lunes, 7 de diciembre de 2009

La Inmaculada Concepción de María, en la pedagogía divina

2009-12-06
La Voz del Pastor
La Inmaculada Concepción de María, en la pedagogía divina

En la bula Ineffabilis Deus, de Pío LX (1846 – 1878), del 8 de diciembre de 1854, este pontífice promulga el dogma de la Inmaculada Concepción de María. Esto significa que la Iglesia declara pública y solemnemente que esta doctrina ha sido revelada por Dios. He aquí sus palabras textuales:

“…Para honor de la santa e individua Trinidad, para gloria esplendor de la Virgen Madre de Dios, para exaltación de la fe católica y aumento de la religión cristiana, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, la de los santos apóstoles Pedro y Pablo y la Nuestra, declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano, está revelada por Dios, y, por consiguiente, ha de ser creída firme y constantemente por todos los fieles.

Con respecto a este dogma, resulta interesante percibir la pedagogía seguida por Dios, para llevar a la Iglesia a formularlo. Podemos hablar de una preparación remota, seguida de una próxima y otra inmediata. Posteriormente vendrán el cumplimiento, el seguimiento y las consecuencias.

La prelación remota y fundamental se encuentra en las Sagradas Escrituras, en textos como Efesios 1, 3-8:

“Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

El nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él, por el amor.

El nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos adoptivos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya.

En él, hemos sido redimidos por su sangre, y hemos recibido el perdón de los pecados, según la riqueza de su gracia, que Dios derramó sobre nosotros, dándonos toda sabiduría y entendimiento”.

En este texto, hay que destacar la bendición que el Padre nos comunica por el misterio pascual de Cristo. Esta se explicita en las proposiciones siguientes: En él, hemos sido elegidos, antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos e inmaculados ante Dios. En Cristo, hemos recibido la condición de hijos adoptivos de Dios, y en él, hemos alcanzado la redención y el perdón de los pecados.

Todos los cristianos, pues, somos hombres y mujeres “benditos”, en Cristo, por medio de los sacramentos de iniciación cristiana: el bautismo, la confirmación y la primera eucaristía. Somos herederos de todos los bienes consignados en el párrafo anterior. María, miembro supereminente de la raza humana y de la Iglesia, es “bendita entre todas la mujeres”, con todas las prerrogativas que de allí se siguen, porque Dios ha querido aplicarle anticipadamente los méritos de la pasión, muerte y resurrección de su Hijo: Ella es la primera redimida, desde el momento de su concepción. Ha recibido directamente de Dios lo que los demás recibimos, por mediación de la Iglesia, en los sacramentos de iniciación cristiana.

En su saludo, el arcángel Gabriel la llama “llena de gracia”, “kejaritomene” (agraciada), un participio perfecto, pasivo y femenino, griego, que indica una acción que empieza en el pasado, se prolonga en el presente, y queda abierta al futuro. Ya, en ese momento, María es la plena de gracia, como condición habitual, y el Señor está con ella, prescindiendo de lo que responda a la propuesta de Dios para el futuro. Por eso, el mensajero la exhorta a la alegría (cf Lc 1:28).

De cara al futuro, Gabriel le anuncia el designio salvífico de Dios para toda la humanidad y su participación en esta obra. Evangelizada, María escucha, cree y responde con asentimiento absoluto. En ese momento, se encarna el Verbo de Dios en sus purísimas entrañas. Ha sido doblemente bendecida por su participación en el misterio de Cristo, misterio de salvación: primero, porque Dios la ha preservado de toda mancha de pecado original, desde su concepción. Luego porque ha respondido con fe y obediencia a la buena noticia de su futura maternidad virginal par la salvación del mundo.

Portadora de la alegría del Evangelio, la comparte con los de casa, como evangelizadora. Rebosante del Espíritu Santo, su prime Isabel la acoge jubilosa y la proclama bendita entre las mujeres, como bendito es el fruto de sus entrañas. También la declara dichosa, porque ha creído que lo que el Señor le ha dicho se cumplirá (cf Lc 1, 39-45).

De igual manera, la alegría de María evangelizadora se hace patente en su cántico de alabanza: Asegura que todas las generaciones la proclamarán bienaventurada, precisamente porque Dios, omnipotente se ha fijado en la humildad de su sierva para hacer grandes en ella y por ella. (cf Lc 1, 46-50). El arco de esta acción del Altísimo abarca el pasado, el presente y el futuro.

A partir del siglo II, la fe en la Inmaculada Concepción de María ha estado implícita en la fe de la Iglesia. A partir del siglo V empieza a explicitarse esta verdad. A fines del siglo VII o comienzos del VIII, empieza a celebrarse en Oriente la fiesta de la concepción de María. En los siglos posteriores, esta celebración se extiende a Irlanda, Inglaterra, Francia, Bélgica, España y Alemania. En el siglo XVIII, Clemente XI (1700 – 1721) la declara fiesta de precepto para la Iglesia universal, y, en el siglo XIX (8 de diciembre de 1854), Pío IX sanciona, con su supremo magisterio, una doctrina que siempre había estado implícita en la fe de la Iglesia, como ya hemos visto.

La providencia divina condujo a la Iglesia a madurar esta doctrina con una sabia pedagogía. La afinó con la revelación de la Medalla milagrosa a santa Catalina Labouré el 27 de noviembre de 1830, y la corroboró con las apariciones de Nuestra Señora a santa Bernardita Soubirous, en Lourdes, a partir del 11 de febrero de 1858.

Catalina Labouré era una hermana de la caridad de san Vicente de Paúl. En la fecha susodicha, se le apareció la Virgen, y le recomendó que acuñaran una medalla que mostrara en el anverso la imagen de María milagrosa rodeada de la frase: “Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti”. En el reverso, aparecerían las iniciales MA y una cruz que tendría en la base el sagrado corazón de Jesús y el corazón inmaculado de María. En el perímetro, iría una corona de estrellas.

La Virgen prometió ayudas especiales a quienes llevaran esta medalla y pidieran con fe su auxilio en el combate contra el pecado.

En Lourdes, la Virgen se apareció 18 veces a santa Bernardita, desde el 11 de febrero al 16 de julio de 1858. El 25 de marzo Bernardita le preguntó su nombre, y la dulce Señora le respondió: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.

Este dogma nos recuerda que es posible y necesario construir un mundo nuevo, del cual hayamos desterrado el pecado y la injusticia, donde Dios sea todo en todos, y reine como soberano absoluto, como reina en el corazón inmaculado de María. La Iglesia, Reino de Cristo, es signo de este reino e instrumento para construirlo. Cristo debe reinar hasta someter a todos sus enemigos, recapitular todas las cosas en sí mismo, y entregar su reino al Padre (cf 1 Cor 15, 20-28).

¡Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a tu auxilio, en la lucha contra el pecado, la opresión, la injusticia y todos los enemigos del Reino de Dios!

Mons. Oscar Mario Brown
Obispo de Santiago


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