2007-11-11
A tiro de piedra
Las otras víctimas
Cada vez que un grupo decide protestar o reclamar en pro de sus derechos, en nuestra patria del siglo veintiuno, por lo general afecta a otras personas que ninguna responsabilidad tienen en cuanto a los derechos vulnerados. Cierre de calles, suspensión de servicios públicos, paros magisteriales y médicos, protestas de estudiantes y de obreros son, entre otras, las causas del malestar social que siente la población, al contemplar impotente como le hacen pagar la culpa de otros.
Al parecer no nos damos cuenta de la degradación moral y la deshumanización que sufrimos, cuando, por lograr nuestro propósito, no nos importa con el bien ajeno. Sin quererlo, nos dejamos arrastrar por la corriente del individualismo y el yo primero, por encima de quién y lo que sea. Somos fieles practicantes de la doctrina que justifica los medios por el fin. Es una mentalidad utilitarista que nos hace indolentes ante el sufrimiento de los demás.
Es doloroso ver a hombres y mujeres que cierran una carretera o una calle, colocando a sus hijos e hijas pequeños como escudo frente a la inminente acción de la policía. Da coraje ver a los dueños de buses dejar sin transporte a decenas de miles de niños, adultos y ancianos, que pierden su día de trabajo, sus clases, sus citas médicas, o cualquier otra diligencia importante, porque quieren conseguir algo del gobierno. Da pena contemplar cómo miles de enfermos dejan de ser atendidos por un paro médico que los perjudica, sin que ellos sean la causa del reclamo. Da tristeza observar cómo cientos de miles de alumnos pierden las clases, y ven mermado su aprendizaje, porque los educadores se van a paro. Indigna sentir la amenaza de gremios obreros que impiden el tráfico a pedrada y palo, por un reclamo que le es ajeno al resto.
No entiendo cómo puede una maestra o un docente mirar de frente a los alumnos que afectó con su paro. No comprendo cómo un médico puede darle la cara al paciente que dejó de atender, y que ahora regresa empeorado de salud. No me cabe en la cabeza cómo un padre o una madre pueden consolar a sus hijos, después de los efectos de los gases lacrimógenos que usó la policía para despejar la vía que los primeros bloquearon. No alcanzo a explicarme cómo pueden los buseros pedirle a los pasajeros que se corran para atrás, cuando los dejaron plantados en las paradas. Ni realizo, tampoco, cómo un obrero o un miembro de una organización popular universitaria lucha contra el alto costo de la vida, cuando atenta contra el trabajo, el sustento, la transportación, y la salud de la población pobre que sufre las consecuencias de sus actos violentos.
Esas otras víctimas, resultantes del daño colateral, sufren más los efectos de las protestas y los paros. Y, en aras de la justicia que tanto pregonamos, bien valdría la pena pensar en ellas la próxima vez que se proteste o se declare una huelga.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
Ir a Panorama Católico Edición Digital
A tiro de piedra
Las otras víctimas
Cada vez que un grupo decide protestar o reclamar en pro de sus derechos, en nuestra patria del siglo veintiuno, por lo general afecta a otras personas que ninguna responsabilidad tienen en cuanto a los derechos vulnerados. Cierre de calles, suspensión de servicios públicos, paros magisteriales y médicos, protestas de estudiantes y de obreros son, entre otras, las causas del malestar social que siente la población, al contemplar impotente como le hacen pagar la culpa de otros.
Al parecer no nos damos cuenta de la degradación moral y la deshumanización que sufrimos, cuando, por lograr nuestro propósito, no nos importa con el bien ajeno. Sin quererlo, nos dejamos arrastrar por la corriente del individualismo y el yo primero, por encima de quién y lo que sea. Somos fieles practicantes de la doctrina que justifica los medios por el fin. Es una mentalidad utilitarista que nos hace indolentes ante el sufrimiento de los demás.
Es doloroso ver a hombres y mujeres que cierran una carretera o una calle, colocando a sus hijos e hijas pequeños como escudo frente a la inminente acción de la policía. Da coraje ver a los dueños de buses dejar sin transporte a decenas de miles de niños, adultos y ancianos, que pierden su día de trabajo, sus clases, sus citas médicas, o cualquier otra diligencia importante, porque quieren conseguir algo del gobierno. Da pena contemplar cómo miles de enfermos dejan de ser atendidos por un paro médico que los perjudica, sin que ellos sean la causa del reclamo. Da tristeza observar cómo cientos de miles de alumnos pierden las clases, y ven mermado su aprendizaje, porque los educadores se van a paro. Indigna sentir la amenaza de gremios obreros que impiden el tráfico a pedrada y palo, por un reclamo que le es ajeno al resto.
No entiendo cómo puede una maestra o un docente mirar de frente a los alumnos que afectó con su paro. No comprendo cómo un médico puede darle la cara al paciente que dejó de atender, y que ahora regresa empeorado de salud. No me cabe en la cabeza cómo un padre o una madre pueden consolar a sus hijos, después de los efectos de los gases lacrimógenos que usó la policía para despejar la vía que los primeros bloquearon. No alcanzo a explicarme cómo pueden los buseros pedirle a los pasajeros que se corran para atrás, cuando los dejaron plantados en las paradas. Ni realizo, tampoco, cómo un obrero o un miembro de una organización popular universitaria lucha contra el alto costo de la vida, cuando atenta contra el trabajo, el sustento, la transportación, y la salud de la población pobre que sufre las consecuencias de sus actos violentos.
Esas otras víctimas, resultantes del daño colateral, sufren más los efectos de las protestas y los paros. Y, en aras de la justicia que tanto pregonamos, bien valdría la pena pensar en ellas la próxima vez que se proteste o se declare una huelga.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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