martes, 22 de septiembre de 2009

La Ley no es un “cumplimiento” sino libertad

2009-09-20
Ventana Pontificia
La Ley no es un “cumplimiento” sino libertad

Ofrecemos a continuación parte de la homilía que pronunció el Papa Benedicto XVI, durante la Eucaristía celebrada el pasado 30 de agosto con sus ex alumnos.

Queridos hermanos y hermanas:

En el Evangelio nos sale al encuentro uno de los temas fundamentales de la historia religiosa de la humanidad: la cuestión de la pureza del hombre ante Dios. Volviendo su mirada hacia Dios, el hombre reconoce estar "contaminado" y encontrarse en una condición en la cual no puede acceder al Santo. Surge así la pregunta sobre cómo puede llegar a ser puro, liberarse de la "suciedad" que le separa de Dios. De esta forma han nacido, en las diversas religiones, ritos purificatorios, caminos de purificación interior y exterior. En el Evangelio de hoy encontramos ritos de purificación, que se arraigan en la tradición del Antiguo Testamento, pero que son, con todo, gestionados de una forma muy unilateral. En consecuencia, ya no sirven para una apertura del hombre a Dios, ya no son caminos de purificación y de salvación, sino que se convierten en elementos de un sistema autónomo de cumplimientos que, para ser cumplido verdaderamente en plenitud, exige incluso especialistas. El corazón del hombre ya no es alcanzado. El hombre, que se mueve dentro de este sistema, o se siente esclavizado o cae en la soberbia de poderse justificar a sí mismo.

La exégesis liberal dice que en este Evangelio se revelaría el hecho de que Jesús habría sustituido el culto con la moral. Habría dejado aparte el culto con todas sus prácticas inútiles. La relación entre el hombre y Dios se basaría ahora únicamente en la moral. Si eso fuese verdad, significaría que el cristianismo, en su esencia, es moralidad, es decir, que nosotros mismos nos hacemos puros y buenos mediante nuestra actuación moral. Si reflexionamos profundamente sobre esta opinión, resulta obvio que ésta no puede ser la respuesta completa de Jesús a la cuestión sobre la pureza. Si queremos oír y comprender plenamente el mensaje del Señor, entonces debemos escuchar también plenamente, no podemos contentarnos con un detalle, sino que debemos prestar atención a su mensaje entero. En otras palabras, debemos leer enteramente los Evangelios, todo el Nuevo Testamento y el Antiguo junto con él.

La primera lectura de hoy, sacada del Libro del Deuteronomio, nos ofrece un aspecto importante de una respuesta y nos hace dar un paso adelante. Aquí escuchamos una cosa quizás sorprendente para nosotros, es decir que Israel mismo es invitado por Dios a serle agradecido y a sentir un humilde orgullo por el hecho de conocer la voluntad de Dios y así de ser sabio. Precisamente en aquel periodo la humanidad, tanto en el ambiente griego como en el semítico, buscaba la sabiduría: buscaba comprender lo que cuenta. La ciencia nos dice muchas cosas y nos es útil en muchos aspectos, pero la sabiduría es el conocimiento de lo esencial - conocimiento del fin de nuestra existencia y de cómo tenemos que vivir para que la vida sea del modo justo. La lectura tomada del Deuteronomio señala el hecho de que la sabiduría, en último término, es idéntica a la Torá - a la Palabra de Dios que nos revela lo que es esencial, para cuyo fin y en cuya forma tenemos que vivir. Así la Ley no se muestra como una esclavitud, sino que es - a semejanza de lo que dice el gran Salmo 119 - causa de una gran alegría: no andamos a tientas en la oscuridad, no vamos vagando en vano en busca de lo que pudiera ser recto, no somos como ovejas sin pastor, que no saben donde está el camino correcto. Dios se ha manifestado. Él mismo nos indica el camino. Conocemos su voluntad y con ello la verdad que cuenta en nuestra vida.

Son dos las cosas que se nos dicen de parte de Dios: por un lado, que Él se ha manifestado y nos indica el camino justo; por otro, que Dios es un Dios que escucha, que está cerca de nosotros, nos responde y nos guía. Con ello se toca también el tema de la pureza: su voluntad nos purifica, su cercanía nos guía.

S. S. Benedicto XVI
Obispo de Roma


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