2009-12-27
A tiro de piedra
Otro año que pasa
Una canción popular para esta época de fin de año dice así: “Otro año que llega y otro que se va, dejando muchas promesas, nada de prosperidad. Tanto trabajar y no tengo ná, pero que tanto trabajar y no tengo ná”.
Al igual que ese canto, la vida de muchas personas transcurre año tras año, porque sus proyectos están fundados en metas materiales. Sabedoras de sus limitaciones financieras, aquellas insisten en pensar que la situación económica les cambiará de la nada. Apuestan a la suerte y el azar, soñando con ganarse la lotería o el primer premio de alguna rifa. Quieren casa, carro, muebles nuevos, y cuanta cosa el dinero pueda comprar, pero sin hacer propósito de cambio personal. Y de esa forma resultan más los decepcionados que los afortunados.
En vez de pedirle a Dios el discernimiento y la gracia para aprender un oficio, estudiar una carrera, capacitarse para conseguir un mejor empleo, o sabiduría para administrar sus bienes, persiguen cosas que están fuera de su alcance o son producto de la casuística. Eligen, sin tener conciencia plena, el camino equivocado que lleva a la frustración y la perdición.
Si nos atenemos a las promesas de prosperidad de nuestra imaginación y de otras personas, acabamos como dice la canción. Ponemos la esperanza en uno y otro año, para al final ver cómo el tiempo se nos ha ido sin aprovecharlo. Trabajamos en vano, al endeudarnos y pasarnos gran parte de nuestra vida pagando deudas y malgastando el dinero, porque nos dejamos arrastrar por la vanidad del mundo, aparentando y adquiriendo bienes innecesarios.
Otro año que llega, es verdad, pero esta vez procuremos poner nuestra confianza en quien sí cumple sus promesas: Dios. Miremos la humildad de la Familia de Nazaret, e imitémosla. Saquemos cuenta de nuestras deudas, para cancelarlas. Quizá no podamos hacerlo en un año, sino en varios, pero es mejor que pasarnos mucho más tiempo pagando el nuevo endeudamiento. Intentemos cubrir primero nuestras necesidades de alimento, vestido y vivienda, y luego lo demás. Pongámonos prioridades y, con lo que sobra, nos damos aquellos placeres que sean moralmente legítimos. Poco o mucho, se disfrutan más si no nos endeudamos por ellos.
Dios quiere la felicidad para sus hijos, pero esa felicidad no está en el lujo y la opulencia, ni en ningún tipo de bienes o recompensa material. No es eso lo que nos da la vida ni nos trae la felicidad. Busquemos dentro de nosotros mismos, y encontraremos la respuesta. Son las cosas de arriba las que hemos de desear primero, y todo lo demás se nos dará por añadidura.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
Ir a Panorama Católico Edición Digital
A tiro de piedra
Otro año que pasa
Una canción popular para esta época de fin de año dice así: “Otro año que llega y otro que se va, dejando muchas promesas, nada de prosperidad. Tanto trabajar y no tengo ná, pero que tanto trabajar y no tengo ná”.
Al igual que ese canto, la vida de muchas personas transcurre año tras año, porque sus proyectos están fundados en metas materiales. Sabedoras de sus limitaciones financieras, aquellas insisten en pensar que la situación económica les cambiará de la nada. Apuestan a la suerte y el azar, soñando con ganarse la lotería o el primer premio de alguna rifa. Quieren casa, carro, muebles nuevos, y cuanta cosa el dinero pueda comprar, pero sin hacer propósito de cambio personal. Y de esa forma resultan más los decepcionados que los afortunados.
En vez de pedirle a Dios el discernimiento y la gracia para aprender un oficio, estudiar una carrera, capacitarse para conseguir un mejor empleo, o sabiduría para administrar sus bienes, persiguen cosas que están fuera de su alcance o son producto de la casuística. Eligen, sin tener conciencia plena, el camino equivocado que lleva a la frustración y la perdición.
Si nos atenemos a las promesas de prosperidad de nuestra imaginación y de otras personas, acabamos como dice la canción. Ponemos la esperanza en uno y otro año, para al final ver cómo el tiempo se nos ha ido sin aprovecharlo. Trabajamos en vano, al endeudarnos y pasarnos gran parte de nuestra vida pagando deudas y malgastando el dinero, porque nos dejamos arrastrar por la vanidad del mundo, aparentando y adquiriendo bienes innecesarios.
Otro año que llega, es verdad, pero esta vez procuremos poner nuestra confianza en quien sí cumple sus promesas: Dios. Miremos la humildad de la Familia de Nazaret, e imitémosla. Saquemos cuenta de nuestras deudas, para cancelarlas. Quizá no podamos hacerlo en un año, sino en varios, pero es mejor que pasarnos mucho más tiempo pagando el nuevo endeudamiento. Intentemos cubrir primero nuestras necesidades de alimento, vestido y vivienda, y luego lo demás. Pongámonos prioridades y, con lo que sobra, nos damos aquellos placeres que sean moralmente legítimos. Poco o mucho, se disfrutan más si no nos endeudamos por ellos.
Dios quiere la felicidad para sus hijos, pero esa felicidad no está en el lujo y la opulencia, ni en ningún tipo de bienes o recompensa material. No es eso lo que nos da la vida ni nos trae la felicidad. Busquemos dentro de nosotros mismos, y encontraremos la respuesta. Son las cosas de arriba las que hemos de desear primero, y todo lo demás se nos dará por añadidura.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
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