2007-11-18
A tiro de piedra
Poeta, músico y loco
Reza un refrán muy popular que de poeta, músico y loco todos tenemos un poco, cuando afloran desde los más profundos sentimientos los versos que plasman en un poema o en una canción las emociones o el amor que llevamos dentro. Igual ocurre cuando demostramos alguna conducta extraña, producto de la euforia o la alegría de un momento, que nos hace actuar de locos, aunque de una manera no manicomiable.
Una experiencia de ese tipo tuve yo cuando, en mi adolescencia, me picó el gusanillo de ser músico. Convencí a unos compañeros, y organizamos un conjunto con instrumentos prestados. Allá, por los lados de Río Abajo, nos reuníamos a darle rienda suelta a nuestra locura juvenil, en los bajos de la casa de uno de los miembros del grupo. Con más entusiasmo que maestría, nos abocamos a emprender esa aventura con el nombre de "Los Dramáticos"; aunque más bien creo que el drama estaba en nuestra pretensión de estrellas del mundo musical.
Recuerdo lo contentos que nos pusimos cuando el bueno de Yoni Manzzo, un periodista de farándula, mencionó el nombre de nuestro grupo en "Lo que vio el búho", una sección de chismes en la página de espectáculos que él escribía para La Estrella de Panamá. Para pesar del búho, no pasamos de las prácticas, y la aventura se saldó con varios instrumentos rotos; entre ellos la tumbadora de un tío mío, que regresó sin cuero y con sus dos hoyos tan abiertos como mis ojos cuando contemplé ese espectáculo, después que me la devolviera el que se ofreció para afinarla pasándola por el fuego.
Viene esta experiencia a mi memoria, al acercarse el día de santa Cecilia, patrona de los músicos. Pienso en nuestro antiguo Conservatorio Nacional, hoy elevado a Instituto Nacional de Música, que está escaso de fondos y huérfano de un sitio adecuado en el que se formen los músicos del patio. El vetusto y venerable edificio que ocupara en el Casco Antiguo, está allí como esperando que vuelva de su exilio en el área revertida, en donde creo que está ahora. ¿Cuántos sueños, como los que tuve con mis amigos, podrían cumplirse si prestáramos atención a esa casa de la música? Muchos, sin duda. Sólo basta que alguien se ocupe seriamente del asunto.
El Instituto Nacional de Música, a mi modo de ver, debería encargarse de regentar una serie de conservatorios (nombre más apropiado) a lo largo del país, en el que la niñez y la juventud desarrolle su talento musical, sin excluir a los adultos. Dotado con presupuesto y personal calificado, le brindaría un aporte invaluable al país en el arte de la música y en la práctica de una actividad sana y edificante.
De mi grupo aquel, sólo uno continuó la música, y hoy vive de eso en Europa. El resto, de vez en cuando nos reunimos para soltar ese poco de músico y loco que todavía nos queda, y recordamos con gratitud a aquellos que, en aquel momento, nos siguieron la corriente y alentaron en nuestra aventura juvenil; principalmente los maestros Luis Vásquez, Mary Jean Wright, y Manolo Choy.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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A tiro de piedra
Poeta, músico y loco
Reza un refrán muy popular que de poeta, músico y loco todos tenemos un poco, cuando afloran desde los más profundos sentimientos los versos que plasman en un poema o en una canción las emociones o el amor que llevamos dentro. Igual ocurre cuando demostramos alguna conducta extraña, producto de la euforia o la alegría de un momento, que nos hace actuar de locos, aunque de una manera no manicomiable.
Una experiencia de ese tipo tuve yo cuando, en mi adolescencia, me picó el gusanillo de ser músico. Convencí a unos compañeros, y organizamos un conjunto con instrumentos prestados. Allá, por los lados de Río Abajo, nos reuníamos a darle rienda suelta a nuestra locura juvenil, en los bajos de la casa de uno de los miembros del grupo. Con más entusiasmo que maestría, nos abocamos a emprender esa aventura con el nombre de "Los Dramáticos"; aunque más bien creo que el drama estaba en nuestra pretensión de estrellas del mundo musical.
Recuerdo lo contentos que nos pusimos cuando el bueno de Yoni Manzzo, un periodista de farándula, mencionó el nombre de nuestro grupo en "Lo que vio el búho", una sección de chismes en la página de espectáculos que él escribía para La Estrella de Panamá. Para pesar del búho, no pasamos de las prácticas, y la aventura se saldó con varios instrumentos rotos; entre ellos la tumbadora de un tío mío, que regresó sin cuero y con sus dos hoyos tan abiertos como mis ojos cuando contemplé ese espectáculo, después que me la devolviera el que se ofreció para afinarla pasándola por el fuego.
Viene esta experiencia a mi memoria, al acercarse el día de santa Cecilia, patrona de los músicos. Pienso en nuestro antiguo Conservatorio Nacional, hoy elevado a Instituto Nacional de Música, que está escaso de fondos y huérfano de un sitio adecuado en el que se formen los músicos del patio. El vetusto y venerable edificio que ocupara en el Casco Antiguo, está allí como esperando que vuelva de su exilio en el área revertida, en donde creo que está ahora. ¿Cuántos sueños, como los que tuve con mis amigos, podrían cumplirse si prestáramos atención a esa casa de la música? Muchos, sin duda. Sólo basta que alguien se ocupe seriamente del asunto.
El Instituto Nacional de Música, a mi modo de ver, debería encargarse de regentar una serie de conservatorios (nombre más apropiado) a lo largo del país, en el que la niñez y la juventud desarrolle su talento musical, sin excluir a los adultos. Dotado con presupuesto y personal calificado, le brindaría un aporte invaluable al país en el arte de la música y en la práctica de una actividad sana y edificante.
De mi grupo aquel, sólo uno continuó la música, y hoy vive de eso en Europa. El resto, de vez en cuando nos reunimos para soltar ese poco de músico y loco que todavía nos queda, y recordamos con gratitud a aquellos que, en aquel momento, nos siguieron la corriente y alentaron en nuestra aventura juvenil; principalmente los maestros Luis Vásquez, Mary Jean Wright, y Manolo Choy.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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