2009-01-04
A tiro de piedra
¿Dónde está el dinero?
La economía mundial está hecha un caos, producto de la especulación que, durante años, fue la práctica de los inversionistas en las bolsas mundiales. Casi la mayoría de los que confiaron su dinero a esos gurúes han salido trasquilados.
Para el humano común resulta incomprensible darle dinero a otro que promete multiplicarlo y, de la noche a la mañana, se entera que el dinero ya no existe. Ya ninguno es confiable, porque bancos de inversión con tradición y prestigio, corredores de bolsa, y agentes de colocación de fondos, se fueron a pique. Ni hablar de los más peligrosos: los creadores de pirámides, que arruinan en todo momento y toda época a miles de personas, aprovechándose de la ingenuidad de éstas y de su ambición por la promesa de dinero fácil.
Todos sufrimos las consecuencias del desastre; hasta el que no puso dinero en juego, pero que ahora resiente las consecuencias del alza de intereses, la mayor exigencia de garantía colateral para los préstamos, el aumento del pago mínimo de las tarjetas de crédito, el alza de precios de los bienes y servicios, y la caída real del poder adquisitivo y la merma de ingresos. Como en un atolladero, a todos nos toca nuestra ración de lodo.
El dinero perdido jamás será recuperado. No porque se perdió, sino porque pasó primero por otras manos que lo aprovecharon antes que nosotros. Por ejemplo: el que compró acciones de alguna empresa, le pagó a su tenedor original. Ese ya ganó. Usted está a la espera que la empresa sea rentable y le pague los dividendos. La empresa cayó en la mala o quebró; en el primer caso usted tiene acciones, pero no dinero. Si intenta venderlas, ya valen menos que el precio pagado por usted. La pérdida es suya. En el segundo caso, simplemente, quedó arruinado. Lo mismo sucede con los bonos que pierden valor de reventa en el mercado, a pesar que le estén pagando los intereses tal cual fueron pactados. Igual sucede con las propiedades o cualquier otro activo que pierda valor: convertirlo en efectivo, al momento, acarrea una pérdida. Cuanto más dependa usted del efectivo, más dramática será su situación.
Si usted es un simple mortal, de esos que están en la cola del sistema, empiece a idear un plan financiero personal. Saque cuentas y determine cuál es la relación entre su ingreso y sus deudas, incluida la obligación de pago de cada una de ellas. Una vez que tenga en claro su situación financiera, deshágase de aquella parte de deuda que pueda. Contrario a lo que recomiendan los economistas, yo prefiero salir primero de las deudas pequeñas, porque es más fácil y permiten mejorar la liquidez personal. Además, nuestras deudas mayores suelen ser las hipotecas y los prestamos bancarios, que ya están pactados y con mensualidades fijas. Las otras deudas, si las tiene, son las tarjetas de crédito, que son un verdadero dolor de cabeza cuando uno se excede. Busque, si aún puede, una compra de saldo favorable; si no, suspenda su uso y concéntrese en pagar y cancelar la que tenga mayor probabilidad de ser cerrada en menor plazo.
Vivimos una transición económica, que no sabemos cuanto tiempo durará. Y, en esta transición, contar con liquidez (efectivo) jugará un papel fundamental en las finanzas personales.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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A tiro de piedra
¿Dónde está el dinero?
La economía mundial está hecha un caos, producto de la especulación que, durante años, fue la práctica de los inversionistas en las bolsas mundiales. Casi la mayoría de los que confiaron su dinero a esos gurúes han salido trasquilados.
Para el humano común resulta incomprensible darle dinero a otro que promete multiplicarlo y, de la noche a la mañana, se entera que el dinero ya no existe. Ya ninguno es confiable, porque bancos de inversión con tradición y prestigio, corredores de bolsa, y agentes de colocación de fondos, se fueron a pique. Ni hablar de los más peligrosos: los creadores de pirámides, que arruinan en todo momento y toda época a miles de personas, aprovechándose de la ingenuidad de éstas y de su ambición por la promesa de dinero fácil.
Todos sufrimos las consecuencias del desastre; hasta el que no puso dinero en juego, pero que ahora resiente las consecuencias del alza de intereses, la mayor exigencia de garantía colateral para los préstamos, el aumento del pago mínimo de las tarjetas de crédito, el alza de precios de los bienes y servicios, y la caída real del poder adquisitivo y la merma de ingresos. Como en un atolladero, a todos nos toca nuestra ración de lodo.
El dinero perdido jamás será recuperado. No porque se perdió, sino porque pasó primero por otras manos que lo aprovecharon antes que nosotros. Por ejemplo: el que compró acciones de alguna empresa, le pagó a su tenedor original. Ese ya ganó. Usted está a la espera que la empresa sea rentable y le pague los dividendos. La empresa cayó en la mala o quebró; en el primer caso usted tiene acciones, pero no dinero. Si intenta venderlas, ya valen menos que el precio pagado por usted. La pérdida es suya. En el segundo caso, simplemente, quedó arruinado. Lo mismo sucede con los bonos que pierden valor de reventa en el mercado, a pesar que le estén pagando los intereses tal cual fueron pactados. Igual sucede con las propiedades o cualquier otro activo que pierda valor: convertirlo en efectivo, al momento, acarrea una pérdida. Cuanto más dependa usted del efectivo, más dramática será su situación.
Si usted es un simple mortal, de esos que están en la cola del sistema, empiece a idear un plan financiero personal. Saque cuentas y determine cuál es la relación entre su ingreso y sus deudas, incluida la obligación de pago de cada una de ellas. Una vez que tenga en claro su situación financiera, deshágase de aquella parte de deuda que pueda. Contrario a lo que recomiendan los economistas, yo prefiero salir primero de las deudas pequeñas, porque es más fácil y permiten mejorar la liquidez personal. Además, nuestras deudas mayores suelen ser las hipotecas y los prestamos bancarios, que ya están pactados y con mensualidades fijas. Las otras deudas, si las tiene, son las tarjetas de crédito, que son un verdadero dolor de cabeza cuando uno se excede. Busque, si aún puede, una compra de saldo favorable; si no, suspenda su uso y concéntrese en pagar y cancelar la que tenga mayor probabilidad de ser cerrada en menor plazo.
Vivimos una transición económica, que no sabemos cuanto tiempo durará. Y, en esta transición, contar con liquidez (efectivo) jugará un papel fundamental en las finanzas personales.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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