2008-12-14
A tiro de piedra
La Navidad que se fue
Cuando repaso la forma en que los panameños celebrábamos la Navidad, me doy cuenta de cuánto hemos perdido. No se trata de que el tiempo pasado fue mejor, sino de aquello que hemos matado sin darnos cuenta: el carácter alegre y el amor y el respeto por el otro.
Después del Día de la Madre Panamá se llenaba de luces y se cantaba por todas partes. Casi en cada casa había un arreglo navideño y, en las más pobres, al menos brillaba una luz. Las estaciones de radio sonaban, constantemente, música popular y villancicos navideños. Los enemigos se reconciliaban y, con muchos días de anticipación, se deseaba feliz Navidad a todo el que se nos cruzara en el camino. En ese aspecto éramos más humanos.
Ahora dirán que la cuenta de luz es costosa, pero es sólo excusa, porque los adornos se pueden poner con pocas luces o prescindiendo de ellas totalmente. Ya se dice que la Navidad es para los “pelaos”, para los niños. ¡Mentira! Cristo vino al mundo por todos, sin discriminar entre adulto y niño; viejo y joven; o hombre y mujer. La Navidad es para todos, especialmente para los que creen en la venido del Hijo de Dios al mundo.
Recuerdo que en los patios de las casas se reunían las familias y los vecinos, para celebrar. Se sacaban los instrumentos, la mayoría de percusión, y se cantaban las canciones navideñas mientras los niños jugaban con sus juguetes nuevos. La mayoría no eran costosos, pero habían sido escogidos con mucho esmero y cariño por nuestras madres y abuelas, principalmente, y por otros parientes. Muchos de nuestros familiares y amigos no nos daban regalo, pero con su presencia y un abrazo nos hacían felices. Cómo nos alegrábamos cuando veíamos a toda la familia reunida: tíos y tías, primos y primas, y aquellos amigos de la familia que eran como hermanos de nuestros padres y parientes.
Ninguno pasaba la Nochebuena en soledad, porque algún vecino lo acogía con placer. Toda la vecindad compartía la comida de Navidad, por muy humilde que fuera. Tamales, dulces, arroz con pollo, ron ponche, jamón, ensalada, y frutas de toda clase. En cada casa se comía un poco, y los grandes bebían licor, pero a ningún niño le era permitido. Vestíamos ropa nueva, que se habían abonado o sacado en un club de mercancías en los almacenes de la Central. La Navidad era un acontecimiento grande e importante, y así se celebraba.
Esa actitud y ese sentido de la fiesta se ha abandonado. ¿Por qué? No lo sé; pero tampoco me digan que es anticuado, porque el amor, la amistad y el aprecio y el respeto hacia el vecino no pasan de moda. Somos nosotros, Panamá, los que nos hemos dejado llevar por un modernismo mal entendido por el utilitarismo y el hedonismo. Los que conservamos esas tradiciones de Navidad, lo seguiremos haciendo; y el que quiera recuperarlas, que se decida a hacerlo este año. De seguro ganaremos más, que aquello que podamos perder.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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A tiro de piedra
La Navidad que se fue
Cuando repaso la forma en que los panameños celebrábamos la Navidad, me doy cuenta de cuánto hemos perdido. No se trata de que el tiempo pasado fue mejor, sino de aquello que hemos matado sin darnos cuenta: el carácter alegre y el amor y el respeto por el otro.
Después del Día de la Madre Panamá se llenaba de luces y se cantaba por todas partes. Casi en cada casa había un arreglo navideño y, en las más pobres, al menos brillaba una luz. Las estaciones de radio sonaban, constantemente, música popular y villancicos navideños. Los enemigos se reconciliaban y, con muchos días de anticipación, se deseaba feliz Navidad a todo el que se nos cruzara en el camino. En ese aspecto éramos más humanos.
Ahora dirán que la cuenta de luz es costosa, pero es sólo excusa, porque los adornos se pueden poner con pocas luces o prescindiendo de ellas totalmente. Ya se dice que la Navidad es para los “pelaos”, para los niños. ¡Mentira! Cristo vino al mundo por todos, sin discriminar entre adulto y niño; viejo y joven; o hombre y mujer. La Navidad es para todos, especialmente para los que creen en la venido del Hijo de Dios al mundo.
Recuerdo que en los patios de las casas se reunían las familias y los vecinos, para celebrar. Se sacaban los instrumentos, la mayoría de percusión, y se cantaban las canciones navideñas mientras los niños jugaban con sus juguetes nuevos. La mayoría no eran costosos, pero habían sido escogidos con mucho esmero y cariño por nuestras madres y abuelas, principalmente, y por otros parientes. Muchos de nuestros familiares y amigos no nos daban regalo, pero con su presencia y un abrazo nos hacían felices. Cómo nos alegrábamos cuando veíamos a toda la familia reunida: tíos y tías, primos y primas, y aquellos amigos de la familia que eran como hermanos de nuestros padres y parientes.
Ninguno pasaba la Nochebuena en soledad, porque algún vecino lo acogía con placer. Toda la vecindad compartía la comida de Navidad, por muy humilde que fuera. Tamales, dulces, arroz con pollo, ron ponche, jamón, ensalada, y frutas de toda clase. En cada casa se comía un poco, y los grandes bebían licor, pero a ningún niño le era permitido. Vestíamos ropa nueva, que se habían abonado o sacado en un club de mercancías en los almacenes de la Central. La Navidad era un acontecimiento grande e importante, y así se celebraba.
Esa actitud y ese sentido de la fiesta se ha abandonado. ¿Por qué? No lo sé; pero tampoco me digan que es anticuado, porque el amor, la amistad y el aprecio y el respeto hacia el vecino no pasan de moda. Somos nosotros, Panamá, los que nos hemos dejado llevar por un modernismo mal entendido por el utilitarismo y el hedonismo. Los que conservamos esas tradiciones de Navidad, lo seguiremos haciendo; y el que quiera recuperarlas, que se decida a hacerlo este año. De seguro ganaremos más, que aquello que podamos perder.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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