2009-11-29
A tiro de piedra
Día del Maestro
Creo que todo ser humano que haya pasado por la escuela recordará con afecto la maestra de sus primeros grados. La maestra, al igual que la madre y la abuela, son de esas mujeres inolvidables en la vida nuestra.
Dentro de un par de días conmemoraremos el Día del Maestro, en el que escucharemos loas y críticas a esas figuras, algunas infundadas, otras no. En una fecha tal lo menos que quisiéramos escuchar son cuestionamientos y condenas, pero el mundo actual ya ni distingue, y menos respeta, los momentos que son para conmemorar y no para criticar y condenar. Lo mismo nos da armar el pereque o el jolgorio en un día solemne que en cualquier otro. Eso nos deshumaniza, sin darnos cuenta o tener conciencia plena del hecho.
Yo quiero, en esta ocasión que se nos viene por delante, recordar a mis maestras. La del primer grado, que me parecía la más bonita. Mayra Correa, era su nombre, y varias veces me regañó. Con razón, creo. Me copié, y me puso un cero. Era yo hablantín, y me mandaba a callar. Prohibió las idas al baño, hasta que tocara el recreo, y me oriné en el salón. No hice la tarea un día, y me preguntó por qué. Mi respuesta: mi lápiz no tiene punta. ¿Y usted no tiene sacapunta?, replicó. No tengo, contesté. Y ¿en su casa no hay cuchillos? Sí, dije, pero no me dejan tocarlos. Perdió la paciencia, y me dio un reglazo en la mano. Por lo demás, era un amor y regalaba sonrisas a todos. Nos dolió cuando se casó y dejó la escuela.
Mi maestra del segundo grado, Georgina Torres. Una chinita regañona, pero que nos quería mucho. Recuerdo que una vez me golpeó un grandote de quinto, repetidor y pendenciero. Me fui llorando al salón, y volví hecho una furia. Lo azoté con la hebilla de la correa, hasta que nos separaron. Llegó mi maestra a la dirección, y era como una leona feroz a la que le tocan su cachorro. Al final del año escolar me regaló el primer libro de mi vida, con una leyenda que decía: por su aplicación en segundo grado. Ese volumen de las “Fábulas de Esopo” me lo leí una y mil veces. Fue el premio por ser el alumno de mayor índice académico de toda la escuela.
La de tercero, Telsy de Cano. Un poco nerviosa, pero buena maestra. Me lanzó el cepillo de borrar el tablero, porque yo hablaba mucho. Lo vi venir y lo desquité. El resultado: golpeó a la niña que se sentaba detrás, y no sabía qué hacer. Y la de cuarto grado, Angélica Cornejo. Esa fue la que se enfermó. Al volver, le cantábamos y la abrazábamos sin cesar. Recuerdo que me dio un cinco de nota, por haber recogido lo que estaba tirado y arreglado las bancas. La de quinto, María Zamora de Córdoba. ¡Ay, cómo me hizo sufrir! Pero también sufrió, y no me alcanza el espacio para decirlo todo.
Y Kela, la de sexto, ¡qué maestra! Supo sacar todo mi potencial académico y artístico. Raquel de Serracín era su nombre. Nunca me regañó ni le hice travesuras. La lloramos al despedirnos, y cuanto me enseñó, lo llevó muy profundo en el corazón. Feliz Día del Maestro a todas aquellas mujeres (y hombres), que abrazan con amor tan noble vocación.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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A tiro de piedra
Día del Maestro
Creo que todo ser humano que haya pasado por la escuela recordará con afecto la maestra de sus primeros grados. La maestra, al igual que la madre y la abuela, son de esas mujeres inolvidables en la vida nuestra.
Dentro de un par de días conmemoraremos el Día del Maestro, en el que escucharemos loas y críticas a esas figuras, algunas infundadas, otras no. En una fecha tal lo menos que quisiéramos escuchar son cuestionamientos y condenas, pero el mundo actual ya ni distingue, y menos respeta, los momentos que son para conmemorar y no para criticar y condenar. Lo mismo nos da armar el pereque o el jolgorio en un día solemne que en cualquier otro. Eso nos deshumaniza, sin darnos cuenta o tener conciencia plena del hecho.
Yo quiero, en esta ocasión que se nos viene por delante, recordar a mis maestras. La del primer grado, que me parecía la más bonita. Mayra Correa, era su nombre, y varias veces me regañó. Con razón, creo. Me copié, y me puso un cero. Era yo hablantín, y me mandaba a callar. Prohibió las idas al baño, hasta que tocara el recreo, y me oriné en el salón. No hice la tarea un día, y me preguntó por qué. Mi respuesta: mi lápiz no tiene punta. ¿Y usted no tiene sacapunta?, replicó. No tengo, contesté. Y ¿en su casa no hay cuchillos? Sí, dije, pero no me dejan tocarlos. Perdió la paciencia, y me dio un reglazo en la mano. Por lo demás, era un amor y regalaba sonrisas a todos. Nos dolió cuando se casó y dejó la escuela.
Mi maestra del segundo grado, Georgina Torres. Una chinita regañona, pero que nos quería mucho. Recuerdo que una vez me golpeó un grandote de quinto, repetidor y pendenciero. Me fui llorando al salón, y volví hecho una furia. Lo azoté con la hebilla de la correa, hasta que nos separaron. Llegó mi maestra a la dirección, y era como una leona feroz a la que le tocan su cachorro. Al final del año escolar me regaló el primer libro de mi vida, con una leyenda que decía: por su aplicación en segundo grado. Ese volumen de las “Fábulas de Esopo” me lo leí una y mil veces. Fue el premio por ser el alumno de mayor índice académico de toda la escuela.
La de tercero, Telsy de Cano. Un poco nerviosa, pero buena maestra. Me lanzó el cepillo de borrar el tablero, porque yo hablaba mucho. Lo vi venir y lo desquité. El resultado: golpeó a la niña que se sentaba detrás, y no sabía qué hacer. Y la de cuarto grado, Angélica Cornejo. Esa fue la que se enfermó. Al volver, le cantábamos y la abrazábamos sin cesar. Recuerdo que me dio un cinco de nota, por haber recogido lo que estaba tirado y arreglado las bancas. La de quinto, María Zamora de Córdoba. ¡Ay, cómo me hizo sufrir! Pero también sufrió, y no me alcanza el espacio para decirlo todo.
Y Kela, la de sexto, ¡qué maestra! Supo sacar todo mi potencial académico y artístico. Raquel de Serracín era su nombre. Nunca me regañó ni le hice travesuras. La lloramos al despedirnos, y cuanto me enseñó, lo llevó muy profundo en el corazón. Feliz Día del Maestro a todas aquellas mujeres (y hombres), que abrazan con amor tan noble vocación.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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