martes, 11 de noviembre de 2008

“Nos han precedido en la fe y duermen el sueño de la paz”

2008-11-02
La Voz del Pastor
“Nos han precedido en la fe y duermen el sueño de la paz”

La conmemoración de los fieles difuntos canta la victoria de Cristo y del cristiano sobre la muerte. El cristiano recibe de su Señor y Maestro el alimento que ya en esta tierra es alimento de vida eterna: la Eucaristía pan de vida, anticipación de la vida con Dios después de la muerte.

La realidad más dramática de la existencia humana es tener que morir, teniendo en el alma sed de inmortalidad. Esa muerte no es sólo dramática, también en no pocas ocasiones tiene la apariencia de absurda: cuando viene segada una vida joven y prometedora, cuando pagar el salario de la muerte una vida inocente, cuando la muerte llega inesperada, cuando troncha un porvenir magnífico, cuando crea un agudo problema en la familia, cuando...

El dramatismo aumenta cuando se carece de fe o ésta está casi completamente apagada. En este caso, todo se derrumba, porque se vive como quien no tiene esperanza. En ese caso, la muerte lleva en su mano la palma de la victoria y la vida termina bajo la losa de un sepulcro, dejando a los vivos en la desesperación y en la angustia sin sentido.

La fe cristiana, en cambio, nos dice que la muerte es un tránsito que termina en un nuevo mundo de luz y de vida esplendorosas. La fe cristiana nos dice que la muerte es ciertamente una pérdida, por parte de quien se va (pierde su relación con el mundo) y por parte de quien se queda (pierde un ser querido), pero una pérdida que Dios es capaz de transformar, de forma a nosotros desconocida, en ganancia, porque la muerte del hombre como en el caso de la crisálida desemboca en vida.

En Cristo resucitado, vencedor de la muerte, todos hemos ya comenzado, en cierta manera, a vencer la muerte mediante la participación en su resurrección.

El cristiano, como cualquier otro ser humano, siente día a día el paso del tiempo sobre su cuerpo, el acercarse del encuentro definitivo con la realidad de la muerte, la llamada constante de la tierra. El cristiano no está exento de todo lo que eso significa existencialmente para todo hombre, en su unidad psicosomática.

Mientras se va acercando al atardecer de la vida, el cristiano experimenta, sin embargo, a un nivel profundo la llamada de la vida divina, la voz del Padre que le dice: ¡Ven! Esta experiencia se hace, sin lugar a duda, en la oración personal en que cada uno habla de corazón a corazón con el Padre que llama, con el Hijo que salva, con el Espíritu que vivifica. Esta experiencia se profundiza en la recepción del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo en la Eucaristía.

El ansia de inmortalidad y de vida eterna que anida en cada uno de los hombres y mujeres del planeta viene satisfecha, lenta pero de modo continuo y eficaz, por la extraordinaria experiencia de vida nueva que va apoderándose del hombre al contacto frecuente con la Eucaristía.

“Quien cree en Ti, Señor, no morirá para siempre”. Cristo, el Viviente, nos espera con los brazos abiertos.

Monseñor Fernando Torres Durán
Obispo de la Diócesis de Chitré

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