2008-04-20
La Voz del Pastor
Cuidar la Tierra
«Y creó Dios al hombre a imagen suya: a imagen de Dios le creó; macho y hembra los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: ‘Sed fecundos y multiplíquense, y llenad la tierra y sometedla; dominad en los peces del mar, en las aves del cielo y en todo animal que serpea sobre la tierra’» (Gén 1, 27-28).
El texto bíblico del libro del Génesis nos da a los creyentes el punto de referencia para entender la relación del ser humano con su entorno natural.
En el centro de esa enseñanza social de la Iglesia, está el principio del «destino universal de todos los bienes de la creación», según el cual, todo lo que produce la tierra y todo lo que el hombre transforma y confecciona, todo su conocimiento y toda su tecnología, todo está destinado a servir al desarrollo material y espiritual de la familia humana y de todos sus miembros.
No hay duda del gran desafío que significa hoy día la cuestión del medio ambiente y de un desarrollo sostenible. La comunidad internacional reconoce que los recursos del mundo son limitados y que todo pueblo tiene el deber de poner en práctica políticas encaminadas a la protección del medio ambiente, con el fin de prevenir la destrucción del patrimonio natural cuyos frutos son necesarios para el bienestar de la humanidad.
En el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 2007, el Papa Benedicto XVI ponía de relieve ese desafío y sus implicaciones: «la destrucción del medio ambiente, su uso impropio o egoísta y el acaparamiento violento de los recursos de la tierra, generan fricciones, conflictos y guerras, precisamente porque son fruto de un concepto inhumano de desarrollo. En efecto, un desarrollo que se limitara al aspecto técnico y económico, descuidando la dimensión moral y religiosa, no sería un desarrollo humano integral y, al ser unilateral, terminaría fomentando la capacidad destructiva del hombre».
Para afrontar esos desafíos, estamos llamados, como recordaba el Siervo de Dios Juan Pablo II, a promover y a «salvaguardar las condiciones morales de una auténtica "ecología humana"» (Centesimus annus, 38), que exige una relación responsable no sólo con la creación sino también con nuestro prójimo, cercano o lejano, en el espacio y en el tiempo, y con el Creador.
Mons. Crepaldi, secretario del Pontificio Consejo de Justicia y Paz, en un congreso que convocaba en la capital italiana a diputados y senadores de varios partidos, así como 17 fundaciones, institutos y asociaciones empeñadas en la defensa del medio ambiente y en la promoción de la ecología humana, celebrado el 21 de febrero pasado, señalaba que los cristianos deben contribuir hoy a desarrollar una cultura ecológica equilibrada, libre de condicionamientos ideológicos. Para ello, decía, es necesaria «una renovada y equilibrada cultura ecológica y ambiental, libre de condicionamientos ideológicos capaz de orientar una eficaz e inteligente acción de gobierno». Hablando de la doctrina social de la Iglesia, precisó que «tanto en el campo medioambiental como en la vida, para lograr obtener resultados no hay que concentrarse en la naturaleza materialmente entendida sino en el hombre y su vocación, y en Dios que ha querido asociar al hombre a su creación». «Parece una paradoja, explicó, pero para desarrollar una cultura del ambiente natural hay que tomar distancia y apuntar a lo que es verdaderamente esencial: el bien auténtico de la persona humana y el verdadero bien común». «Como consecuencia, sostuvo, pero sólo como consecuencia, salvaremos también a las focas y al panda, los acuíferos y el aire que respiramos. Sólo la ecología humana resuelve verdaderamente los problemas de la ecología ambiental».
A partir de lo anterior, Mons. Crepaldi propuso un «Decálogo» para un medio ambiente a medida del hombre según la doctrina social de la Iglesia:
1.- La persona humana, hecha a imagen y semejanza de Dios Creador y la encarnación de Jesús.
2.- No se debe reducir de modo utilitario la naturaleza a mero objeto de manipulación y explotación y no se debe absolutizar la naturaleza, ni superponerla en dignidad a la misma persona humana.
3.- La cuestión medioambiental afecta a todo el planeta, patrimonio común del género humano, cuya responsabilidad se extiende no sólo a las generaciones presentes sino también a las futuras.
4.- El primado de la ética sobre la técnica y la necesidad de salvaguardar siempre la dignidad del ser humano.
5.- No hay que considerar a la naturaleza como una realidad sagrada o divina, sustraída a la acción humana y, por este motivo, son indeseables las intervenciones del hombre cuando dañan a los seres vivos o al medio ambiente natural, mientras que son loables cuando se traducen en su mejora.
6.- La necesidad de armonizar las políticas de desarrollo con las políticas medioambientales, a nivel nacional e internacional de modo que toda actividad económica, que se valga de los recursos naturales, debe también preocuparse de la salvaguardia del medio ambiente y prever sus costes, que hay que considerar como un capítulo esencial de los costes de la actividad económica.
7.- La cuestión medioambiental exige que se obre activamente por el desarrollo integral y solidario de las regiones más pobres del planeta, recordando el destino universal de los bienes donados por el Creador y el compartir tales bienes según la justicia y la caridad.
8.- La necesidad de que la responsabilidad hacia el medio ambiente encuentre una traducción adecuada a nivel jurídico y que sea elaborada «según las exigencias del bien común.
9.- Generar, a nivel personal y social, estilos de vida inspirados en la sobriedad, en la templanza, la autodisciplina.
10.- Si se pone entre paréntesis la relación con Dios, se vacía la naturaleza de su significado profundo, empobreciéndola, mientras que si se llega a redescubrir la naturaleza en su dimensión de criatura, se puede establecer con ella una relación comunicativa, captar su significado evocativo y simbólico, penetrar así en el horizonte del misterio que abre al hombre el paso hacia Dios, Creador de los cielos y la tierra.
Mons. José Luis Lacunza M., O.A.R.
Obispo de la Diócesis de David
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La Voz del Pastor
Cuidar la Tierra
«Y creó Dios al hombre a imagen suya: a imagen de Dios le creó; macho y hembra los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: ‘Sed fecundos y multiplíquense, y llenad la tierra y sometedla; dominad en los peces del mar, en las aves del cielo y en todo animal que serpea sobre la tierra’» (Gén 1, 27-28).
El texto bíblico del libro del Génesis nos da a los creyentes el punto de referencia para entender la relación del ser humano con su entorno natural.
En el centro de esa enseñanza social de la Iglesia, está el principio del «destino universal de todos los bienes de la creación», según el cual, todo lo que produce la tierra y todo lo que el hombre transforma y confecciona, todo su conocimiento y toda su tecnología, todo está destinado a servir al desarrollo material y espiritual de la familia humana y de todos sus miembros.
No hay duda del gran desafío que significa hoy día la cuestión del medio ambiente y de un desarrollo sostenible. La comunidad internacional reconoce que los recursos del mundo son limitados y que todo pueblo tiene el deber de poner en práctica políticas encaminadas a la protección del medio ambiente, con el fin de prevenir la destrucción del patrimonio natural cuyos frutos son necesarios para el bienestar de la humanidad.
En el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 2007, el Papa Benedicto XVI ponía de relieve ese desafío y sus implicaciones: «la destrucción del medio ambiente, su uso impropio o egoísta y el acaparamiento violento de los recursos de la tierra, generan fricciones, conflictos y guerras, precisamente porque son fruto de un concepto inhumano de desarrollo. En efecto, un desarrollo que se limitara al aspecto técnico y económico, descuidando la dimensión moral y religiosa, no sería un desarrollo humano integral y, al ser unilateral, terminaría fomentando la capacidad destructiva del hombre».
Para afrontar esos desafíos, estamos llamados, como recordaba el Siervo de Dios Juan Pablo II, a promover y a «salvaguardar las condiciones morales de una auténtica "ecología humana"» (Centesimus annus, 38), que exige una relación responsable no sólo con la creación sino también con nuestro prójimo, cercano o lejano, en el espacio y en el tiempo, y con el Creador.
Mons. Crepaldi, secretario del Pontificio Consejo de Justicia y Paz, en un congreso que convocaba en la capital italiana a diputados y senadores de varios partidos, así como 17 fundaciones, institutos y asociaciones empeñadas en la defensa del medio ambiente y en la promoción de la ecología humana, celebrado el 21 de febrero pasado, señalaba que los cristianos deben contribuir hoy a desarrollar una cultura ecológica equilibrada, libre de condicionamientos ideológicos. Para ello, decía, es necesaria «una renovada y equilibrada cultura ecológica y ambiental, libre de condicionamientos ideológicos capaz de orientar una eficaz e inteligente acción de gobierno». Hablando de la doctrina social de la Iglesia, precisó que «tanto en el campo medioambiental como en la vida, para lograr obtener resultados no hay que concentrarse en la naturaleza materialmente entendida sino en el hombre y su vocación, y en Dios que ha querido asociar al hombre a su creación». «Parece una paradoja, explicó, pero para desarrollar una cultura del ambiente natural hay que tomar distancia y apuntar a lo que es verdaderamente esencial: el bien auténtico de la persona humana y el verdadero bien común». «Como consecuencia, sostuvo, pero sólo como consecuencia, salvaremos también a las focas y al panda, los acuíferos y el aire que respiramos. Sólo la ecología humana resuelve verdaderamente los problemas de la ecología ambiental».
A partir de lo anterior, Mons. Crepaldi propuso un «Decálogo» para un medio ambiente a medida del hombre según la doctrina social de la Iglesia:
1.- La persona humana, hecha a imagen y semejanza de Dios Creador y la encarnación de Jesús.
2.- No se debe reducir de modo utilitario la naturaleza a mero objeto de manipulación y explotación y no se debe absolutizar la naturaleza, ni superponerla en dignidad a la misma persona humana.
3.- La cuestión medioambiental afecta a todo el planeta, patrimonio común del género humano, cuya responsabilidad se extiende no sólo a las generaciones presentes sino también a las futuras.
4.- El primado de la ética sobre la técnica y la necesidad de salvaguardar siempre la dignidad del ser humano.
5.- No hay que considerar a la naturaleza como una realidad sagrada o divina, sustraída a la acción humana y, por este motivo, son indeseables las intervenciones del hombre cuando dañan a los seres vivos o al medio ambiente natural, mientras que son loables cuando se traducen en su mejora.
6.- La necesidad de armonizar las políticas de desarrollo con las políticas medioambientales, a nivel nacional e internacional de modo que toda actividad económica, que se valga de los recursos naturales, debe también preocuparse de la salvaguardia del medio ambiente y prever sus costes, que hay que considerar como un capítulo esencial de los costes de la actividad económica.
7.- La cuestión medioambiental exige que se obre activamente por el desarrollo integral y solidario de las regiones más pobres del planeta, recordando el destino universal de los bienes donados por el Creador y el compartir tales bienes según la justicia y la caridad.
8.- La necesidad de que la responsabilidad hacia el medio ambiente encuentre una traducción adecuada a nivel jurídico y que sea elaborada «según las exigencias del bien común.
9.- Generar, a nivel personal y social, estilos de vida inspirados en la sobriedad, en la templanza, la autodisciplina.
10.- Si se pone entre paréntesis la relación con Dios, se vacía la naturaleza de su significado profundo, empobreciéndola, mientras que si se llega a redescubrir la naturaleza en su dimensión de criatura, se puede establecer con ella una relación comunicativa, captar su significado evocativo y simbólico, penetrar así en el horizonte del misterio que abre al hombre el paso hacia Dios, Creador de los cielos y la tierra.
Mons. José Luis Lacunza M., O.A.R.
Obispo de la Diócesis de David
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