viernes, 11 de abril de 2008

La iglesia, testigo del misterio pascual del Señor

2008-04-13
La Voz de Pastor
La iglesia, testigo del misterio pascual del Señor

La fe de la Iglesia proclama el misterio pascual de Jesucristo, es decir, la encarnación del Verbo de Dios anunciado por los profetas, su pasión y muerte salvíficas, su resurrección gloriosa y la efusión de su Espíritu. Anuncia también que, en su nombre, se predicará la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. La Iglesia es testigo elocuente de estas cosas con su enseñanza, en la liturgia y toda su actividad pastoral (cf Lc 24:46-48; Hch 1:8; 2:32-36;3:12-26;5:29-32;10:34-43). En su predicación, destaca la obra de Dios, Padre de Jesucristo, que, en vida, lo acredita con milagros y finalmente lo resucita de entre los muertos. Afirma, por ello, que él es el justo perseguido y salvado por Dios, mencionado en el salmo 118, también la piedra desechada por los constructores, convertida en piedra angular (V22).

Vale la pena destacar este papel de la Iglesia en la difusión del mensaje pascual de Jesucristo, realidad de fe, que no descansa en indicios científicos positivos, como la eventual aparición de una tumba vacía, sino en el testimonio de la Iglesia, que no ha dejado de proclamar este acontecimiento, celebrarlo en su liturgia y rubricarlo con el testimonio de incontables confesores, misioneros, mártires, vírgenes y viudas. Los efectos abonan el hecho de base.

En la liturgia de la cincuentena pascual, la Iglesia, Madre y Maestra, subraya esta función evangelizadora de las comunidades evangelizadas. Así en el Segundo Domingo de Pascua, llamado, con razón, de la divina misericordia, implora de Dios la gracia de comprender el valor inestimable de la sangre que nos ha redimido, la grandeza del bautismo que nos ha purificado y la majestad del Espíritu que nos ha hecho nacer de nuevo.

Luego afirma su fe pascual de manera plástica y audiovisual mostrando la forma en que se vivía este misterio de muerte y resurrección en las comunidades primitivas, donde los creyentes vivían todos unidos y lo poseían todo en común (Hch 2:42-47), y la fe en el misterio pascual y nuestra participación en él, por los sacramentos de iniciación cristiana, comunicaba la certeza de haber nacido de nuevo para una esperanza viva, una herencia incorruptible, pura e imperecedera (cf 1 Pedro 1:3-9).

El evangelio, por su parte, nos mostraba una Iglesia replegada en sí misma y paralizada por el miedo (Jn 20:19-31), que es visitada por el Señor de la Pascua, que la hace partícipe de su Espíritu, y la envía a la misión de invitar a las personas a compartir la fe pascual de la Iglesia.

Ausente el apóstol Tomás de esta reunión, exige un encuentro personal con el Resucitado. Ocho dias después, se le da lo que pidió, pero en el corazón de la Iglesia, y se ratifica el papel de ésta como testigo del misterio pascual de Jesucristo: "Dichosos los que crean sin haber visto" ( 20:29), es decir, los que den crédito a la palabra de la Iglesia.

La función testimonial de la Iglesia también es acentuada en los textos del Domingo Tercero. El santo evangelio nos recuerda que la Iglesia es una comunidad de discípulos que recorren un camino en el que los ha precedido su Señor y Maestro, Jesucristo, llegado ya a la gloria ( Lc 24:13-35). El humilde rebaño del Señor debe alcanzar esta misma meta.

La condición de discípulo no se improvisa. Requiere la instrucción de un maestro y seguir un itinerario de formación, que parte de la iniciación cristiana sacramental, y exige un proceso permanente de conversión e instrucción catequética en el misterio de Cristo, guiado por el Espíritu Santo, para forjar al discípulo, y conducirlo a la comunión creciente con el Padre, por el Hijo, en el Espíritu y a la misión de integrar a otras personas en la Iglesia, misterio de comunión y misión. No sin razón los primeros cristianos eran llamados "los del camino".

El evangelio del día es paradigmático. Muestra el camino emprendido por dos discípulos inmaduros del Señor, pues no seguían al Señor de la pascua, muerto y resucitado, sino a un caudillo, un profeta rico en palabras y obras, que prometía una gloria efímera. Los sucesos del Viernes Santo destruyeron esta ilusión. Por eso, son presa del desánimo y la frustración.

Pero el Señor, Emmanuel y compañero de camino de su Iglesia durante la misión, los evangeliza, mostrándoles la presencia de su misterio pascual en las Escrituras, en la cruz, vehículo de su gloria, y en la eucaristía, memorial de su pasión y muerte salvíficas y su resurrección gloriosa.

Este encuentro con Jesucristo vivo determina un proceso de conversión en estos discípulos, que pasan de inmaduros a maduros, capaces de reconocer al Señor con los ojos de la fe en las Escrituras, en la cruz y en la fracción del pan. Evangelizados por el Señor de la pascua, están listos para evangelizar a sus contemporáneos. De Jerusalén a Emaús, han recorrido un camino que los ha llevado al encuentro con Jesucristo vivo, la conversión, el discipulado y la comunión. De Emaús a Jerusalén, vuelven ahora como hombres nuevos, evangelizados y evangelizadores, auténticos discípulos y misioneros del Cristo total, muerto y resucitado, Camino, Verdad y Vida. Por eso, son fuente de vida para su comunidad.

Mons. Oscar Mario Brown J.
Obispo de la Diócesis de Santiago

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