2008-04-20
A tiro de piedra
Nuestro ambiente
A la mayoría de las personas nos gusta vivir en un ambiente sano, limpio y agradable. Es algo innato que nos hace aspirar a establecernos en lugares bellos y adornados con la belleza de la madre naturaleza; no en vano las playas, los ríos, los lagos y las montañas son sitios altamente cotizados. Los panameños somos fanáticos de esta forma de vida, y basta observar el comportamiento de muchos de nuestros compatriotas, para comprobarlo.
Empecemos con la limpieza y el aseo. Observe detenidamente al automovilista que va delante suyo por las calles y la carretera; no pasa gran rato cuando nos cruzamos con uno de esos extremadamente pulcros: No quiere basura dentro de su auto; por eso la lanza a la vía. Papeles, cartuchos, bolsitas de golosinas y comida chatarra, latas de soda y de cerveza, hasta pañales desechables salen volando a través de la ventanilla. Si conduce por las calles de la ciudad, podrá pasarle por encima sin problema; si maneja por la carretera, a 80 ó 100 quilómetros por hora, entonces prepárese para apañar con el parabrisas de su vehículo lo que lanza el de adelante.
Otra prueba de nuestros hábitos higiénicos y de pulcritud se ve a la orilla de los caminos o las aceras. Muebles y trastos viejos, basura orgánica mezclada con otras materias, madera, arena y otros desperdicios se acumulan sin empacho. Allí, en medio de ese lenguaje mudo, podemos comprobar nuestra cultura de reciclaje: las bolsas plásticas de las compras se reutilizan para echar la basura. Vemos, también, la cortesía y la urbanidad que se refleja en la disposición de la basura, cuando escogemos caminos solitarios o rincones poco transitados para botarla. De que somos considerados con los demás, lo somos.
Múltiples artículos y productos son lanzados a los ríos y quebradas, para aprovechar la fuerza del agua y evitar los gases que emanarían hacia la atmósfera, si usáramos nuestros vehículos, o contratáramos alguno, para disponer de lo inservible en el vertedero. De que somos ingeniosos, es cosa innegable.
¿Qué decir de nuestro constante monitoreo de las corrientes marinas? Al lanzar al mar recipientes plásticos y otros objetos flotantes, verificamos permanentemente el movimiento de esas corrientes y los lugares a los que llegan. Quizá algún día la información nos sirva para trazar las líneas marítimas que nos ahorren tiempo y recurso para la navegación y la pesca. Ni hablar de nuestra mayor contribución al abono natural del suelo y el control de plagas a la orilla de los caminos, con el creciente número de individuos a en tono de La Mayor y La Menor, alivian el colon y la vejiga sin pudor ni recato.
Somos como somos, y por eso somos lo que somos. ¡Feliz Día de la Tierra!
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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Nuestro ambiente
A la mayoría de las personas nos gusta vivir en un ambiente sano, limpio y agradable. Es algo innato que nos hace aspirar a establecernos en lugares bellos y adornados con la belleza de la madre naturaleza; no en vano las playas, los ríos, los lagos y las montañas son sitios altamente cotizados. Los panameños somos fanáticos de esta forma de vida, y basta observar el comportamiento de muchos de nuestros compatriotas, para comprobarlo.
Empecemos con la limpieza y el aseo. Observe detenidamente al automovilista que va delante suyo por las calles y la carretera; no pasa gran rato cuando nos cruzamos con uno de esos extremadamente pulcros: No quiere basura dentro de su auto; por eso la lanza a la vía. Papeles, cartuchos, bolsitas de golosinas y comida chatarra, latas de soda y de cerveza, hasta pañales desechables salen volando a través de la ventanilla. Si conduce por las calles de la ciudad, podrá pasarle por encima sin problema; si maneja por la carretera, a 80 ó 100 quilómetros por hora, entonces prepárese para apañar con el parabrisas de su vehículo lo que lanza el de adelante.
Otra prueba de nuestros hábitos higiénicos y de pulcritud se ve a la orilla de los caminos o las aceras. Muebles y trastos viejos, basura orgánica mezclada con otras materias, madera, arena y otros desperdicios se acumulan sin empacho. Allí, en medio de ese lenguaje mudo, podemos comprobar nuestra cultura de reciclaje: las bolsas plásticas de las compras se reutilizan para echar la basura. Vemos, también, la cortesía y la urbanidad que se refleja en la disposición de la basura, cuando escogemos caminos solitarios o rincones poco transitados para botarla. De que somos considerados con los demás, lo somos.
Múltiples artículos y productos son lanzados a los ríos y quebradas, para aprovechar la fuerza del agua y evitar los gases que emanarían hacia la atmósfera, si usáramos nuestros vehículos, o contratáramos alguno, para disponer de lo inservible en el vertedero. De que somos ingeniosos, es cosa innegable.
¿Qué decir de nuestro constante monitoreo de las corrientes marinas? Al lanzar al mar recipientes plásticos y otros objetos flotantes, verificamos permanentemente el movimiento de esas corrientes y los lugares a los que llegan. Quizá algún día la información nos sirva para trazar las líneas marítimas que nos ahorren tiempo y recurso para la navegación y la pesca. Ni hablar de nuestra mayor contribución al abono natural del suelo y el control de plagas a la orilla de los caminos, con el creciente número de individuos a en tono de La Mayor y La Menor, alivian el colon y la vejiga sin pudor ni recato.
Somos como somos, y por eso somos lo que somos. ¡Feliz Día de la Tierra!
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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