miércoles, 8 de abril de 2009

La Santa Semana

2009-04-05
La Voz del Pastor
La Santa Semana

Con el Domingo de Ramos, la Iglesia católica inicia solemnemente la semana más sagrada de todo el año litúrgico, conocida también como la Semana Mayor o Semana Santa.

Así como para el antiguo pueblo de Israel la fiesta más importante fue la Pascua celebrada por mandato específico de Dios (Ex 12,14), el nuevo pueblo de Israel, es decir toda la humanidad redimida y creyente deberá cumplir hasta el final de los siglos la perpetuidad de este mandato, celebrando la realidad de lo que aquellos acontecimientos significaron.

Los corderos sacrificados con cuya sangre eran rociados los dinteles de las puertas y cuya carne era comida asada, prefiguraban al Hijo de Dios hecho hombre inmolado voluntariamente en la cruz para dar a todo el género humano la verdadera e íntegra liberación de la esclavitud a la que nos tenía sometido Satanás.

Nos recuerda la Carta a los Hebreos que “Cristo ha entrado en el Santuario ya no para ofrecer la sangre de chivos y becerros, sino su propia sangre…y ha obtenido para nosotros la liberación eterna” (Heb 9,12) e insiste la carta en que si la sangre de los corderos pudo purificar por fuera, cuanto más la Sangre de Cristo tendrá poder para purificar y consagrar a la humanidad. “Cristo se ofreció a sí mismo como sacrificio sin mancha y su sangre limpia” (Heb 9,14).

Cristo cumplió y perfeccionó todo lo que los hebreos celebraban. Recordemos que los corderos sacrificados y comidos permanecieron muertos, no resucitaron, mientras que Cristo, el verdadero Cordero de Dios, es inmolado libre y voluntariamente y con su propia muerte vence a la misma muerte con su resurrección y nos libra del morir eterno. “Cristo tiene que reinar hasta que todos sus enemigos estén puestos bajo sus pies y el último enemigo que será derrotado es la muerte” (I Cor. 15, 25 y 26).

La Semana Santa que inauguramos el Domingo de Ramos no sólo es un espacio para recordar el pasado como si se tratase de un acontecimiento que tuvo lugar en un momento dado y fue consumido definitivamente y por el tiempo y el espacio y del cual sólo nos queda un recuerdo escrito en la historia. La celebración del gran misterio pascual es un verdadero memorial, algo mucho más que el simple recuerdo, se trata de reactualizar y revivir en el aquí y el ahora de nuestra vida lo que Cristo hizo y sigue haciendo por nosotros. He aquí el valor de una verdadera celebración litúrgica.

El Domingo de Ramos proclamamos, con el entusiasmo de los discípulos de Jesús y del pueblo fiel, que Jesús es el verdadero y único Rey, “unos tendían sus capas por el camino y otros tendían ramas que cortaban de los árboles y tanto los que iban delante como los que iban detrás gritaban Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en el nombre del Señor (Mateo 21, 8-9).

Las palmas, ramos y flores que se bendicen, se distribuyen y se agitan durante la procesión nos están recordando que el triunfo de Cristo sobre el mal no lo obtuvo con la fuerza o la violencia, mucho menos con la injusticia y la opresión, sino por el amor que lo llevó a la muerte voluntaria sobre el altar de la cruz. Allí derramó toda su sangre, venció al demonio y al infierno y con la victoria de la resurrección fue constituido Señor de la humanidad, de la historia y de toda la creación. Cristo es nuestro verdadero Rey y Señor.

Durante toda esta Semana, si participamos con fe en las celebraciones litúrgicas tendremos la ocasión de revivir esos grandes misterios de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Salvador, y hacer nuestros esos hechos salvíficos que con tanto amor, por su eterno Padre y por nosotros, él quiso realizar en su vida mortal. De esa manera la Semana Mayor será una semana verdaderamente santa porque nos ayudará a vivir –siempre unidos a Cristo muriendo todos los días al pecado y viviendo un vida nueva según el Espíritu.

Mons. José Dimas Cedeño Delgado
Arzobispo de Panamá

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