasaría en soledad la Nochebuena.
Muchas historias de esos hombres y mujeres de la calle conocí; muchos dramas; muchas alegrías y tristezas. Algunos hasta tenían jubilación, pero duraba poco al intentar aplacar la sed de alcohol de la pandilla. Sin necesidad de caminar en los zapatos del pueblo, ni de escuchar pasivamente mientras hablan, ni de estar solamente de corazón, pude ver el lado humano de esa gente. Sin pretender nada, Dios nos dio la oportunidad de conocernos, saludarnos y experimentar, por varios años, esa vivencia de la Navidad que, aunque hecha ahora recuerdo, no la cambiaría por nada en el mundo.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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